30 de octubre de 2013



Supongo que no viene a cuenta que les explique aquí que hacía yo asistiendo a las reuniones semanales de alcohólicos anónimos, por la sencilla razón de que tampoco creo que mi anodina vida les despierte demasiado interés, salvo que no sean uno de esos tipos raros que vienen de la universidad a investigar cosas tan aburridas como los efectos e incidencias del automatismo prolongado en el subconsciente humano. Lo recuerdo muy bien, porque conocí a uno de esos que vino a la fábrica y que, en mí caso, me dio el primer momento de alegría que varió mi rutina diaria por unos instantes en mis cuarenta años apretando motores en carrocerías de automóviles. Incluso me hizo hasta sentirme bien cuando me preguntó una serie de cosas, sólo tipo test me dijo, que luego servirían para no sé que libro que jamás vi. Pero ésta es otra historia. La de ahora es que un hombre como yo, tan poco sociable, sin ambición alguna y cuyo único interés eran los Detroit Tigers, tuvo una revelación en una de aquellas reuniones de alcohólicos anónimos, cuando se nos dijo que hiciésemos “un minucioso inventario moral de nosotros mismos”. Descubrí entonces que era una persona muy insegura y que el origen de ello, me dijeron, se debía, lo más probable, a un trauma infantil oculto en mi subconsciente. Proseguí mi tarea exploratoria, revisando mis recuerdos familiares y recabando datos durante las visitas a mis pocos parientes que quedaban vivos. Me sentí como un detective, sensación que me causó el segundo momento de alegría de mi vida, aunque, ésta vez, como jubilado. Fue la anciana tía Beth quien me dio una primera clave, la de aquel día en que me regalaron mi tan ansiado disfraz de mono, me dijo, con el consiguiente paseo por el parque y las caras de espanto que provoqué en todos los niños que fui abrazando a mi paso. Hasta aquí he llegado. De momento. Porque aún sigo inmerso en el minucioso inventario.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Philip Glass - Mad rush (https://www.youtube.com/watch?v=UtQpSGyPCBE)

29 de octubre de 2013



Desde niño, el tío Virgil siempre me resultó un personaje curioso, aunque cuando empecé a conocerle bien yo era ya un adolescente al que le empezaba a salir pelusa en el labio superior y él un hombre de cincuenta y tantos años al que su espíritu juvenil parecía no haberle abandonado. Fue, pese a sus extravagancias, el único hombre que conocí que se mantuvo fiel a sus ideales de juventud. Confieso que me quedaba boquiabierto cada vez que me hablaba sobre la angustia vital del hombre moderno porque el tío Virgil, en realidad, había iniciado la carrera de filosofía con el consiguiente disgusto del abuelo quien, según supe, quería ver a sus hijos convertidos en hombres hechos y derechos. Mi padre fue el que se llevó la mejor parte, pues era el hijo aplicado, el hermano serio y responsable quien, tras acabar sus estudios, consiguió un buen puesto en el departamento de contabilidad de una importante cadena de supermercados, mientras que el tío, muy pronto se había introducido en los movimientos revolucionarios estudiantiles para después entregarse de lleno al activismo. A quejarse, como decía el abuelo, malhumorado, en vez de buscar un trabajo como hace todo el mundo. Sin embargo, mi padre apreciaba a su hermano, e incluso estaba de acuerdo con algunas de sus ideas, pero una cosa era protestar, decía, y otra muy diferente pasearse todos los días por el centro de Londres montado en bicicleta con una máscara de gas y gritando por un altavoz que la sociedad apesta.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Bourvil - A bicyclette (https://www.youtube.com/watch?v=VDt1poFpWmM)

