3 de diciembre de 2014




Llegó un momento en que mis nervios, que esos días estaban a flor de piel, estuvieron a punto de traicionarme ante la insistencia de ella por saber que es lo que me había sucedido estos últimos días en los que no había dado señales de vida. Pero yo traté de convencerla, que no era por falta de ideas, que en mi cabeza bullían muchas, demasiadas. Hasta se lo llegué a jurar por lo más sagrado. Como también le dije que tampoco era por pereza, porque son tantas las cosas que hacer que apenas me dejan el suficiente tiempo para ponerme a ello. Y aún así, le prometí que haría lo posible por seguir cumpliendo mi compromiso. Sin embargo, ella siguió torturándome con su discurso, que si pasaba demasiados días encerrado, que si necesitaba airearme, relajarme un poco, hacer algún tipo de terapia alternativa, para meditar, para encontrarme a mí mismo, con mi yo, y todas esas zarandajas. «Tejeda, no seas terco y ponte en marcha» me repetía de manera machacona. Y yo, en un momento de desesperación, en el que ya no podía aguantar más su monserga, le dije que me dejara en paz, que al fin y al cabo ella era invisible, y que como tal, no tenía derecho a organizar la vida de una persona real como yo. Creo que por eso se enfadó y sin decirme nada tomó las medidas correspondientes con las que me había amenazado muchas veces. Y mandó a todos esos tipos que, tras presentarse en mi casa, deshicieron la cama y arrojaron las sábanas y las mantas por las ventanas. Pero yo procuré dominarme. Ella, mi inspiración, era así, y al final, como tantas otras veces, no se lo tuve en cuenta.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Sidney Bechet - Blues my naughty sweetie gives to me (https://www.youtube.com/watch?v=L6MNx_WvY4E)

(Foto: cortesía de Olvido Marvao)

21 de noviembre de 2014




Siempre pensé que mi madre era una mujer demasiado ingenua solo porque creía esas tonterías que oía en la radio sobre la conexión cósmica entre los seres humanos. Que eso de que cualquier ser anónimo con el que te pudieses cruzar en la calle de manera fortuita tenía, de una manera u otra, alguna relación contigo. A mi me parecía una solemne bobada. Cierto era que todo aquello lo viví durante mi adolescencia, como también que, tanto mis hermanas como yo, crecimos sin la presencia de un padre que muy pronto prefirió entregarse al alcohol hasta que un día abandonó definitivamente el hogar. Es por ello que mi madre, con eso de las cosmogonías, la conjunción de Júpiter con Saturno, las uniones extrasensoriales y todo eso, procuró desde un primer momento que nosotras, sus hijas, fuésemos como una piña. Porque ella, que no era muy original, repetía muchas veces que la unión hace la fuerza. Por eso, al igual que el uno para todos y el todos para uno de los mosqueteros, nos reunía a todas las hermanas antes de desayunar para hacer el ritual matinal, ese en que juntábamos nuestras mentes para mantener el espíritu de grupo, de nuestro grupo, porque, decía, así nos manteníamos mas fuertes.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Bix Beiderbecke - Goose Pimples (
https://www.youtube.com/watch?v=8Uw-2JYwW5g)

20 de noviembre de 2014





El silencio de ahí arriba apenas era roto por el movimiento de los pliegues de mi ropa durante el descenso. Veía la tierra abajo, a mis pies. Y yo, ahí, en el aire. Luego no sé que sucedió. Quizá perdí la conciencia, sufrí una alucinación, o ambas cosas, pero hubo un momento en que tuve la sensación de establecer comunicación con algo que se escapaba a mi entendimiento. Hasta hubo un instante en que creí que el tiempo se había detenido. Fue entones cuando tuve la impresión de que estaba entrando en un nuevo nivel. Quizá un agujero negro, pensé, que me impulsaba sin rumbo, sin que yo pudiese hacer nada, hacia su interior, hacia lo desconocido, hacia la quinta dimensión. Me dejé llevar. No podía hacer otra cosa. Y un nerviosismo recorrió mi cuerpo hasta que sentí una fuerte sacudida. Vi estrellas, muchas estrellas. Galaxias, pensé, y supuse que había llegado a un lugar en el infinito. Hasta que me di cuenta que el silencio se transformó, lentamente, en un leve murmullo. Y comencé a notar golpes en mis mejillas. Estaba en el epicentro del universo, pensé, cuando al abrir lentamente los ojos vi unas siluetas, desenfocadas, como todo lo que las rodeaba. Parecían observarme con asombro. Mi viaje espacial, pensé, había llegado a su culmen. Hasta que oí a una de ellas decir, en un idioma que parecía entender, algo sobre una lona que se había roto.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Hans Zimmer - Main Theme (Interstellar · BSO)(
https://www.youtube.com/watch?v=wqnnRIwoxB8)

19 de noviembre de 2014




Aunque el cielo nublado parecía presagiar lo contrario, algo que había tenido muy preocupado a Lord Brewster desde primeras horas de la mañana, finalmente aquel día no llovió. Porque aquella cita que había organizado era de vital importancia ya que, con grandes esfuerzos, dosis de té y muchos cigarrillos, había conseguido reunir a posibles patrocinadores e inversores así como a una pléyade de personalidades de la política y la sociedad local. El honor de Lord Brewster está en juego, como su futuro tras casi veinte años entregado a la investigación desde que se graduó en ingeniería industrial por la universidad de Oxford, momento en el que tuvo un vago destello en su cabeza pero que su intuición hizo que pensase que podría ser un gran adelanto para la sociedad. Es por eso que ese día estaba tan impaciente mirando el cielo, tan nervioso, comprobando que todo estaba preparado y en su sitio, tan preocupado porque Horatio Hargrave, su más estrecho colaborador, se hallase concentrado. Y llegó el tan esperado momento, cuando se inicia la gran prueba. Al instante, un sepulcral silencio tan solo roto por el ruido de la motocicleta. Treinta segundos más tarde, el clamoroso entusiasmo de los asistentes por tan asombrosa demostración. Ha sido un rotundo éxito que el propio Lord Brewster constata cuando baja del ciclomotor y ve que Horatio apenas tiene un rasguño. Su protector para accidentes, al que tantos años de su vida había dedicado, ha funcionado a la perfección. Aunque lo que Lord Brewster no pudo prever aquel día es que su invento muy pronto fue reemplazado por nuevas protecciones más eficientes.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Sidney Bechet - Blue horizon (1945)

