31 de mayo de 2013



Yo siempre he sido un niño susceptible. Cualquier cosa que me decían me afectaba. Si era algo bueno me sonrojaba, y si era malo, también. Ello me creó fama de ser un poco especial en mi familia. Cualquier cosa que me pasaba, enseguida todos decían que era un exagerado. Me irritaba que me respondieran de esa manera, por lo que, de forma inconsciente, aumentaba la teatralidad a la hora de contar mis cosas. En eso, he de reconocerlo, era bueno. Pero también sufría mucho, porque ninguno entendía mis pesadillas, que eran casi a diario. Cuando me despertaba, llorando, mi padre, con cara de fastidio y bostezando, me susurraba, para no despertar a mi madre, que eran caprichos de niño consentido, que era un cobardica y que tenía que aprender a ser un hombre. Pero yo le insistía en que soñaba con diablos, con dos exactamente, que eran los que se me aparecían todas las noches, y que uno de ellos ponía una de sus manos sobre mi hombro, que me echaba a temblar y que el miedo me impedía gritar para pedir ayuda. Entonces, mi padre esbozaba una sonrisa, me daba unas palmaditas y me decía que todo aquello eran sueños. A mi me fastidiaba, porque esos diablos estaban ahí, aunque nadie de mi familia nunca los vio.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Johann Sebastian Bach - Sonata nº 1 in G minor, BWV 1001, Arthur Grumiaux (violín) (http://www.youtube.com/watch?v=V_VBtfK79kQ)

30 de mayo de 2013



Era una situación extraña, rara. Incluso diría insólita. Como si te despertases de un sueño en medio de un paisaje desconocido, rodeado de un sepulcral silencio. Estábamos ahí, en medio de la nada, los cuatro, inquietos, temerosos, forzados a vivir en unas circunstancias demasiado imprecisas. No teníamos referencias de ningún tipo, ni geográficas, ni temporales, salvo la única certeza de que los días se seguían sucediendo a las noches. Ninguno sabíamos si todo esto que estábamos viviendo era real, incluso si teníamos un nombre, un pasado, porque ninguno lograba recordar nada de lo que sucedió, ni siquiera de nuestras anteriores vidas. Era como si nos hubiesen borrado la memoria. Pero en medio de esa inexplicable incertidumbre, lo único que podíamos hacer era caminar. Hasta que descubrimos aquella escalera que apuntaba al cielo, frente al mar, un inmenso mar que se unía al cielo en el infinito. Llevamos varios días aquí en el momento de escribir estas líneas. Nuestra desesperación es tal que nos hace sentir como si fuésemos las fichas de un juego del que desconocemos las reglas, unas fichas movidas al capricho por algo que se nos escapaba a nuestra comprensión. Sólo nos queda la esperanza de que alguien lea este mensaje que hemos lanzado al mar metido en esta botella y que sepa, al menos, que estuvimos esperando hasta el final. Si es que hay alguien ahí.

(Foto: cortesía de Naty Alma de Diamante)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Ralph Vaughan-Williams - Fantasia on a theme by Thomas Tallis, Eugene Ormandy & Philadelphia orchestra (http://www.youtube.com/watch?v=IbzxhZT6akk)

29 de mayo de 2013



Siempre me ha resultado muy difícil contar una historia. Vamos, mi historia. Pero una amiga mía me decía que todo era cuestión de quitarse los miedos. Y que después, la clave estaba en el comienzo, porque se tiene que lograr atrapar la atención de quien te escucha al instante. Y una vez logrado ese paso, lo que tenía que hacer era, simplemente, dejarme llevar. Pero a mí aún me sigue pareciendo algo muy difícil, sobre todo cuando se ha tenido una vida insulsa en la que apenas ha sucedido nada. La mía, por ejemplo, que transcurrió dentro de la normalidad. Mi madre siempre llevó las tareas del hogar con precisión, al igual que mi padre cumplió rigurosamente con sus obligaciones como pastor protestante en la pequeña comunidad costera donde vivíamos. Y mi hermana y yo tampoco hicimos grandes cosas, crecimos en un ambiente rígido pero tranquilo, sin sobresaltos y sin que nos faltase de nada. Íbamos a un buen colegio, obteníamos excelentes resultados y pasábamos buenos ratos con nuestros amigos. Yo no veía ninguna historia en todo aquello, le decía a mi amiga, tan sólo algo que podría resultar aburrido a los demás. Pero ella, insistía, en que todos, al menos, tenemos un secreto inconfesable, y que seguro que yo tenía el mío. Luego caí en que tenía uno, y que si se hubiese enterado nuestro padre se hubiera llevado un monumental disgusto. Cuando mi hermana y yo nos escapábamos a escondidas a la playa, y allí, en bikini, dábamos rienda suelta a nuestras locuras. Pero yo no sé si eso es suficiente para que todo esto sea una buena historia.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Bill Evans - Waltz for Debby (http://www.youtube.com/watch?v=7iW91sNXeHQ)