25 de octubre de 2013



Aún sin haber recuperado el aliento tras haber vivido aquel extraño acontecimiento y ante la ausencia de vida, me dirijo a la nada por si allí hay alguien vivo, como lo estoy yo ahora. Miro a mí alrededor. Tan sólo veo una ligera neblina que atenúa la luz del atardecer en esta playa vacía. Una playa que me produce una rara sensación, ya que no recuerdo haber estado en ella. Trato de rememorar mis vivencias mientras recorro la orilla, con los pies metidos en el agua. Y miro también a mi alrededor buscando alguna señal, algún signo que me ayude a saber donde estoy. No hallo nada. Ni tan siquiera un leve eco que me sea familiar, que conecte éste lugar con mis recuerdos. Y sigo caminando. Pero el paisaje es plano. El del mar. Y el de la tierra. Y si miro al frente veo sus líneas del horizonte unirse en el infinito. Oigo las olas. Sigo caminando. No sé donde estoy. No sé a donde voy. Tengo miedo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Arvo Pärt - Spiegel im spiegel (https://www.youtube.com/watch?v=TJ6Mzvh3XCc)

23 de octubre de 2013



Mi querido hijo:
No sé cuanto tiempo me queda, pero sé que no es mucho. Te envío una fotografía de mi infancia que nunca enseñé a nadie. Ni tan siquiera a tu padre, que siempre estuvo enfrascado en el trabajo, y después con el bricolaje, en su jubilación. También es cierto que para ciertas cosas no tenía demasiada sensibilidad, aunque siempre fue un buen hombre. Si, así era yo, una niña pizpireta e imaginativa que no paraba de soñar. Me encantaba disfrazarme, no sólo las noches de Halloween, en las que me solía vestir de muerta viviente, sino en cualquier día del año. Y de lo que fuese. Tuve muchos disfraces, muy variados. Eso de adquirir otras identidades, como los actores, me fascinaba. Además tenía dotes interpretativas, al menos ante tu abuela, para conseguir salirme con la mía, aunque mi carrera interpretativa fuera de casa no fue más allá de las funciones del colegio. A tu abuelo no le gustaban esas cosas porque decía que los artistas eran unos parásitos, unos vividores sin un centavo en el bolsillo. A lo mejor te esperas una gran revelación familiar. Siento decepcionarte si es así. Solo quería que conservases esta fotografía. Pero no trates de buscar metáforas con “La metamorfosis” de Kafka, ni dobles sentidos o indirectas ocultas, que te conozco. Tan sólo quiero que guardes esta fotografía, ya que es la única imagen que conservo de mi infancia, y además, con mi disfraz de mosca, que siempre fue mi favorito. Las demás ya sabes que se perdieron en aquel incendio. Pero hoy no quiero ponerme emotiva.
Te quiere.
Mamá.


· Fondo musical para acompañar la lectura: Nikolai Rimsky-Korsakov: Flight of the bumblee bee (Vladimir Horowitz - piano) (https://www.youtube.com/watch?v=EgtExoc_Zfk)

22 de octubre de 2013



Alexandra Desprez siempre fue un ser extraño que apenas se relacionaba con los demás, pero cuya presencia incomodaba a quienes se cruzaban con ella. Solía atravesar la plaza del pueblo sin desviar la mirada del frente, hierática, silenciosa, tan etérea, mientras las ancianas desde sus balcones o los hombres que apuraban sus vinos sentados a las puertas de los bares murmuraban al verla pasar no sin disimular su inquietud. Su padre, del que nadie sabía muy bien a que se dedicaba, tampoco destacaba por su locuacidad, limitándose a mostrarse cortés cada vez que se encontraba con algún vecino. Al igual que su madre, de quien no se podía adivinar el color de sus ojos pues siempre los llevaba casi cerrados. Una familia enigmática que generó infinidad de teorías, aunque la más extendida fue aquella que decía que el patriarca era espiritista y que, ante la prematura pérdida de su hija, hizo lo posible porque su espíritu conviviese con ellos. Eso, al menos, era lo que solía decir Gustave, el fotógrafo, quien afirmaba que era el autor del único retrato que se conserva de ellos. Aunque también era cierto que éste tenía fama de poseer una gran imaginación.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Paganini - Caprice No. 24 (Jascha Heifetz-violín) (http://www.youtube.com/watch?v=vPcnGrie__M)