17 de noviembre de 2014




Yo, que nunca tuve demasiadas ambiciones, que siempre me había dejado arrastrar un poco por los acontecimientos, porque las cosas eran así y tampoco me preocupaban demasiado, y que, para qué negarlo, también me he abandonado a la pereza, me encuentro ahora entregado a una profunda reflexión. Aún no sé muy bien como, pero hace un tiempo noté de repente un hormigueo en mi interior que me carcomía cada vez más a medida que pasaban los días, tanto que ni tan siquiera logro ahora conciliar el sueño. Porque pienso durante horas, mientras estoy ahí, en el zoo. Y aún así intento mantener la concentración en mi quehacer diario. Pero no puedo. No puedo evitar analizar mi pasado, revisar los acontecimientos de mi vida, valorar si realmente cada uno de mis actos me ha proporcionado el camino para conseguir mi plenitud existencial. Porque si la hubiese conseguido, pienso, no estaría ahora sumido en esta angustia vital tratando de hallar una respuesta. De ahí la seriedad que desprende mi semblante. Pero una cosa si sé, que todo este desasosiego comenzó cuando Hans, nuestro nuevo cuidador, tomó la costumbre de poner la lata de disolvente sobre mi caparazón desde la primera vez que vino a limpiarnos.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frédéric Chopin - Nocturno nº 20 / Claudio Arrau-Piano (https://www.youtube.com/watch?v=Lo41kkt-vsw)

16 de noviembre de 2014




Si, lo han adivinado. Soy yo. ¡Ya sé! ¡ya sé! Se preguntarán por qué de repente me he plantado delante de ustedes, así, sin avisar, cuando hasta hoy mismo nadie me había visto, aunque la mayoría siempre ha sabido de mi existencia. Y ahora que me ven seguro que alguno me ha reconocido por la campanilla que tengo en mi mano derecha. Pero les voy a ser sincero. He decidido aparecer por aburrimiento, porque cada vez tengo menos trabajo y los días se me hacen largos. Pero sobre todo porque últimamente casi nadie recurre a mis servicios. Y he pensado que si ven mi imagen a lo mejor se animan un poco y se ponen en marcha. Porque antes no tenía ni un instante de respiro, eran todos muy activos, aunque es cierto que también los había más perezosos. Pero hoy en día, con la televisión, el fútbol y las nuevas tecnologías esas, apenas se acuerdan de mí. Yo que siempre les serví con fidelidad, atendiéndoles a muchos al mismo tiempo, en todo momento. Y ahora casi todos me han abandonado. Si, lo han acertado, soy la inspiración, la que da ideas a cualquiera que las necesite, aunque los políticos nunca me hacen caso. Ya sé que se han quedado boquiabiertos, porque siempre me han visto en forma de mujer, como siempre me han representado los pintores, pero comprenderán que alguna licencia me tenía que tomar.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Joaquín ROdrigo - Concierto de Aranjuez (Xavier Maestre - Harpa) (https://www.youtube.com/watch?v=__Iu98UdouU)

13 de noviembre de 2014




Me vi abocado a la más absoluta indiferencia de aquel aburrido oficial de guardia quien, por mucho que juré y perjuré sobre mi inocencia, apenas levantó sus ojos de la ficha que rellenaba con mis datos. Al igual que los otros policías que me custodiaban, que tampoco mostraron un ápice de cortesía sin ni siquiera tener la más mínima consideración. Gente sin alma, como diría mi tío Hippolyte. Pero ante esos tipos tan hoscos, en medio de esa absurda situación, noté que había algo extraño en aquella aséptica estancia. Entonces surgió en mi cabeza un pensamiento que desde hacía mucho tiempo venía carcomiéndome por dentro. Y a pesar de que Françoise me solía decir que tan solo eran imaginaciones mías por mi tendencia a exagerar las cosas, comencé a sentir miedo, a tener la sensación de que el tiempo pasaba cada vez más despacio. Tuve una extraña intuición. Me puse nervioso. Y pensé: "me la tiene jurada". Y al mismo tiempo trataba de luchar contra mí mismo para mantener la calma. Pero cuando me sacaron de la comisaría, antes de que me metieran en el furgón, durante el inútil forcejeo por desprenderme de mis ángeles custodios, fue cuando vi al inspector Bouchard asomado por la ventana de su despacho, mirándome fijamente y esbozando una siniestra sonrisa de satisfacción, el muy cínico, porque me llevaban bien sujeto. Entonces lo supe. No eran alucinaciones mías. Mis sentidos no me engañaban, porque siempre tuve el presentimiento de que yo nunca le gusté. Decía que, aunque nos pusiésemos traje y corbata, los artistas éramos unos holgazanes que vivían del cuento, algo que no se merecía su idolatrada hija Françoise para quien deseaba un hombre recto con futuro, buena posición y vida normal como Dios manda.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Django Reinhardt & Stéphane Grappelli - J'attendrai (1938)

12 de noviembre de 2014




Aquel 10 de noviembre de 1923 iniciamos una revolución en el reformatorio de St. James por considerar injusto, desmesurado e incluso hasta inhumano el castigo que nos habían impuesto. Pero lo peor fue que la rebelión se vio comprometida por la intervención del grimoso reverendo O’Malley que, con esa actitud pazguata de no haber roto nunca un plato y su vocecilla atiplada que tan nerviosos nos ponía, trató de convencernos para que depusiéramos nuestra actitud, lo que hizo mella en nuestro amigo Jimmy quien, debido a su extrema sensibilidad, no lo pudo soportar y acabó abriéndole la puerta pese a nuestros denodados esfuerzos por impedírselo. Al fin y al cabo no teníamos nada que perder. St. James tenía fama de ser una institución austera e inflexible en la que soportamos castigos de la más diversa índole, aunque con el tiempo, nos habían endurecido. Como las calles de donde fuimos arrebatados, porque éramos delincuentes de poca monta a los que internaron en aquellos muros para que cumpliésemos nuestras penas e hicieran de nosotros, como repetía hasta la saciedad el siniestro director, futuros hombres de provecho. Pero lo peor de todo no eran los madrugones, ni los extenuantes horarios, ni la gimnasia en el patio o la mala comida, sino ese castigo tan inhumano por el que nos amotinamos y que era la imposición de formar parte del coro que dirigía el reverendo O’Malley y su voz tan chirriante, con ese repertorio tan insufrible, tan indigesto y tan fatigoso que nos habría de provocar todavía muchas pesadillas hasta bien entrada la madurez.