28 de mayo de 2013



Al parecer, mi abuelo, que tublesenía la extraña costumbre de darle un tono de sentencia a cada frase que pronunciaba, decía que, desde que nací, siempre había notado algo raro en mí. El fue tornero en una fábrica, como lo era también mi padre. Varones robustos, rudos e ignorantes que nunca mostraron la más mínima sensibilidad por nada y, ni mucho menos, se andaban con naderías de ningún tipo. Es por eso que, cuando advirtieron que era especialmente emotivo con ciertas cosas, como mi inclinación a hacer construcciones con objetos que encontraba en la calle, comenzaron a alarmarse. No se muy bien por qué, pero hubo un momento que empecé a intuir que yo estaba predestinado a seguir sus pasos. Algo que me aterrorizaba, porque ya tenía muy claro el camino que quería seguir, aunque dada la rústica atmósfera que se respiraba en casa, y ahora lo puedo decir así, opté por el disimulo y el silencio. Pero las que creía que eran mis mejores armas, se acabaron volviéndose en mi contra, porque a mi padre le hizo pensar que tenía una anomalía seria, y fue ahí cuando oí por primera vez decir a mi abuelo que yo era un tarado. Pergeñaron de todo para convertirme en un hombre de verdad, como llevarme durante semanas a tabernas, incluso a casas de citas. Hasta que comprendí que debía confesar la verdad, porque sabía que su enfado iba a ser de tal magnitud que me echarían de casa directamente a patadas. Y así lo hice. Ya han pasado casi treinta años de aquel día, cuando hice mi sueño realidad al pronunciar esas palabras, para mí mágicas, de que de mayor quería ser ermitaño.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Barney Bigard - Wrap your troubles in dreams (http://www.youtube.com/watch?v=K-CMLJZwuLw)

27 de mayo de 2013



Perdónenme si mis frases les parecen un poco atropelladas pero desde hace casi dos décadas sufro intensas crisis nerviosas que me producen temblores por todo el cuerpo aunque ahora, mientras escribo estas palabras, me encuentro un poco mejor porque hace una semana me han permitido tener una máquina de escribir en mi habitación. Para mí ha sido la salvación pues he comenzado a redactar mis memorias. No piensen que es un acto de vanidad, simplemente tan solo una manera de exorcizar mis demonios, de sacarlos a la luz, ya que ellos me han llevado irremisiblemente a estar confinado aquí, en un lugar idílico con muchos árboles y demasiada tranquilidad. Pero yo prefiero quedarme dentro, sentado en mi mesa, escribiendo. Es lo único que aplaca mi estremecimiento interno. Me imagino que por sus mentes estarán pasando ideas escabrosas acerca de mi persona. No les voy a culpar por ello, pero al menos déjenme que les cuente la verdad. Era psiquiatra. Compaginaba mis clases en la universidad con el trabajo en mi consulta donde ponía en práctica mis investigaciones con los pacientes. Hubo un día en que creí haber hallado el método para acabar con los miedos infantiles utilizando los personajes de los cuentos. Pensé que los de “Alicia en el País de las Maravillas” serían un buen punto de partida. Pero hubo algo que se me fue de las manos. No sé muy bien el qué, ni en que momento, porque a partir de ahí todo son recuerdos borrosos. Sólo les puedo decir que la única imagen persistente en mi cabeza es un tenso juicio. Y ruido, mucho ruido, el de la marabunta de padres recriminándome a gritos con los puños alzados mientras el juez no deja de dar golpes con la maza sobre la mesa.