21 de octubre de 2013



Fue en una de esas aburridas tardes de otoño en que íbamos a visitar a mi abuela, mientras los mayores se entregaban a sus aburridas conversaciones, cuando decidí combatir mi tedio subiendo al desván para fisgar entre los viejos trastos que allí se habían ido acumulando con el paso del tiempo. Confieso que siempre he sentido una especial atracción por los enigmas, en parte alentada por mis lecturas de Conan Doyle y mi afición a leer las páginas de sucesos de los periódicos. No lo podía evitar, me gustaban los casos de asesinatos y de desapariciones. Es por eso que esa tarde de hastío, hurgando entre los cachivaches de mi abuela, hallé aquella fotografía en un pequeño baúl cubierto de polvo que tenía sus iniciales. De inmediato me puse a temblar de nerviosismo al hallarme ante un posible misterio familiar, donde alguien había tratado de borrar los rostros de siete chicas con manchas de quemaduras, como si el autor de tal agresión hubiese querido hacerlas desaparecer del mapa. Y además, el misterio se acrecentaba, si cabe aún más, con la presencia de algunos garabatos ilegibles. De inmediato comencé a elucubrar sobre las posibles causas de tal hecho, como también pensé en los numerosos crímenes sobre los que había leído, tratando que ello me diese ideas para encontrar un móvil. ¿Y si uno de mis antepasados fue un asesino en serie, quién, debido a un desequilibrio psíquico, eliminó a esas pobres chicas, una a una, marcándolas según las iba liquidando? pensé después. Se me pusieron los pelos de punta. Sí, en mi familia había un episodio oscuro y yo lo había descubierto. Pero tal excitación se convirtió en una enorme decepción, cuando la abuela, al ver la foto, sonrió, aunque sin disimular un cierto disgusto. Los rayajos los hizo ella y sus amigas. Cosas de la adolescencia, dijo. Pero lo demás fue su hermana pequeña, la tía abuela Cornelia cuando tenía siete años, quien, durante una merienda cogió aquella foto con las manos impregnadas de chocolate.

· Fondo musical para acompañar la lectura: These foolish things - Lester Young (Savoy, 1944) (http://www.youtube.com/watch?v=6w5PekfV4dY)

17 de octubre de 2013



MANUSCRITO ENCONTRADO EN ODESA (crónica intrahistórica en dos partes)

1ª Parte
Puede que por las dos tergiversaciones históricas que voy a desvelar, el mundo académico condene mi nombre al ostracismo, o incluso trate de borrarlo del mapa. Pero tales revelaciones las descubrí tras casi una década de estudio, cuando mis investigaciones me llevaron a la biblioteca estatal de Odesa donde hallé, junto con dos imágenes, el manuscrito de un marinero llamado Leonid Timonenko, cuya efigie aparece ligeramente marcada con una extraña mancha marrón, y uno de los iniciadores de la revuelta del 26 de junio de 1905. Leonid describe con todo lujo de detalles el origen del levantamiento. Al principio de su escrito señala que, salvo dos o tres, el resto de la tripulación, por una insólita casualidad, estaba formada por licenciados en humanidades, mayormente en filosofía, como el propio Leonid que, tal como expresa a continuación, hizo un poco más amena la estancia en la corbeta. Pero, a tenor de lo que expone en las siguientes páginas, se deduce que los acontecimientos de aquella rebelión fueron falseados por las autoridades que ofrecieron una versión más grandilocuente de los hechos y que es la que aparece en los libros de historia hasta nuestros días. Leonid puntualiza que la acción del motín se desarrolló en dos fases. La primera fue su negación a subir a bordo para, a continuación, reafirmar su protesta en tierra utilizando tan solo su presencia, en bloque, inmóviles y en silencio, como documenta la primera de las dos imágenes. A partir de aquí, Leonid prosigue con una serie de disertaciones filosóficas para concluir con una cita de Aristóteles: «Pero los hombres no han formado una comunidad sólo para vivir, sino para vivir bien». Y aunque la segunda fase de la insurrección sufrió, como veremos, una manipulación aún mayor, aquí se pone de manifiesto que Leonid y sus compañeros fueron, en realidad, los auténticos pioneros de la protesta silenciosa y no Gandhi, como siempre se ha afirmado.

