2 de febrero de 2016




Habíamos tergiversado la realidad influidos por las novelas y las películas de ciencia-ficción que, en aquellos tiempos salpicados por el miedo colectivo a causa de la amenaza nuclear, nos generó una gran desconfianza hacia cualquier extraño que se presentase ante nuestros ojos. Pero mi padre, que era muy idealista, decía que no había hostilidad que no se resolviese a través del diálogo y que la hospitalidad era algo más que una virtud. Por eso mismo, lejos del temor que mostró mi madre y la inquietud que sentimos mis hermanas y yo al oír ese ensordecedor ruido cuando llegó el inesperado visitante que, tal como nos contó nada más poner pie en tierra, era un defecto del tubo de escape, mi padre, sin pensárselo dos veces, se abalanzó sobre él con los brazos abiertos. El ser venido del más allá tenía una apariencia normal, algo barrigudo, vestido con pantalones marrones y camisa blanca que, aunque no pudo evitar el sonrojo ante tanta efusividad, supo mantener la compostura, incluso cuando nos hicimos la fotografía ante la insistencia de mi padre. Después nos dijo, casi como un susurro, que tenía que proseguir su viaje, porque al día siguiente participaba en la convención anual de inventores de Delaware.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Dean Elliot & His Big Band - Lonesome road.