(foto: cortesía de Rosendo Cid)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Pee Wee Russell - (What can I say, Dear) After I say I'm sorry (http://www.youtube.com/watch?v=Jn_b5GFf8ag)

24 de mayo de 2013



El tío Achille siempre quiso ser cantautor. Un concepto revolucionario para la época que le tocó vivir. De hecho no existía, porque, según contaba la abuela, él fue quien lo impuso, ya que era autor de canciones que después, ante la imposibilidad de ganar las simpatías de quienes se dedicaban al asunto de la promoción musical, había optado por cantarlas él mismo. La abuela contaba que las musas de la música se habían olvidado por completo del tío, incluso que ni siquiera se percataron de su existencia, a pesar de que había actuado en varios locales de Montmartre, en Paris, con un éxito más bien nulo. Y eso que adornaba su figura con las vestimentas a la última moda del momento entre la gente con clase de la capital. Pero el tío Achille era así, apuntaba la abuela, un hombre bohemio al que no le importaba lo que pudiesen pensar los demás sobre su arte. Hoy en día es imposible encontrar un disco suyo por la sencilla razón de que jamás grabó nada. La abuela, por la cosa de reivindicar su figura, decía que él era el verdadero autor de “Ma solitude”, aunque el problema fue que vino un tipo barbudo con mucha más personalidad y mejor voz que se hizo con la canción. Pero yo nunca me creí esa historia.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Georges Moustaki - Ma solitude (http://www.youtube.com/watch?v=R0WbDTusbhk)

23 de mayo de 2013



El mayor Henry B. Mallory nunca pasó a la historia pesar de su contribución a la seguridad militar. Sino que, sin quererlo, uno de sus ingenios alcanzó una cierta popularidad en el mundo del cine, aunque nunca se ha citado su nombre. Todo había comenzado durante sus estudios en la academia del aire, pues su sueño desde la infancia era convertirse en aviador. Pero lo que no pudo imaginar fue que la fatalidad apareció aquel día que tantas veces había ansiado en su niñez, cuando realizó su primer vuelo de pruebas. Henry descubrió que padecía vértigo. Es por eso que cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y ante su imposibilidad por volar, sus superiores, conscientes de sus grandes conocimientos en física y matemáticas, le destinaron a uno de los laboratorios de investigación militar especializado en seguridad y protección. Allí ideó numerosos ingenios siendo el que más dio que hablar por su diseño la máscara para pilotos de caza cuya efectividad, al parecer, no dio los resultados deseados aunque, por los documentos gráficos existentes, hizo las delicias de sus tres retoños. Henry nunca se quejó por ello, pues era un hombre sencillo. Pero tampoco se pudo imaginar que sus máscaras las verían una década después de su muerte millones de espectadores por ser las que llevaban puestas los incursores Tusken o moradores de las arenas.

(Foto: cortesía de Paloma Canivet)


· Fondo musical para acompañar la lectura: John williams - Tales of a Jedi Knight/Learn about the force, BSO de Star Wars, Episode IV (http://www.youtube.com/watch?v=fzczg3MreZg)

22 de mayo de 2013



Sé que lo primero que van a pensar es que ese que ven ahí soy yo por la simple razón de que he sido yo quien ha puesto la foto. Siento desilusionarles, pero esta vez no han acertado. Ese hombrecito es mi tatarabuelo. Y hoy, ahora, con su imagen, me dispongo a revelarles una exclusiva que generará muchos titulares. Y si no se lo creen, vayan mañana a su kiosco. Pero, por su fidelidad conmigo, les voy a dar un anticipo. A mí siempre me han fascinado las novelas de misterio. Y, simplemente, un buen día, hurgando entre los enseres de mi difunta abuela me encontré con esta imagen. Después de confirmar que era mi tatarabuelo me puse a investigar. Supe que siempre le fascinó el esoterismo, Edgar Allan Poe y la anatomía humana. La emoción me embargaba. Después descubrí que vivió un tiempo en Londres ejerciendo la medicina, aunque ahí, les confieso, la información que logré obtener era bastante difusa porque al parecer, según una misiva que envió a una hermana suya, decía que sus investigaciones habían llegado a tal grado que decidió desaparecer durante algún tiempo. No se imaginan como empezó a palpitar mi corazón cuando a partir de aquí comencé a atar cabos. Recuerdo que revisé varias veces todo el material que estaba en mis manos. No me lo podía creer. Me froté varias veces mis ojos hasta que fui consciente de que había resuelto uno de los grandes enigmas de la historia. Que mi tatarabuelo, Ildefonso Pérez López, era Jack el Destripador.