· Fondo musical para acompañar la lectura: 
Dmitri Shostakovich: I. Moderato, de la Sinfonía nº 5 en Re Menor, op. 47 - Bernard Haitink & Royal Concertgebouw Orchestra, London Philharmonic (http://www.youtube.com/watch?v=AH764k1mMmE)

16 de octubre de 2013



MANUSCRITO ENCONTRADO EN ODESA (crónica intrahistórica en dos partes)

2ª Parte
Leonid hace una pausa en el relato de los hechos para hacer hincapié en la dimensión que empieza a adquirir el acto, así como describe la inquietud creciente de los oficiales ante la insubordinación. Y subraya la firmeza de la tripulación, consciente de que el tira y afloja son sus superiores les estaba dando una ventaja importante que les permitía pasar a la segunda fase de la acción y así rematar con contundencia su protesta. Una protesta cuya mecha la había encendido, según explica Leonid, la mala calidad del vodka que se suministraba al barco. De ahí que, gritaron al unísono haciendo suya la consigna shakesperiana de «Algo huele a podrido en Dinamarca» para después cubrirse sus rostros. Les confieso que cuando leí estas últimas palabras se me aceleraron los latidos del corazón. Había descubierto una evidencia que desmontaba la falsedad de la versión oficial, además, de comprobar la desbordante imaginación que derrochó Eisenstein con aquello de la carne llena de insectos o el carrito de un bebé bajando por unas escaleras, cuando en realidad aquel suceso no trascendió más allá del muelle que utilizaba la marina para tareas de mantenimiento. Pero llegado a este punto, y aunque Leonid deja constancia de la satisfacción producida por su acto, la caligrafía del manuscrito se hace ilegible en las ultimas líneas, pudiéndose tan solo adivinar que la ultima palabra es “prisión”.


· Fondo musical para acompañar la lectura: Dmitri Shostakovich: II. Allegro (The 9th of January) de la Sinfonía nº 11 en Sol Menor, op. 103 - Bernard Haitink & Royal Concertgebouw Orchestra (http://www.youtube.com/watch?v=RrMvu2JjeqQ)

15 de octubre de 2013



No sé si fue una suerte o una desgracia, pero mi padre siempre tuvo muy mala memoria. Es algo que no me puedo quitar de la cabeza. Son días y más días, muchos días, dándole vueltas y más vueltas, de forma obsesiva. Intento hacer otras cosas pero mi desesperación me impide concentrarme en ellas. Porque siempre está ahí, la imagen de mi desmemoriado progenitor, desde el momento en que me despierto cada mañana, como si estuviese delante de mis ojos, como si fuese una sombra que me persiguiese hasta el lugar más recóndito. Trato de convencerme que quizá sea porque soy viejo, y porque supongo que los viejos nos dedicamos a vivir de nuestros recuerdos. Los míos los reviso una y otra vez. Sé cuales han sido los errores de mi vida, pero no dejo de pensar que hubiese sido de mí de no haberlos cometido. Como si mentalmente tratase de enderezar mi vida, de hacer posible lo imposible. Vana ilusión. Sin embargo, me alivia, por breves momentos. Y aún así, no ceso de pensar si fue una suerte o una desgracia el que mi padre tuviese una pésima memoria, que por eso adquiriese una cámara fotográfica y que escribiese nuestros nombres sobre cada una de las imágenes. Si bien la caprichosa manera en que nos hacía posar parecía un extraño presagio. La suerte es que hay abundantes imágenes de mi familia. La desgracia es que recogen nuestras vidas durante casi treinta años de actividad, en la que me iniciaron cuando tenía diez años de edad. Demasiados retratos, tantos como testigos nos reconocieron. A día de hoy, mientras cumplo mi condena, pienso en mamá, el verdadero cerebro, a la única a quien no identificaron. Porque fuimos por un tiempo la banda de estafadores más buscada del país. En cierto modo, ese es el único consuelo que me queda.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Franz Schubert: 2º movimiento - Andante con moto,  Trio para piano No. 2 in E flat Major, Op. 100, D 929 - Eugene Istomin (piano), Isaac Stern (violin) y Leonard Rose (cello) (https://www.youtube.com/watch?v=dy-jC3cT4-8)