(N. d. T.: Debido a que el coro del reverendo O’Malley jamás pisó un estudio de grabación, ni tampoco existe documento alguno que cite los títulos de las canciones que componían su repertorio, nos aventuramos a incluir una delicada pieza por la única razón de que su estructura armónica y su espíritu coinciden con las exiguas descripciones musicales que aparecen en los escasos testimonios de la época que se conservan).

· Fondo musical para acompañar la lectura: Cabin Kids - Old McDonald had a farm (1935)

7 de noviembre de 2014




Muy pronto la agente Olga Ivanova Kuznetsov habría de convertirse en heroína nacional cuando aquel 12 de marzo de 1923 se enfrentó a una amenaza que las autoridades se apresuraron a ocultar para tratar de evitar el pánico en la población. Olga Ivanova, quien siempre mantuvo su rostro en el anonimato, fue expresamente escogida por los servicios de inteligencia al haber sido la primera de su promoción en la escuela militar. Ella, que era una mujer inteligente, fría, experta en técnicas de camuflaje y, según algunos testimonios, en las artes de la seducción, había sido la elegida para afrontar una misión de extrema delicadeza. Los informes confidenciales de la agencia espacial detallaban que una de las estaciones situadas en Siberia Oriental había detectado varios objetos no identificados que habían caído del cielo, lo que hizo sospechar al estado mayor que podría tratarse de una invasión extraterrestre. Y esa fue la versión oficial durante más de medio siglo, hasta que Olga Ivanova, ya muy anciana y con síntomas de demencia senil, empezó a contarles a sus compañeros del asilo como detuvo aquella invasión. Había inmovilizado al cabecilla, decía, un alienígena de aspecto muy tosco que se hacía llamar Oleg Basiliev quien en esos momentos trataba de desenganchar unos paracaídas de unas enormes cajas de madera que estaban esparcidas por la zona. Pero lo que le resultó más extraño, decía, era que todas contenían botellas de whisky de Malta. Y aún así, ella no dijo nada, porque se trataba de una misión secreta.

(Foto: cortesía de Lola Herrero)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Lidiya Ruslanova - Katyuska (https://www.youtube.com/watch?v=jHWmkLIFx7s)

4 de noviembre de 2014




El tacto y la discreción de algunos invitados en aquella recepción fueron determinantes para solventar en tan solo unos instantes una embarazosa situación que a punto estuvo de generar una crisis mundial. Aunque se evitó en lo posible que aquel suceso trascendiese más allá de las paredes de la embajada, Robert O’Keeffe, el fotógrafo que cubría el evento, logró captar justo el momento después, cuando los ánimos se tranquilizan y las aguas vuelven a su cauce. El agregado Olivier Desrochers sonríe a la cámara, al igual que su mujer Yvette, como si no hubiera sucedido nada. Mientras tanto, al fondo, ajenos a todo, la baronesa Van Wegberg brinda con Jimmy Ramsey, el célebre jugador de golf con fama de playboy. A su izquierda, algo más alejada, Giulietta De Luca, la esposa del embajador italiano, cuyo rostro aún da muestras del sofoco tras la tensión vivida. Frente a ella, Mauricio Valdés, el ministro cubano de agricultura, quien todavía no sale de su asombro. Y a su lado, de espaldas, la aristócrata húngara Franciska Szabolcsi que habla con el corresponsal español Aniceto Perales. Pero en aquella instantánea O’Keeffe consigue captar al hombre que ha generado el conflicto, el que ocupaba el hueco que hay en la mesa, entre la Sra. De Luca y el Sr. Perales. Está sentado en primer término, todavía bajo los efectos del alcohol, cabizbajo, quizá avergonzado por haber contado demasiados chistes que ridiculizaban las diferentes nacionalidades. Por eso nadie le mira.

· Fondo musical para acompañar la lectura; Tina Brooks - Everything happens to me (https://www.youtube.com/watch?v=2TGhSC5Iry8)

3 de noviembre de 2014




Santos Molina es un jovencito tímido y modoso que tuerce la cabeza hacia un lado cada vez que un adulto se dirige a él. Hay quienes en el pueblo piensan que en realidad sufre algún tipo de retraso aunque también los hay que lo atribuyen a un posible complejo de Edipo. Las continuas burlas que sufre de sus compañeros del colegio no impiden que Santos sueñe en secreto con una vida mejor y por ello, cuando cumple la mayoría de edad, decide marcharse a hacer fortuna a la capital pese a las reticencias de su madre que piensa que puede ser engañado por cualquier desalmado dada su extrema timidez. Sus padres apenas tienen noticias suyas salvo por alguna que otra postal que reciben con exiguos mensajes donde dice que las cosas van bien. Hasta que, casi dos décadas después, el 28 de julio de 1934, los periódicos nacionales publican en sus portadas una fotografía que muestra el momento en que la policía detiene a Santos cuando trataba de cruzar de incógnito en motocicleta la frontera de Andorra cargado de fajos de billetes que oculta en el interior de su gabardina. Pero lo único que preocupa a Santos durante su encarcelamiento es tratar de comprender cual ha sido el error que ha cometido ya que él siempre se ha considerado un hombre calculador, metódico y riguroso. La verdad la sabrá después, cuando le explican en la vista oral que lo que realmente despertó las sospechas del oficial de la aduana fue su gabardina negra, una vestimenta inusual en una época como el verano y demasiado abultada para ser la de un modesto cajero de banco. Y lo que aún empeoró más el asunto fue que, por caprichos del destino, se descubrió que dicho oficial tenía depositados sus ahorros en la sucursal donde precisamente trabajaba Santos.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Mills Brothers - Money in my pockets (1934)

29 de octubre de 2014




Sandalio López siempre ha salido en las fotos. En las que se hicieron aquel azaroso día no saldrá a pesar de la consternación que va a provocar cuando revele su decisión. No ha podido dormir durante toda la noche. Sus nervios le han hecho pasear de un lado al otro del salón, beber algunos tragos de whisky y fumar compulsivamente. Todavía su cabeza dará vueltas momentos antes de dirigirse a los suyos. Arrastra ya muchas semanas de reflexión, de dudas, de angustia, pero ha decidido dar el paso. Un paso que siente como algo trascendental, incluso histórico. Sabe que hasta sus personas de confianza pueden darle la espalda después de tantos años de trabajo y compromiso, de patear mercados y pequeños comercios, escuelas y asociaciones vecinales, ambulatorios y residencias de ancianos, día tras día, hablando con unos y otros, ganando su confianza. Pero su determinación es irrevocable. Así se muestra, con gesto imperturbable cuando llega el momento. Pone sus papeles sobre el atril. Se coloca el nudo de la corbata. Alza la vista y mira a su alrededor. Tras un corto silencio comunica a su equipo que como alcalde ha decidido convertirse en un hombre recto, íntegro y honrado. De su salida de la sala de juntas tampoco habrá imágenes.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Philip Glass - Glassworks / Opening (https://www.youtube.com/watch?v=anyFjDb9oLE)