(foto: cortesía de Alfred Dopar)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Charles Gounod - Funeral march of a marionette (http://www.youtube.com/watch?v=fFbfvlHhSoY)

21 de mayo de 2013



Cuando les dije a mis amigos del colegio lo que quería ser de mayor lo primero que me dijeron fue que mi complexión física se ajustaba, aunque tendría que comprobar si tenía talento para aquello. Decidido a seguir mi vocación, comencé a recabar información, a pesar de que en aquella época era una tarea compleja, ya que vivíamos en una pequeña ciudad de provincias. Aún así, tarde o temprano, tenía que dar el paso, para mí crucial, de decírselo a mi padre, pues pensaba, con cierta ingenuidad, que sus amigos de la gran ciudad podrían ayudarme. Sin embargo, mi ilusión se convirtió en tristeza tras exponerle mis planes, porque mi padre reaccionó con una enorme risotada y después, para quitar hierro al asunto, me respondió con lo de siempre, que ya se me pasaría esa locura cuando fuese mayor. Pero el paso de los años lo único que hizo fue mantenerme firme en mis deseos, no sé si por llevarle la contraria, lo que convirtió mi relación paterna en una especie de combate continuo. Al final, forzado por las circunstancias de la vida y por la voluntad de mi padre, acabé estudiando leyes. Aunque, lo reconozco, tampoco supe como encauzar mi vida para alcanzar ese anhelo que nació en mi niñez. Sin embargo hallé un sustitutivo que, en cierta manera, me hizo feliz mientras fui joven, porque pensaba que tendría que ser una sensación similar a lo que un día quise ser de mayor. Me gustaba el snowboard, mucho, aunque aún, hoy en día, en el crepúsculo de mi vida, todavía sigo soñando con ser hombre bala en un circo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Pete Daily and his Chicagoans - Over the waves (http://www.youtube.com/watch?v=jexKHay4sTE)

20 de mayo de 2013



Mi paraíso, aunque les pueda parecer algo manido, fue mi infancia, con esa propiedad que posee de dar la sensación de que el tiempo pasa muy despacio. Fui feliz, a pesar de la ausencia de mi padre, a quien apenas conocía porque era marino mercante. Yo era una niña que necesitaba muy pocas cosas, como mi aro, con el que me pasaba horas recorriendo las calles del barrio, y que me servía de pretexto para ir hasta el puerto, antes de regresar a casa, para ver si veía llegar a papá. Mamá me decía que hacia viajes demasiado largos, a tierras muy lejanas. Yo nunca perdí la esperanza y me repetía todas las noches, antes de dormir, que cuando fuese mayor iría a buscarle donde quiera que estuviese. Pero nunca lo hice. Como también dejé de ir al puerto. Quizá me acostumbré demasiado a su ausencia. Supongo que mamá también, que tampoco me habló sobre la fortuna que corrió mi padre. No sé si incluso llegó a saber algo. Han pasado muchos años, y ahora, el tiempo se me pasa demasiado rápido.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Velvet Underground - I'm sticking with you (http://www.youtube.com/watch?v=hqMiDfipRkE)