11 de octubre de 2013



Aún hoy en día me pregunto que es lo que tenía el tío Raymond para que me tuviese tan subyugado las escasas veces que nos visitaba. Nunca fue un hombre demasiado hablador, y quizá eso hizo crecer en mí el misterio, aunque he de confesar que siempre fui un adolescente bastante impresionable. Mi padre se irritaba con tan solo mentar su nombre, porque siempre pensó que el tío era un parásito. No se le conocía oficio alguno, tampoco intereses, ni siquiera amigos, y para colmo, a casa sólo venía a comer y a beber. Y cuando hacía acto de presencia, mi padre era incapaz de contenerse y le lanzaba maliciosas indirectas a las que el tío, sin alzar la voz y haciendo gala de su habitual serenidad, respondía que sólo trataba de aprovechar las oportunidades que se cruzaban por su camino. Pero se pusiese como se pusiese mi padre, no le quedaba más remedio que aguantarse, ya que era el hermano pequeño de mi madre. Y ella, que siempre fue muy protectora con el tío, cada vez que tenían una trifulca le reprochaba a mi padre su falta de consideración, recordándole que su hermano nunca tuvo las mismas oportunidades que él. Y así fueron pasando los años. Hoy en día, después de tanto tiempo, el tío Raymond continúa siendo un enigma para mí. Aunque supe de que pié cojeaba con aquella respuesta que me dio una tarde de otoño cuando le pregunté, con cierta inocencia, que por qué no se había casado: «Sobrino, la generosidad es una virtud cuando hay corazones faltos de ternura».

· Fondo musical para acompañar la lectura: Les Brown & Ames Brothers - Sentimental journey (http://www.youtube.com/watch?v=wOmHVdXk4sI)

10 de octubre de 2013



Si me preguntasen cual sería la palabra que mejor me podría definir yo diría, sin tapujos, que ésta sería la de soso. Imagino que muchos de ustedes se sorprenderán de mi franqueza, pero es la verdad, y no me causa problema confesarlo en público. En el colegio siempre fui invisible para mis amigos. No destaqué como estudiante, tampoco como compañero de juegos. En nada. Recuerdo que las pocas veces que oía pronunciar mi nombre era a la hora del recreo, cuando me llamaban los demás para cuidar sus relojes mientras jugaban al fútbol. Igual de invisible fui en el instituto. Y como no sentía vocación por nada, simplemente, me dejé llevar por las circunstancias pues, pensaba, ya encontraría algo por el camino. Ello me convirtió en un enigma para mis escasos amigos, quienes, lejos de tirar la toalla, se obsesionaron durante mucho tiempo en ayudarme a encontrar algo que diese sentido a mi anodina vida. Y siempre fracasaban ¿Qué podía hacer? Yo lo intentaba, pero mis mecanismos internos no respondían a los estímulos del exterior. Mi naturaleza era así de trivial. Hasta que un día, por casualidad, descubrí lo que removió mis entrañas. Por primera vez estaba excitado, nervioso, impaciente. Por eso, en aquella cena, quise compensarles los años de denodados esfuerzos que me dedicaron anunciándoles mi hallazgo, aunque no pude prever que provocaría algo así como un cisma. Su sorpresa inicial, al confesarles que quería aprender a tocar un instrumento musical, en segundos, se transformó en decepción, cuando les dije que era el triángulo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Tony Murena - Indifférence (http://www.youtube.com/watch?v=SeQrFHXXtjI)