25 de octubre de 2014




Aquel día lluvioso de otoño un abatido Frédéric debe de tomar una determinación. Pasa la mañana paseando por los Campos Elíseos absorto en sus pensamientos. Su vida, piensa, depende de una decisión que, sea cual sea, determinará el curso de su existencia. Por un lado sabe que si la respuesta es afirmativa se abrirán dos posibilidades, que se cumplan sus deseos o que, por el contrario, sea una broma del destino y ello le implique ser, entre otras cosas, el hazmerreír entre quienes le conocen. Pero en caso negativo, se vuelve a repetir la jugada, es decir, aparecen otras dos opciones. O bien que no pase absolutamente nada, con lo que su credibilidad se mantendría incólume pero con la duda permanente de lo que hubiese podido suceder en caso de elegir lo contrario. Y lo contrario, que es precisamente la otra opción, aunque a expensas de que finalmente pudiese ser un espejismo fruto de su imaginación. Pero por el momento Frédéric decide no decir nada a nadie sobre su preciada posesión porque hay algo raro en el genio de la lámpara. No solo la forma del recipiente difiere del original, sino que el genio siempre sonríe de manera perversa mientras fuma un cigarrillo tras otro. Y eso le resulta un poco sospechoso.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Lucette Raillat - La môme aux boutons (https://www.youtube.com/watch?v=xuoaT0Df42k)

24 de octubre de 2014




Ahora, que ya lleva enterrado desde hace casi una década, poco importa lo que unos y otros puedan seguir diciendo sobre mi hermano Nicholas. Sé que nada va a cambiar y que cada cual puede pensar lo que le venga en gana, pero tan solo pretendo que se haga justicia, porque mi hermano fue una víctima más de la sociedad. Él era el mayor y yo el pequeño de cuatro hermanos. Quizá por ello, desde que tuve uso de razón, sentí una profunda admiración por él. Algo que se acrecentó cuando presenciaba sus continuos enfrentamientos con el resto de la familia, sobre todo con nuestro padre quien no aprobaba su actitud. Nicholas era como era, y además un chico muy apuesto. Tenía un éxito arrollador con las chicas, algo que potenciaba imitando los ademanes de James Dean. Hasta que se le metió entre ceja y ceja convertirse en playboy. Al fin y al cabo era un trabajo que permitía ver mundo, conocer gente y mucho más limpio y con más beneficios que el humilde taller mecánico de nuestro padre. Aunque implicase muchas veces vérselas con la ley, y que en su caso fueron tantas que llegó a hacerse muy popular entre los uniformados. Y aún ahora, que han pasado tantos años, y desde la perspectiva que me da la vejez, sigo pensando que lo que realmente perdió a Nicholas fue su manera de ser, porque en el fondo era un ser impresionable, influenciable, ingenuo, al que le obnubilaban las tonterías que le decían repetidamente las bobaliconas amigas de mi hermana Henrriette, como aquella de que si era igual que James Brown.

· Fondo musical para acompañar la lectura: James Brown - It's  man's world (https://www.youtube.com/watch?v=QCdc1YW001Q)

22 de octubre de 2014




Aquel convulso verano de 1962 fue muy excitante para nosotros. Y no solo por los acontecimientos que se iban produciendo ante nuestros ojos y en los que intuíamos nuevos cambios en la sociedad, sino porque también regresamos cargados con un renovado ímpetu en nuestra intención de transformar las viejas costumbres de Wahpeton, la pequeña localidad del Medio Oeste donde crecimos y que habíamos abandonado nueve meses atrás para iniciar nuestros estudios en la universidad. Estábamos ansiosos por llevar a la práctica las ideas que nos había transmitido el profesor Kaplan, un tipo con fama de agitador que nos impartía filosofía política. Por eso nada más llegar nos pusimos manos a la obra. Teníamos que cambiar el anticuado sistema preestablecido iniciando la revolución con un acto subversivo que provocase la suficiente conmoción como para despertar de un plumazo las aletargadas almas de nuestros conciudadanos. Si no fuese por la súbita impresión que le causamos a la anciana señora Hastings cuando pasamos delante del porche de su casa donde se hallaba plácidamente sentada en su mecedora, nuestra acción hubiese sido un éxito rotundo. Pero la ignorancia, que todo lo tergiversa por su alienación mental, se encargó enseguida de desprestigiar nuestro acto tachándolo de subrepticia y pueril gamberrada.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Lively ones - Misirlou (https://www.youtube.com/watch?v=o5so-msI7uI)

20 de octubre de 2014




El 13 de octubre de 1910 Harry Ellsworth resolvió el misterio que generó un gran revuelo social él cual se había acrecentado cuando varios reputados especialistas en la materia no pudieron dar una explicación exacta sobre la tan sorprendente como curiosa técnica con la que el catcher Jimmy McClure estaba destinado a revolucionar el béisbol. Por lo pronto, había generado una encrespada división de opiniones, desde quienes afirmaban que provenía de otra galaxia, es decir, sus seguidores, hasta los que le acusaban de hacer trampas, o sea, sus adversarios, ya que les parecía muy extraño que un equipo como el de McClure hubiese permanecido imbatible durante aquella temporada como también que aquel no cometiese ni un solo fallo en ninguno de los partidos jugados. Por más que McClure defendió su inocencia, la Liga Americana de Clubes de Béisbol Profesional abrió una investigación a instancias de las autoridades políticas para aclarar el asunto ante el temor a que este pudiese tambalear la estabilidad del país. Las sospechas se disiparon definitivamente con la prueba fotográfica de Ellsworth que demostró que no había tal misterio: no solo todo lo que decía McClure era verdad, sino que además reveló que poseía un prodigioso talento para la observación.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Al Bowlly - Did you ever see a dream walking? (https://www.youtube.com/watch?v=p6pfR7lsZWw)

10 de octubre de 2014




Aquel día Atilano Ramírez se siente feliz. Agarra el volante con pulso firme mientras aprieta el puro en sus labios. Está a punto de iniciar un viaje hacia las tierras salvajes cumpliendo un sueño de la adolescencia, cuando leía las novelas de Zane Grey y se imaginaba las llanuras. Pero Benita, su mujer, muestra una alegría más contenida. Aunque todo aquello le parece ridículo, es consciente de la ilusión que le produce a su marido. En realidad es una nimiedad, piensa, un capricho barato y no le importa ceder. Al fin y al cabo Atilano trabaja demasiadas horas en el pequeño restaurante que regenta en Brooklyn. Sin embargo, para Matilde, su hija, es una tontería, como muchas otras de su padre, y además aburrida. De ahí la rígida expresión de su cara, ya que prefería estar con sus amigas. Y con ellos los padres de Benita, don Camilo y doña Eulalia, quienes también abandonaron Úbeda, pero para estar cerca de su hija, porque siguen viendo con recelo a su yerno y sus absurdas ideas de soñador. No se fían de él, por eso les acompañan, como tantas otras veces, por si acaso, aunque sea ante un fotógrafo en una caseta del parque de atracciones de Coney Island.

