22 de enero de 2013



Siempre pensé que mi abuelo debió de dedicarse a escribir cuentos. No sé muy bien por qué, pero llegó un momento en que al escuchar sus historias tuve la rara sensación de que poseía una desbordante imaginación. Cuando éramos niños, mi hermano y yo, simplemente, nos dejábamos llevar por el asombro que nos producían sus historias. De hecho era un gran narrador que utilizaba constantemente la mímica para intensificar los hechos que nos describía. Era para nosotros un espectáculo verle y oírle. Pero fuimos creciendo, como también empezaron nuestras sospechas y, sin embargo, a pesar de ello, el abuelo siguió en las mismas. Ahora creo que su actitud era una forma inconsciente de resistirse al paso del tiempo, como también que se percató de que le resultaba cada vez más difícil hacer creíbles sus hazañas. Por ello comenzó a apoyarse en viejas fotografías. Hasta que le descubrimos con aquella que nos mostró para intentarnos convencer de que estuvo a punto de ser fusilado por los alemanes. Mi hermano, que había visto muchas películas de guerra, le espetó de golpe que aquellos tipos eran del ejército australiano. Más tarde supimos por mi padre que el abuelo jamás salió de Toulouse. Ni tan siquiera pudo alistarse, porque era cojo, por una poliomielitis que tuvo en su infancia.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Adrien Lamy & Maurice Alexander - C'est un mauvias garçon (https://www.youtube.com/watch?v=zu_2VcL8lZ4)