9 de octubre de 2013



Mi padre no era como los padres de mis amigos del colegio. Era un ser inquietante, turbador, un tipo huidizo, callado y taciturno que un día, mucho antes de que yo viniese al mundo, abandonó su carrera para recluirse el resto de sus días en la pequeña habitación donde guardaba todos sus cachivaches, pasándose horas y horas sin hablar con nadie. Así fue como siempre lo vi. Mi madre, que lo sobrellevó con mucha paciencia, me decía que no le molestase, que en su silencio, rodeado de sus utensilios, trataba de rememorar su pasado para no olvidar sus recuerdos, ya que era lo único que le quedaba. Ni siquiera yo, cuando nací y que fui, al parecer, la última esperanza para que las cosas cambiasen, o al menos eso creía mi madre, influí en su carácter, ya que, según me contaron, no mostró demasiada efusión cuando me llevaron por primera vez ante su presencia, al hospital, donde estaba internado por un ataque de ansiedad. Dicen que estuve todo el tiempo durmiendo como un lirón en brazos de mi tía, y que mi madre hizo esfuerzos por no perder la sonrisa y que, aún así, él permaneció quieto, imperturbable sobre la cama. Mi padre, que había sido un mago de renombre, decían, y a quien yo jamás vi actuar, era ahora un ser inerte e inexpresivo. Todo porque aquel día, de súbito, perdió la inspiración cuando representaba el truco de la máscara, ese que le había hecho tan popular entre el público.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Perry Como - Magic moments (https://www.youtube.com/watch?v=p6byr0PBF8k)

8 de octubre de 2013



Fuimos famosos por un día, pero sólo entre los que compraron el número de la revista donde salió la imagen. Esa en la que nos cazaron desprevenidos, justo cuando sucedió, según decía el pie de la foto, “el milagro de Brooklyn”. El tio Matt, que era un hombre muy bruto, quiso ese día darme una sorpresa en la pequeña feria que habían instalado en nuestro barrio. Me iba a conseguir en la tómbola el robot que deseaba tener desde hacía mucho tiempo, mientras mi padre, que se había prestado a acompañarnos, ponía las monedas, porque el tío, en realidad, llevaba meses sin cobrar, ya que los empleados del puerto mantenían una huelga indefinida. Además, a mi padre tampoco le hacía demasiada gracia que el tío cogiese una escopeta, ya que no tenía buena puntería y, además, su pulso era deficiente en parte debido a su trabajo como estibador. Hasta que, ya caída la noche, con el tío ensimismado en sus ráfagas de disparos, el dueño de la caseta agachado en el suelo y mi padre comprobando el poco dinero que le quedaba, apareció, de súbito, una intensa luz en el cielo. Yo pensé que era una intervención divina para que el tío hiciese diana de una vez por todas y consiguiese mi ansiado robot. Fue justo el momento en el que aquel reportero nos sacó la famosa instantánea. Pero, en realidad, el único milagro que hubo fue que se acabó la munición de la tómbola, porque lo de la luz, para mi disgusto, fue cosa de un operario municipal al cambiar la bombilla de una farola.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frank Sinatra - That's life (https://www.youtube.com/watch?v=cqhYchnDNfA)