(foto: cortesía de Luis Argeo y http://tracesofspainintheus.org/)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Isaac Albéniz - Tango / John Williams (https://www.youtube.com/watch?v=j7ygTF2hBFk)

8 de octubre de 2014




Gaston Desmarchais, quien fuera el director de la banda municipal de Sévérac–le–Château, inculcó el amor por la música a sus tres hijos quienes desde niños ya habían dado muestras precoces de poseer un enorme talento musical. Cuando terminaron sus estudios en el Conservatorio de París, donde fueron alumnos de prestigiosos profesores como Jean Monteux en contrapunto y Jacques Bleuzet en composición, iniciaron una prometedora carrera como intérpretes bajo el nombre artístico de Trio Desmarchais. Sin embargo, las expectativas generadas pronto se diluyeron. Ya desde su primera actuación hubo algo extraño que no encajaba con el espíritu de las obras clásicas que interpretaron, pero a las que imprimieron un sonido muy característico que provocó en la crítica especializada tal desconcierto que algunos, o por miedo a equivocarse o por no tener palabras para definirlo, se cubrieron las espaldas calificándolo de vanguardia. Sea como fuere, ese efímero revuelo desató la tragedia que aniquilaría definitivamente a la formación. Si bien Jules con la guitarra y Gustave al violonchelo renacerían de sus cenizas convirtiéndose en el ya legendario Duo Desmarchais, la figura de su hermano Bernard, considerado el verdadero genio del trío, fue difuminándose lentamente al no conseguir que la ocarina tuviese cabida dentro del repertorio clásico.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Friedrich Burgmüller - Nocturne No.1 (https://www.youtube.com/watch?v=m_sKRr_n1NE)

6 de octubre de 2014




Después de tantos anuncios, presagios y profecías aquel 10 de octubre de 1968 llegó el futuro. Había nacido una nueva era, y con ella una profunda excitación que recorrió las entrañas del matrimonio Hamilton. Por fin, tras algo más de veinte años en la empresa, Roger era ascendido a jefe de departamento. Las cosas iban a cambiar, pensaba Margaret, porque en su nueva posición se relacionarían con la flor y nata de Crookston, adquiriendo el estatus de invitados imprescindibles a cualquier acto social que se preciase. El primer paso fue la renovación. Se acabó lo obsoleto, lo anticuado, todo lo que oliese a naftalina, el mobiliario estilo isabelino, la vajilla con imágenes de paisajes bucólicos, los cuadros con escenas de caza, las tapicerías con adornos vegetales, las cortinas bordadas, el gotelé, los zapatos de rejilla, las camisas a cuadros y los vestidos estampados. En poco tiempo y para asombro de sus allegados, los Hamilton se habían convertido en los adalides de la modernidad en Crookston. Transformaron el interior de su casa en un espacio amplio y minimalista al mismo tiempo que adquirieron un nuevo vestuario de rabiosa actualidad que seguía las últimas tendencias de la moda que venía de París. La vida parecía comenzar de nuevo. Pero la realidad fue otra ya que las invitaciones nunca llegaron. Sin embargo Margaret y Roger tampoco le dieron demasiada importancia al asunto porque enseguida lo atribuyeron a la envidia, a la ignorancia y a la estupidez de la mojigata y anquilosada sociedad de Crookston.

(A mi amigo Eduardo Trías, quien también me proporcionó la imagen)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Esquivel - Begin the begine (https://www.youtube.com/watch?v=gnEdQjiL73A) 

3 de octubre de 2014




Según mi madre, las tonterías del cine habían hecho demasiada mella en mi padre, tanto, que desde muy niño sintió la necesidad de hacer acrobacias, como su adorado Buster Keaton. Pero la realidad en la que vivía no había cabida para un soñador, ni tampoco para piruetas y mucho menos en tiempos de dificultades como aquellos por lo que, sin perder su sentido del humor, convenció a mi madre y emprendieron un nuevo rumbo, lejos de allí. Yo aún era muy niña pero recuerdo con claridad sus ocurrencias, algunas verdaderamente surrealistas, que llevaba a cabo sin el menor retraimiento, en cualquier momento del día y ante cualquiera. Quizá era su válvula de escape de una vida que al final no respondió a sus expectativas, porque su trabajo como conserje de un modesto hotel de San Francisco tampoco daba para grandes alegrías, pese a que el lugar era una fuente constante de variopintas anécdotas que después nos contaba desplegando toda su artillería gestual. E incluso, ese actor que llevaba dentro y que a su manera lo fue, le llevó a convertir la minucia en arte, como aquella mañana de domingo cuando nos demostró por medio de la mímica la forma de tender un puente entre dos continentes, conmigo ahí, sobre sus posaderas, para que yo comprobase que no me engañaba. Era una nimiedad, como tantas otras más que hicieron que tuviésemos uno de los álbumes de fotos familiares más originales y divertidos que he visto en mi vida. Y no, ese día, el del puente, aunque nos reímos mucho, no se cayó al agua.