17 de mayo de 2013



Seguro que a muchos les sorprende ¿verdad? Pues qué quieren que les diga. Todos tenemos un pasado y el mío fue así, tal como lo ven. Era un tipo bien parecido, pero el problema fue mi instituto que era, digamos, algo problemático. Había que hacerse el duro y yo, modestia aparte, tenía mi percha. No lo digo por presumir, no se me entienda mal. Fueron años intensos que coincidieron con la época en la que se hizo muy popular James Dean. Y claro, viendo la cara que se les ponían a las chicas después de ver “Rebelde sin causa”, mis amigos y yo decidimos apuntarnos al asunto de la insubordinación. Aunque adornándolo con algún atributo que nos diese una impronta de tipo duro. Ya sé, habrán visto que detrás de mí hay una bonita casa, y sí, lo confieso, vivía en una zona residencial de buen nivel. Pero los compañeros del instituto no entendían de esas cosas. Algo que me llevó a tener una doble vida, porque ante mi padre, que pertenecía a la vieja guardia, debía de dar la apariencia de ser un joven formal y responsable. Sin embargo, con mis amigos fue todo lo contrario, es decir, bordé mi papel de chico raro y sensible que llama la atención de las chicas. Y eso que nunca leí a Yeats. Es por eso que sólo me quitaba la camisa cuando estaba con los míos. Y aún así sufrí mucho. Aunque me gustaban los tatuajes. Pura fachada. Afortunadamente las fotografías no graban sonidos, porque mi voz de pito me creó fama de blandengue. Además, tampoco sabía fumar y el cigarro fue una mera pose, por la cosa de fardar.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Buddy Holly - Everyday (http://www.youtube.com/watch?v=ty31QY5ZGHo)

16 de mayo de 2013



Joseph W. Smith fue un modesto vendedor de lavadoras que entregó su tiempo libre a la fotografía. Una pasión que nació en él a temprana edad, por la influencia de su abuelo, quien se dedicaba a hacer retratos en su pequeña tienda de fotografía. Al parecer el pequeño Joseph quedó fascinado por ese aparato que congelaba el tiempo, manteniéndolo después imperecedero con el paso de los años. Un concepto, en apariencia ingenuo, pero que a ojos de un niño como Joseph fue algo revelador. Dados los escasos recursos económicos de sus padres, muy pronto tuvo que ponerse a trabajar. Pero el gusanillo de la fotografía que zigzagueaba en su interior hizo que se comprase su primera cámara en cuanto reunió el suficiente dinero. Y así, de forma autodidacta y con grandes dosis de entusiasmo, Joseph se convirtió en un gran cronista de su tiempo, según Roger K. Harris, el historiador que descubrió su archivo, y para quien su obra es una reflexión sobre la vida cotidiana de un país y una época vista a través del reflejo de su familia. Sin embargo, Harris va más lejos al afirmar que sus imágenes poseen un discurso hermenéutico canalizado por un leitmotiv que adquiere, dentro del contexto, un carácter metafórico al ser la representación del propio yo de Joseph y que para Harris posee un doble significado. «Al situarse detrás del objetivo, lo que imposibilitaba su presencia junto a los suyos, hizo que Joseph idease un alter ego, al que caracterizó con un mismo atributo, sus gafas, lo que le convertía en creador y testigo al mismo tiempo. Un sello –concluye Harris– que otorgó a su extensa obra una inusual unidad estética».

· Fondo musical para acompañar la lectura: Jimmy Giuffre - Jesus María (http://www.youtube.com/watch?v=aINbV49iBMM)

15 de mayo de 2013



Yo era una chica normal, como cualquier otra de mi edad. Estudiaba psiquiatría en la universidad y soñaba con que algún día montaría mi propia consulta. Pero también con encontrar al hombre de mi vida. Y esa fue la sensación que sentí cuando conocí a Robert, en la fiesta que organizó mi amiga Betty en su casa, al terminar el curso del 59. Tuve un flechazo. Él, larguirucho, algo encorvado, se acercó a mí y me sacó a bailar. Luego, cuando me empezó a contar sus cosas, creció mi interés, porque también estudiaba psiquiatría, como yo, sólo que él estaba con el doctorado, con una investigación sobre la interpretación de los sueños aunque, me dijo, sus intenciones eran llegar mucho más lejos que Freud. Conectamos al instante, y por completo, porque a mi también me fascinaba el tema. No pude prever la intensidad que vendría después. Él se entregó de lleno a su trabajo, y yo con él. La investigación era nuestra pasión. Nos implicó muchos sacrificios, porque dejamos de tener vida social, de viajar, y tampoco tuvimos hijos. Pero éramos conscientes de ello. Y, aún hoy en día, después de tantos años y a pesar de nuestra edad, seguimos con la misma intensidad que antaño. Aunque todavía no hemos llegado a una conclusión definitiva. De hecho, escribo estas líneas en un rato de desvelo, y en silencio, para no molestar a Robert, que está concentrado. Pero les tengo que dejar. Debo ir con él para seguir con la investigación. No sea que se de la vuelta y se de cuenta de que no estoy.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Roy Orbison - In dreams (http://www.youtube.com/watch?v=TPqZs7Vl_xg)