7 de octubre de 2013



Siempre me consideré un chico normal, un estudiante del montón que después de acabar la carrera de derecho aprobó la oposición para un puesto de la administración de justicia. Sin embargo, mi vida hubiese sido casi perfecta si no fuese porque en el terreno afectivo me mostré distante y temeroso, sobre todo a partir de la adolescencia. Ello me impidió tener amigos íntimos pues en cuanto alguien hacía el ademán de darme un abrazo, de súbito, un escalofrío subía por mi cuerpo y me hacía retroceder un paso atrás. Pero mi verdadero sufrimiento era con las chicas, ya que cualquier mínimo roce me producía auténtico pavor. Incluso con Rosalind, que fue el gran amor de mi vida y a quien jamás, por ese miedo interior, llegué a besar. Yo era consciente de que me pasaba algo grave e inexplicable hasta que un día me armé de valor y acudí a la consulta del doctor Schultzberg, uno de los más reputados psicoanalistas de la ciudad. Tuvieron que pasar más de veinte años desde el día en que le visité por primera vez para descubrir que mi problema era a causa de un trauma que arrastraba desde la infancia y que marcó de sobremanera mi vida afectiva hasta la madurez. Todo porque fui hijo y nieto único, con una madre melosa y un abuelo empalagoso. Algo que, muchas veces, puso en peligro mi integridad física al estar a punto de perder el oxígeno en medio de tanta efusión de cariño.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Mario Lanza - Be my love (https://www.youtube.com/watch?v=EQz1McBv0fw)

5 de octubre de 2013



Desde que tuve uso de razón siempre quise ser explorador, algo a lo que mis progenitores no le dieron demasiada importancia porque eran simplemente cosas de niños, pero que comenzó a convertirse en una creciente preocupación para mi madre cuando alcancé la adolescencia, porque yo seguía empeñado en emular las peripecias del doctor Livingstone. Ella, que era muy protectora, se le hacía cada vez más difícil aceptar esas absurdas ideas mías a medida que me iba acercando a la mayoría de edad, porque sabía que el pájaro echaría a volar en cuanto viese la ocasión. Y ésta vino de repente, tiempo después, en forma de misiva. Confieso que no pude disimular mi satisfacción cuando vi que mi destino era Birmania. Un lugar exótico, pensé, para comenzar mi ansiada vida aventurera, aunque en aquellos momentos no era consciente de la gravedad de la situación. Hice la contienda en un comando de elite especializado en misiones de reconocimiento que tenía fama en el ejército por sus innovadoras tácticas de combate. Y aunque todavía recuerdo muchas cosas excitantes, como aquellas novedosas técnicas de camuflaje, lo cierto es que en mi vida posterior ya no habría más aventuras, salvo la de enfrentarme a un montón de papeles aburridos e ininteligibles en el que sería mi puesto de contable durante casi cuarenta años en una compañía eléctrica.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Tokens - The lion sleeps tonight (1961)

4 de octubre de 2013



En el momento en que garabateo estas líneas soy consciente de lo difícil que es escribir y describir la música. Llevo muchos años ejerciendo la crítica y sé que el lector, al leer un texto, jamás podrá hacerse una idea de como suena una composición, por mucho que se domine el lenguaje literario. Como también sé que hay algo aún más peliagudo, que mi criterio sea fiable, ya que aquí entran los gustos personales de cada uno. Ya saben que aún hoy en día, en pleno 1891, la buena música sólo se puede oír en las salas de teatro. Y si tienen dinero, a lo mejor podrán comprarse un moderno Fonógrafo del que aún hay pocas unidades, y si tienen suerte quizá consigan algún cilindro de cera que, si les soy sincero, aún siguen sin sonar bien. Es decir, les puedo hablar sobre las virtudes vocales del fallecido tenor Julián Gayarre. Yo le oí. Pero todos aquellos, y son muchos, que jamás le escucharon y que no podrán hacerlo, ya que todavía no han aparecido las grabaciones que dicen que hizo, tendrán que imaginárselo cantar. Digo esto porque acabo de descubrir un joven grupo vocal de una modernidad asombrosa que lleva la música de tal manera en sus entrañas, que no hay movimiento que hagan que no sea siguiendo un ritmo. Algo de lo que han dejado constancia algunos fotógrafos, ya que cuando posan, dicen, no pueden evitar moverse con un ligero balanceo similar a un metrónomo. Pero vayan a verlos, que están empezando a ser conocidos, y no se los pierda, como a Gayarre, aunque presiento que ellos acabarán grabando algunos cilindros de cera.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Brox Sisters - Mandy make up your mind (https://www.youtube.com/watch?v=dbQDDTBoa8c)