(Foto: cortesía de Luis Argeo y http://tracesofspainintheus.org/)

· Fondo musical para acompañar la lectura: James Scott - The suffragette waltz (https://www.youtube.com/watch?v=1KjrD_B5X1M)

2 de octubre de 2014




Cuando aquel 28 de febrero de 1921 The Daily Mirror había dado la noticia de la desaparición del escritor Cedric Hightower un estremecimiento se apoderó de la nación porque sus lectores se contaban por miles. El autor de “Aflicción”, “Pesimismo” y “Tormento”, la célebre Trilogía de la Desesperación que le elevó a los altares de las letras inglesas, había dejado de publicar su columna diaria en aquel periódico. Y lo que en un principio se achacó a una posible indisposición, ya que aquel invierno había sido uno de los más fríos de los últimos años, pronto se transformó en un enigmático mutismo que, al prolongarse en el tiempo, fue generando todo tipo de especulaciones, algunas incluso descabelladas, como que había abandonando la vida mundana para convertirse en un monje hinduista. Varias décadas después, cuando la figura Hightower yacía en el más absoluto de los olvidos, una apacible anciana llamada Abigail Proudfoot reavivó el misterio al afirmar en su lecho de muerte que ella había sido su ama de llaves, y que si antes no había dicho nada era, simplemente, por proteger al escritor. Según sus palabras, éste sufrió un boqueo creativo de tal magnitud que le sumió en una endiablado enfrentamiento contra sí mismo y contra su propio personaje, Satnam, el faquir existencialista que se enfrentaba al racionalismo en la trilogía que un día le había catapultado a la fama.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Vivaldi - Eja mater, fons amoris, Stabat Mater RV 621 (Andreas Scholl) (https://www.youtube.com/watch?v=LArWaKXUI2I)

25 de septiembre de 2014




Timothy, el hijo del comerciante de pinturas de Redwood Falls, fue muy raro desde el día de su nacimiento, lo que hizo pensar a su madre, devota creyente, que era una prueba divina y a su padre, agnóstico convencido, que era simplemente una nueva jugada de su acostumbrada mala suerte. Los caprichos del destino eran así y tampoco se podía hacer mucho en aquella pequeña localidad rural del Medio Oeste situada en mitad de la nada, salvo aceptar las cosas tal como venían. Y sobre eso los vecinos de Redwood Falls sabían mucho. El doctor Guthrie diagnosticó que el chico tenía un coeficiente intelectual bajo, unas palabras que sus padres no comprendieron bien que significaban pero que aceptaron no sin dificultad. Sea como fuere, Timothy era un ser cándido e inofensivo quien aquel 30 de octubre de 1938 se sintió el elegido para detener la invasión marciana que se avecinaba tal como anunciaba en la radio un tipo que después, según el reverendo McFarden, se hizo famoso en el cine. Porque ahí, en lo alto, al lado del negocio de su padre, Timothy pasó el resto de su vida, mirando al cielo, a la espera del contacto para salvar el mundo, aunque el único que tuvo fue el de su madre, cada día, para ponerle comida en una cesta atada a una cuerda que él después elevaba con sumo cuidado.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frank Stokes - I got mine (https://www.youtube.com/watch?v=YZBBLHJV130)

23 de septiembre de 2014




Rosita García siente desde niña la llamada del cine por lo que muy pronto, cuando apenas tiene dieciséis años, marcha a la capital y comienza a recorrer los estudios. Consigue pequeñas cosas de figuración, sin embargo no se amilana y prosigue en pos de cumplir su sueño. Una tarde de noviembre tiene una revelación viendo una película de Myrna Loy. Su sitio, piensa, es Hollywood. Hace todo lo posible para reunir el suficiente dinero que la lleve a Los Ángeles. En algo más de un año ya pasea por las aceras de Sunset Boulevard, aunque soñando, porque la oportunidad que busca no viene. Actúa como cantante en varios locales nocturnos, pero disfrazada, para darle algo más de originalidad a sus interpretaciones. Una noche, un joven con un fino bigote acude a una de sus galas. Éste queda hipnotizado por Rosita. Después esboza una enorme sonrisa y sale con celeridad del lugar. Peter Moore, que ejerce de camarero, no pierde un detalle de aquella escena. Aquel enigmático joven no volverá a aparecer más. Como la suerte será esquiva con Rosita. Se retira definitivamente del mundo del espectáculo cuando conoce a un ranchero de Minnesota con quien contrae matrimonio. A partir de ahí llevará una vida anónima pero cómoda y tranquila, hasta que una apacible mañana de junio fallece a avanzada edad sin saber que aquella noche, de la que probablemente jamás se ha acordado, ella fue la fuente de inspiración de Minnie, la novia del ratón Mickey y que aquel jovenzuelo era un tal Walt Disney.

(foto: cortesía de Luis Argeo y http://tracesofspainintheus.org)

· Fondo musical para acompañar la lectura: Gene Austin - Ain't she sweet (https://www.youtube.com/watch?v=1xpSeaxRpCc)

20 de septiembre de 2014




Los escasos nonagenarios que viven en Villarrubia del Arzobispo aún recuerdan, aunque de manera borrosa, las habladurías que provocó su ilustre vecino Feliciano Pérez, el hijo del herrero, cuando un buen día, camino de la fábrica, le sorprendieron saltando la cuerda que Gregoria Fernández tenía instalada en la calle para tender su ropa. Bien era cierto que todos respetaban a Feliciano quien había interrumpido la ancestral costumbre de heredar el oficio familiar para dedicarse a la plantación de olivos, cosechando poco tiempo después un enorme éxito cuando tuvo la idea rellenar las aceitunas con anchoas. Una innovación que provocó el entusiasmo general en el Pabellón español de la Exposición Internacional de París de 1937. Pero lo extraño de aquel acto con la cuerda de Gregoria Fernández es que Feliciano, el rey de la aceitunas, lo convirtió a partir de aquel día en una costumbre que llevaba a cabo cada mañana cuando se dirigía a su fábrica. Algo que generó las especulaciones más dispares siendo Don Ciriaco, el maestro del pueblo, el que hallo una explicación con lo del estado del alma de Platón. Luego se supo que no andaba mal encaminado, porque el propio Feliciano confesó, ya sexagenario, que saltaba por el hecho mismo de saltar, así, sin más, y que lo dejó de hacer cuando las fuerzas no se lo permitieron.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Norri Paramor - I Could easy fall (in love with you) (https://www.youtube.com/watch?v=p2fY2iEJUYI)