14 de mayo de 2013



Seguramente es la primera vez que me ven porque, como están comprobando ahora mismo, tengo rostro. Aunque seguro que muchos de ustedes, hasta este preciso momento, pensaban que no. Sí, ya sé, a lo mejor esperaban otra imagen, la de un dandy, un gentleman o quizá la de un hombre apuesto y fornido. Siento si les he defraudado en sus expectativas, pero soy tal y como me ven ahora, así, sin trucos ni engaños. Además, el traje que llevo puesto es bueno. Mírenme bien, fíjense en mis ojos, observen mis manos si lo desean, el tiempo que necesiten. Porque, pasados unos minutos quizá ya no vuelvan a verme ya que poseo un gran sentido del tacto y soy muy discreto y por ello jamás notarán mi presencia. Aunque yo a ustedes les tengo muy vigilados, demasiado, más de lo que se suponen. Pero no se inquieten, conmigo sus secretos, hasta los más íntimos, están muy bien guardados. Y siempre he tratado de molestarles lo justo. Por eso me muestro hoy ante ustedes, porque creo que, después de tantos años, se lo merecen. Pero sólo lo haré durante unos instantes, los de ahora mismo. Luego desapareceré. No, no se alarmen, no soy ningún inspector de hacienda, ni siquiera un agente secreto de una potencia extranjera, aunque tengo una gran influencia, más que ellos, y mucha más de la que se puedan imaginar. No puedo contar más, pero antes de irme, tan sólo decirles que no tengan miedo, no todo es malo en mí. He ayudado a muchos. Me voy. Y no se olviden de mí, recuerden bien mi rostro, porque soy la voz de su conciencia…

· Fondo musical para acompañar la lectura: Gabriel Fauré, "Pie Jesu", Requiem, Op. 48,  Philippe Jaroussky / Orchestre de Paris & Paavo Jarvi - 

13 de mayo de 2013



Creo que he logrado entender lo que hizo mi padre. Él se consideraba un gran fotógrafo, y yo pensaba que era un simple aficionado, porque su oficio nada tenía que ver con el mundo artístico. Le recuerdo, desde que era un niño, con la cámara permanentemente colgada de su cuello, sacando fotos a diestro y siniestro. No se pueden imaginar la cantidad de material que conservo, miles y miles de imágenes familiares con mamá, con mis hermanos. También retratos de cada uno de nosotros, solos. Y él dando rienda suelta a su creatividad. Pero yo no era un entendido en arte. Me gustaba y poco más. Y aún así, detectaba que en todo aquello había algo que se escapaba a mi entendimiento. Recuerdo horas y horas examinando los álbumes, observando cada imagen con lupa, intentando indagar si todo aquello tenía un sentido, hasta incluso llegué a pensar en la posibilidad de que mi padre en realidad era un genio. Pero un genio en la penumbra. Por ello, un día decidí consultar a varios expertos en arte. Me dieron diversas opiniones, que si todas las imágenes desprendían un radicalismo en el sentido más puro de la acepción, que si eran la expresión suprema del nihilismo existencial o que había en ellas una búsqueda por captar una subjetividad que iba más allá de la mera representación cotidiana. Yo no entiendo de esas cosa, tampoco de estética, pero sus palabras en cierta manera me tranquilizaron, porque no hay una sola fotografía en que aparezca entero el rostro de alguno de nosotros.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Charles Magnante trio - Tantalizing (http://www.youtube.com/watch?v=zP5qCHK1MSo) 