3 de octubre de 2013



Aquellos fueron unos tiempos felices en los que viví en esa suerte de espacio intangible donde se mezclaba la realidad y la ficción. Un día era un indio y mi poder de sugestión era tal, que ni el automóvil de mi padre me impedía pensar que estaba en el Monument Valley agazapado con mi hermana, sin hacer ruido, a la espera del paso del séptimo de caballería. Otro día el jardín se convertía en una frondosa selva plagada de animales salvajes y tribus caníbales, pero el garaje tampoco era un obstáculo que estropease la escenografía donde iba a transcurrir nuestra peligrosa expedición al corazón de África. Y después, tras la intensa aventura diaria venía el baño y la cena. Supongo que todos los niños fuimos iguales, aunque cada uno se imaginase las cosas a su manera. Luego muchos perdieron la magia, aunque no la capacidad para engañarses con nimiedades. Lo vi en mis amigos de aquel entonces, que ahora son tipos aburridos aunque tengan una televisión de plasma. Pero mi hermana y yo hemos seguido siendo fieles a nuestros principios, aunque permitiéndonos alguna licencia que otra, porque ahora los tocados de plumas, las lanzas o el salakov que utilizamos son de los de verdad.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frankie Laine - Tell me a story (https://www.youtube.com/watch?v=d6BX8EK7b70)

2 de octubre de 2013



Aquellos tiempos fueron bastante complicados y más para un español que, como yo, desconocía la lengua inglesa cuando pisó por primera vez Ellis Island aquel 28 de octubre de 1921. Como no conocía a nadie, me planteé una estrategia inicial que consistía en tratar de buscar un trabajo en el que no tuviese que hablar demasiado. Mientras tanto, iría aprendiendo el idioma como buenamente pudiese. Y ahí fue cuando apareció Casimiro Ochoa al que luego, con el tiempo, me uniría una gran amistad. Recuerdo que fue él quien me dio la idea. Me dijo que me ayudaría a entrar en el negocio en el que él trabajaba, que no necesitaría hablar mucho, pero que tenía que, al menos, poner mucha atención en lo que hacía porque el jefe era una persona bastante quisquillosa. Allí conocí a Benito Mendizábal, que era un buen amigo de Casimiro. Y así, con el paso de los días acabamos formando un grupo muy peculiar. Nuestro trabajo era probar instrumentos y, sin quererlo, hicimos varias actuaciones y grabamos algunos discos. Y aunque nuestra intención fue tratar de tocar coplas, hubo quienes llegaron a calificarnos de auténticos renovadores del bluegrass.

(foto: cortesía de Spanish Immigrants in the United States)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Worried man blues - Stanley Brothers (https://www.youtube.com/watch?v=C4CtLA1jC20)

1 de octubre de 2013



Ese día el cielo amaneció demasiado gris. Pero aún así decidimos ir a la costa. Hacía mucho tiempo que no salíamos de casa pues mi mujer pasó un otoño bastante fastidiada con los achaques propios de la edad. Somos mayores. Pero ese día, en esa excursión, sentimos por primera vez el miedo, el miedo verdadero, justo en el momento que visitábamos los restos de un naufragio que la marea, al bajar, dejaba al descubierto, convirtiendo aquella desierta playa en un lugar fantasmal. Tampoco había un alma a nuestro alrededor. Estábamos solos. Y de repente, ocurrió todo, cuando mi cuñado decidió hacernos una fotografía ante esos vestigios semienterrados en la arena. En el instante en que pulsaba el disparador de la cámara le vimos darse un manotazo en la nuca. Fue un susto momentáneo, pero estremecedor. Si, la edad nos hace muy aprensivos. Y aún así, aunque fue cosa de un mosquito, yo no sé por qué pensé en la muerte cuando vi nuestras difusas siluetas diluyéndose en medio de un horizonte desvanecido.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Foggy, Foggy Dew - Aksel Schiøtz (tenor) y Herman D. Koppel (piano)(https://www.youtube.com/watch?v=fuV0877GdfY&noredirect=1)