16 de septiembre de 2014



Caperucita Roja, que en realidad se llama Ludmila Fiódorovna y es una activista comprometida del sindicato de escritores, se interna en el bosque para cumplir con sus responsabilidades. Tiene una abuela que malgasta su pensión en el bingo que Ivan Arsenevich ha construido en un pueblecito situado al pie de los Urales con el dinero que había ido ahorrando durante más de una década trabajando como remero del Volga. Ludmila es una jovencita alegre, ingenua y extravertida que saluda a todo aquel que se cruza por su camino con una enorme sonrisa, como a Yuri, un alienígena que vive en el bosque y quien un día, por azar y a causa de una avería irreparable en su nave, cayó en la tierra para poco después enamorarse perdidamente de la tundra y convertirla en su nuevo hogar. Yuri y Ludmila se hacen grandes amigos al mismo tiempo que descubren que sus juegos son beneficiosos para la abuela ya que ésta se distrae de tal manera con ellos que se olvida del bombo, las bolas y los cartones. Ahora no tienen grandes lujos porque la pensión tampoco da para mucho, aunque de vez en cuando se permiten algún que otro capricho, como tomarse un pequeño aperitivo con caviar y acompañarlo con unos chupitos de vodka para digerirlo mejor.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Leonid Kharitonov & Red Army Chorus - Song of the Volga (https://www.youtube.com/watch?v=uNb54rwDQJM)

15 de septiembre de 2014




El tio Algernon era un joven predicador cuya ingenuidad le había llevado a plantarse en Chicago para salvar a las almas descarriadas que habían convertido la ciudad en un lugar inseguro y peligroso. Si bien, con el tiempo, había conseguido enderezar a unos pocos delincuentes de poca monta pronto se dio cuenta de que una fuerza mayor como era el crimen organizado necesitaba de otras tácticas. El mal se extendía y él estaba llamado a ser su azote aunque ello implicase una doble vida, a Dios rogando por el día y con el mazo dando por la noche. Una vez diseñado minuciosamente su equipo, en el que era importante el factor psicológico para generar un temor mayor, y acompañado de su gato Absalón, el tío inició su particular cruzada contra la depravación y el delito aquella noche del 31 de octubre de 1933. Pero su misión tan solo duró unas pocas horas convirtiéndose muy pronto en el hazmerreír del hampa. El tío había pasado por alto un pequeño detalle genético que se puso de manifiesto cuando pronunció sus primeras palabras, su voz atiplada, por lo que recibió unas cuantas sonoras bofetadas en medio de las risotadas de unos y otros.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Kid Ory's Creole Jazz Band - Tin Roof blues (https://www.youtube.com/watch?v=fHmYLR4Qa-4)

12 de septiembre de 2014




Aún sigue siendo fuente de conflictos familiares el enorme revuelo que provocó mi tío aquel verano del 47 en las playas de Maine recibiendo todo tipo de improperios y puñetazos, casi siempre propinados por novios celosos y maridos indignados. Porque el tío seguía empeñado en acercarse a las mujeres, fueran jovencitas o señoras entradas en edad, ignorando las advertencias de la tía quien, desesperada y con los nervios en vilo, trataba de hacerle entrar en razón. El tío era tan excesivo, tan visceral y tan bruto que en su obcecación por salvar el mundo era incapaz de ver la realidad, que para los veraneantes era simplemente la oronda pesadilla que venía a fastidiar su descanso. Y aún así, al día siguiente y pese a las agresiones y los insultos, volvía a la carga con fuerzas renovadas. Día tras día. Y así aquel verano el tío se hizo muy popular gracias a la prensa local que lo tildó con numerosos adjetivos, desde lunático peligroso hasta obseso sexual, ignorando la verdad de su misión, que él era el presidente de La liga de la Decencia de Maine. No sé como serían los siguientes veranos, porque en casa nunca se hablaba de él para evitar las disputas, ya que era el hermano pequeño de mi madre y mi padre no lo tragaba. Sólo sé que mis padres siempre declinaban sus invitaciones de pasar juntos las vacaciones con la excusa del trabajo. Y lo peor para mí era que en Kansas no había playa.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Mezz Mezzrow - House party (1945) (https://www.youtube.com/watch?v=wR6ejMHVvl8).

10 de septiembre de 2014




Mi abuelo no fue un héroe. Descubrir esa verdad me supuso una profunda decepción porque mis amigos del colegio tenían un miembro en su familia que destacaba por algo. Pero yo me callé. En la mía no habíanadie. Todos eran muy normales, incluso aburridos, quizá demasiado, menos el abuelo, que era el único que había visto algo de mundo cuando estuvo en la Primera Guerra Mundial. Recuerdo que la principal atracción de las sobremesas familiares eran sus relatos, y que yo me quedaba boquiabierto, hipnotizado, con la baba casi colgando, escuchándole, aunque siempre contase las mismas historias. Era un gran narrador. Luego, cuando fui más mayor, supe que al abuelo le gustaba engrandecer sus hazañas, como aquella cuando se le dobló la ametralladora en un vuelo de reconocimiento, y él, al igual que el piloto y el capitán, que se llamaba Manfred von Richthofen, no perdieron la compostura ya que en ese momento, cosas del destino, el enemigo les sorprendió y comenzó a disparar. Eso les salvó la vida, decía, porque supieron conservar la sangre fría y pudieron aterrizar sin sufrir apenas unos rasguños. Lo mismo hice con mis amigos para mantener mi integridad cada vez que les contaba que mi abuelo había volado con Manfred von Richthofen, el mismísimo Barón Rojo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frederic Chopin- Nocturne 
in C-Sharp minor Opus 27, No. 1 / Vladimir Horowitz (https://www.youtube.com/watch?v=2Fkky_mF1Z0).

9 de septiembre de 2014




Todavía guardo en mi memoria el impacto que me produjo el primer día que entré la universidad, cuando aún era un pipiolo enmadrado que hasta entonces nada había visto más allá de las paredes del instituto y del calor del propio hogar. Aquello significó un cambio importante en mi vida aunque no fui consciente de ello por ese profundo sentimiento de rubor que experimenté a lo largo de esa jornada y de las siguientes. Luego supe que algo parecido habían sentido mis compañeros cuando uno de ellos nos dijo que era una situación normal porque estábamos en una de las universidades cuyo prestigio se basaba en sus innovadores métodos docentes. Y ahora, que han pasado muchos años, les puedo confesar que allí nació todo lo que vendría después, y que las clases del profesor Lockwood fueron el germen y epicentro de una nueva manera de entender las cosas. Pero él nunca fue consciente de aquello, porque su amor por la prehistoria hizo que nosotros, sus alumnos, la viviésemos de una forma tan intensa como única, algo que intentaríamos aplicar después en nuestra comuna mientras duró nuestra etapa hippie.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ludwig Van Beethoven - Movement 3, tempo di menueto, Septet, Op. 20 / The Chicago Chamber Musicians  (https://www.youtube.com/watch?v=5kjHOYbib2g).