10 de mayo de 2013



Lo más probable es que no les interese mi historia. Al fin y al cabo, tampoco tiene mucha relevancia. Pero si se aburren, pueden dejar de leerla. Soy viejo y, a estas alturas de mi vida, no me voy a ofender. Lo único especial que me sucedió es que quise ser músico. Mi vocación inicial fue el piano y, después de recibir durante un tiempo clases, descubrí que misdedos no eran lo suficientemente rápidos. Eso, al menos, fue lo que dijo mi profesor. Luego probé el saxo, la trompeta, el trombón y varios instrumentos más. Fueron años de intensa búsqueda, y de sufrimiento también, ya que había en mí una sensación extraña, como una lucha interna entre mi ardiente deseo de convertirme en músico frente a una fuerza invisible que impedía que mi chispa saliese a la luz. Alguien me dijo una vez que a eso se le llamaba talento, pero yo no hice mucho caso. Al fin y al cabo, la música era mi pasión. Sea como fuere, yo seguí en mi empeño, aunque tuve que compaginarlo con trabajos de diversa índole. Había que vivir. Hasta que un día tuve mi revelación cuando hallé el instrumento que encajaba en mí como la horma de un zapato. Y me entregué de lleno a él, a su estudio, durante mis horas libres. He de decir, modestia aparte, que me convertí en un virtuoso. E inicié mi carrera como solista. Conseguí formar parte de una banda, durante muchos años, y con la que alcanzamos un cierto renombre, aunque nuestros escenarios se redujeron a salas de fiestas en localidades pequeñas. Pero a mí no me importaba. Yo fui feliz, sobre todo aquel día en que nos escuchó un crítico musical de una prestigiosa revista que llegó a afirmar que era el mejor intérprete del bombo que jamás había oído en su vida. Y eso que ese día estuve muy contenido.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Adalbert Lutter mit seinem orchester- San Fernando (tango), 1936 (http://www.youtube.com/watch?v=wHQLcPOufXg)

9 de mayo de 2013



Un día mi madre nos contó que hubo un tiempo en que papá se ganó la vida como cantante. Claro que, según nos decía, las musas se olvidaron de su existencia porque tampoco tenía una buena pronunciación del sueco. Decía de él que tenía un cierto parecido con un actor que, en aquella época, empezaba a tener una cierta fama, algo que papá, consciente de ello, aprovechó para sus actuaciones veraniegas en las playas de Benidorm. En desparpajo no le ganaba nadie, subrayaba mamá, y sobre su fisonomía había chicas extranjeras a las que le resultaba familiar. Yo sabía que mi madre tenía una gran imaginación, que se sentía orgullosa de su marido y, como comprenderán, aunque a mis hermanos y a mí todo esto nos parecía que eran exageraciones de mujer enamorada, jamás se nos ocurrió ponerlas en duda. Y mucho menos cuando notábamos como su cara se iluminaba cuando nos relataba sus aventuras. Al fin y al cabo, era nuestra madre. Recuerdo que decía que papá era un crack, con un toque quijotesco, que estuvo en la Guerra Civil con no sé qué asunto de una vaquilla, que tuvo un amigo con un pájaro que se posaba sobre su hombro, que estuvo en Alemania, e incluso, que vivió por un tiempo en un bosque. Todas estas quimeras nos parecían bien ¿Que quieren que les diga? Ella se sentía feliz así, y a mis hermanos y a mí nos hacía soñar.

(Foto: cortesía de Alejandro Tejeda)


· Fondo musical para acompañar la lectura: José Nieto - BSO de El bosque animado(José Luis Cuerda, 1987)(http://www.youtube.com/watch?v=jMod5RpRuX8)

8 de mayo de 2013



Hay cosas que, aunque a otros les puedan parecer extrañas, guardamos sólo por el hecho de que nos une a ellas algo sentimental. Esa era la sensación que tenía con esta fotografía, que la recuerdo desde que era muy niño, en el salón de la casa de mi abuela, colgada sobre la chimenea. Cuando ella murió, mi padre se apresuró a recuperarla, poniéndola después en nuestro salón. Fue de esos pequeños detalles que, pese a mi edad, se me quedaron grabados en la memoria. Yo me preguntaba muchas veces que demonios tenía esa imagen para que unos y otros en mi familia la guardasen con tanto celo, porque a mi, si les soy sincero, me causaba pesadillas cada vez que veía ese colgajo monstruoso con patas de cangrejo cuando me iba a la cama. Hasta que un buen día, tendría once, o quizá doce años, mi padre me lo contó. Durante generaciones todos habían trabajado en los astilleros de Clydebank, salvo el bisabuelo, que había roto la tradición para convertirse en buzo. Además, quiso el azar que fuese el único de la familia que hiciese algo importante como fue explorar el naufragio del Lusitania. Incluso salió la fotografía en los periódicos, en ese momento en que va a sumergirse con ese traje que tanto miedo me daba. Pero mi padre me dijo después que el auténtico valor de la instantánea estaba en que, simplemente, era la única imagen que existía del bisabuelo, aunque no se le reconociese.