27 de junio de 2014




Yo aún era muy joven, pero aquel anuncio que leí por azar me ofrecía la oportunidad de ver nuevos mundos que existían más allá de los suburbios de Londres, entre barrizales y miseria, y en donde parecía estar predestinada mi vida. El eminente profesor Donald Higgins de la Universidad de Oxford buscaba un cocinero para formar parte de su expedición al Antártico, un proyecto que, al parecer, llevaba varios años preparando no sin pocas dificultades. No sabía nada de sartenes pero mi arrojo les convenció desde el primer momento ya que ellos eran conscientes de que no se presentarían muchos voluntarios dadas las condiciones extremas del viaje. Partimos una mañana neblinosa de Plymouth, ante la atención de los numerosos periodistas que habían ido a cubrir el inicio de la hazaña. Pero eso no tiene importancia, como tampoco la travesía, que duró varios meses. El verdadero éxtasis comenzó cuando divisamos aquel muro de hielo en el más absoluto silencio. Y dos días después, aumentó aún más, cuando el profesor Higgins, el doctor Marcus Hightower, el guía John Dickens y quien esto escribe salimos de la cabaña del explorador Ernest Shackleton y nos dirigimos en trineo hacia ese inhóspito desierto blanco. Han pasado varias semanas y no hemos visto a nadie. Ni señal alguna. Creo que estamos perdidos. Ahora, acampados en un lugar incierto en medio de la inmensidad, escribo estas palabras. No soy científico. Ni siquiera tengo estudios. Pero todavía no he perdido la esperanza. Pienso que todavía no nos hemos caído, que seguimos aquí, pegados a esta tierra helada cuando en realidad estamos en el centro del Polo Sur, debajo del globo terráqueo, es decir, boca abajo. Mientras tanto, afuera, nos sigue azotando una fuerte ventisca de nieve.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ernst Reijseger /Emmi Leisner - Dank sei dirr, Herr (G. F. Hendel) (https://www.youtube.com/watch?v=jQc_LRtDeL0)

26 de junio de 2014





Supimos que la situación era extrema cuando llegamos a nuestro destino y nos cruzamos con los pocos supervivientes del octavo regimiento de infantería que regresaban, exhaustos y maltrechos, del frente del Este. Formábamos un comando de élite al que le habían encomendado la arriesgada misión de internarse en territorio enemigo y volar los puentes de las principales vías de comunicación con el objetivo de detener el avance de las tropas enemigas. Sé que puede sonar a locura, pero había momentos en que podíamos sentir el peso de la historia recorriendo nuestras entrañas ya que el éxito de nuestra intervención podía cambiar definitivamente el curso de la guerra. Por ello, aquella tarde, antes de partir y siendo conscientes de que había muchas posibilidades de que no regresáramos vivos, nos hicimos la fotografía de rigor, como todos los viernes. Y una vez más, como siempre, volvió a aparecer el idiota de Klaus, el celador del sanatorio, truncando por enésima vez la misión con sus payasadas justo en el momento en el que Hans apretaba el disparador de la cámara. Durante muchos años tuvimos la sospecha de que Klaus podría ser un agente infiltrado, como también nos parecían extrañas las noticias que nos daba del frente diciendo, sin disimular su sonrisa, que todo seguía igual. Siempre nos olimos que algo nos ocultaba aunque jamás conseguimos saber lo que era.

· Fondo musical para acompañar la lectura: August Batzem - Wenn wir marschieren (https://www.youtube.com/watch?v=edw73c8gB9s)

24 de junio de 2014




Los vecinos de la Rue Saint–Benoît no dieron crédito a sus ojos cuando una mañana de junio conocieron a los nuevos inquilinos, los hermanos Desjardins, de aquella extraña manera, caminando acompasados y en fila india. Jean Desmarchais, el profesor jubilado que vivía en el portal nº 5, le restó importancia al asunto a apuntar que, dada la evidencia de la sonrisa que dibujaban sus rostros, los Desjardins regresaban a casa después de una larga noche de juerga. Pero la tranquilidad duró pocas horas porque la anciana Madame Rocher vio por su ventana como los cuatro hermanos salían de su casa de la misma manera en que les habían visto aquella mañana. La inquietud y la curiosidad fueron creciendo con el paso de los días porque los cuatro hermanos iban y venían siempre en fila, sonrientes y coordinados, como si estuvieran en un desfile militar. Pronto la Rue Saint–Benoît se convirtió en un hervidero de hipótesis de lo más variopinto e incluso hasta se acercó algún que otro periodista curioso. Las habladurías duraron varias décadas sin que nadie lograse descifrar el misterio. Hasta que los Desjardins dejaron de ir sincronizados a causa de los achaques de la edad. En su lecho de muerte, Marcel, el último de ellos que quedaba vivo, confesó que él y sus hermanos siempre habían sido grandes bromistas y que aquello fue algo así como su obra maestra dada la gran conmoción que generó en el barrio. «No pudimos evitar seguir haciéndolo. Nos divertía mucho y queríamos superarnos a nosotros mismos. Pero no conseguimos que mirasen el lado bueno de la vida. Era gente que se tomaba las cosas demasiado en serio», concluyó.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Les Freres Jacques & Brigitte Bardot - Stanislas (1962)

18 de junio de 2014




Te sorprendes ¿verdad? Eso es porque quizá no tengas la costumbre de ver espacios desordenados que no sean los tuyos propios. Pero hay algo que te retiene de esa imagen. No puedes apartar la mirada. Te intriga. Y comienzas a explorar los detalles preguntándote que es lo que ha sucedido en esa habitación. Buscas pistas, y cada poco, continúas leyendo este texto pensando que te pueda aportar algún dato que te permita descifrar este misterio. Ves una cama revuelta. Un tocador en la esquina del fondo en cuyo espejo no hay ninguna forma reflejada. A la derecha, una puerta abierta. En el suelo, dos alfombras. Sus pliegues delatan que ha habido movimiento, como los de las sábanas. Hay algunos papeles. Uno cerca de la cama, con una pinza. Ahora es cuando enfocas la vista y tratas de ver si hay algo escrito. Pero no ves nada. Quizás tu lado romántico te lleve a pensar que ha sido el escenario de un ardiente encuentro pasional. Pero también, tu otro lado, el morboso, te incita a especular que puede ser el lugar de un crimen. ¿Y si la realidad es otra? Que allí se hospedaba alguien acuciado por las deudas que tuvo que recoger sus cosas, precipitadamente, de madrugada, y salir de allí para desaparecer antes de que amaneciera.

(A mis amigos de Sala-mandra)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Sidney Bechet & Mezz Mezzrow - Minor Swoon (https://www.youtube.com/watch?v=kDk7RfvOgcQ)