(foto: cortesía de Naty Alma de Diamante)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Ada Jones & Billy Watkins - By the beautiful sea (http://www.youtube.com/watch?v=2J6-JAJOL4A)

7 de mayo de 2013



No sé si hay una familia especial, supongo que para cada cual la suya lo es. Y, sin embargo, a mí, la mía siempre me pareció normal ya que, tanto el abuelo como papá, se encargaron de que así fuese, y además a rajatabla, porque, al igual que la abuela y mamá, tenían muy presente en sus vidas aquello del que dirán los demás. Todo porque el abuelo era una persona muy conocida en la alta sociedad de la pequeña ciudad de provincias donde vivíamos, como papá lo fue también cuando le sucedió en la sastrería. Por ello, a mis hermanas y a mí nos educaron para hacer las cosas bien, y eso, para ellos, era la formalidad, el acatamiento de las normas y el cumplimiento de los protocolos sociales. Claro que, yo tenía la desventaja sobre ellas de que estaba predestinado a proseguir el oficio familiar, cosa que no me hacía ninguna gracia. Recuerdo que papá y el abuelo sólo se permitían resquebrajar su seriedad en contadas ocasiones, esbozando una leve sonrisa, aunque contenida, cuando le entregaban al cliente su traje hecho a medida o al posar en las fotos de familia. Yo quería salir de ese ambiente asfixiante, largarme lejos de las tijeras, de los dedales y de aquella aburrida austeridad. Pero era un niño. Y quería ser mayor, cuanto antes, para poder marcharme de allí. Y pensaba, con la ingenuidad de aquella edad, que para serlo había que llevar sombrero. Por eso me obsesioné con el de mi padre, esperando que se diese cuenta de que le quedaba pequeño, para que me lo regalase y así poder irme.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Johnny Mercer - Any place I hang my hat is home (https://www.youtube.com/watch?v=Dro1WlHkCrk)

6 de mayo de 2013



A Marcel Leterrier le dio un vuelco el corazón el día en que entró a trabajar Anne Lémieux como dependienta en el departamento de sombreros del que él era el encargado. Y después, en los subsiguientes días, comenzó a notar que cada vez que estaba ante ella algo extraño sucedía en su interior, como si tuviese mariposas en el estómago. Hasta que no pudo evitar dejarse llevar por sus impulsos y, aprovechando los momentos en que no había clientes, comenzó a flirtear con Anne. Pero Leterrier, que era un caballero a la antigua usanza, también padecía una extrema timidez que siempre le provocaba tartamudeo, lo que le había ocasionado no pocas frustraciones. Adèle Bonnaire, la encargada de la sección de bisutería y quien mejor conocía a Leterrier, afirmaba que nunca le había visto tan enamorado como esa vez. «Él sabía que era incapaz de controlar sus nervios, sus sudores y sus balbuceos cada vez que se acercaba a ella. Por ello había decidido cambiar de estrategia, para evitar un nuevo desastre». Según Adèle, «Leterrier gastó más de un centenar de carretes de película porque le iba enviando las fotografías que sacaba, casi a diario, de ella con él reflejado en el espejo del mostrador. Creo que era su manera de decirle que formaban una buena pareja y que por ello le pedía el matrimonio. Pero Anne había captado el mensaje y por eso ponía esas caras, como tratándole de decir que para ella era justo lo contrario. No puedo contar mucho más –concluye Adèle–, porque si había algo que ambos tenían en común eso era la discreción».

· Fondo musical para acompañar la lectura: Darío Moreno - Tout l'amour (http://www.youtube.com/watch?v=u1KFyJZwCbE)