30 de mayo de 2014




No se pueden imaginar la semana tan crítica que he tenido. Es por eso mismo que no he dado señales de vida. Espero que no me hayan echado de menos. Tampoco soy tan importante. Pero comprenderán que hay momentos muy duros en los que una, aunque tenga buenos sentimientos, no pueda llegar a cumplir con las obligaciones. Y lo siento, de verdad. Pero trabajo en el departamento de innovación del ministerio de agricultura. Imagino que les producirá risas. A mis amigos también, pero eso es otra historia. Ya, ya me imagino. Lo sé. Habrá más de uno que piense que mi trabajo es alienante y muy aburrido. Y sí, han acertado. No lo voy a negar. Estoy quemanda, mi existencia es un coñazo y mi trabajo más. Pero ¿qué quieren que les diga? Además, me he desviado del asunto, porque iba a contarles otra cosa. Puede que les parezca una nadería, y que incluso les resulte ridículo. Pero yo era aquella, la del gorrito picudo que mira de aquella manera. ¿Esperaban algo sorprendente? Pues si es así, siento defraudarles, pero aquel día me sentí la reina del mundo. Aunque después no pasó nada.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Paul Specht and his Orchestra - That's what I call sweet music (https://www.youtube.com/watch?v=klwBXhAmYHU)

24 de mayo de 2014




Quizá vivimos demasiado ciegos sin ver las realidades de los demás. Pero es una situación ardua cuando uno sufre en silencio un drama que pasa desapercibido para quienes te rodean. Pero no me puedo quejar porque, a pesar de todo, conseguí estar ahí. Puede que los haya que no entiendan nada de lo que digo, y tampoco voy a intentar explicarlo, porque no lo sé y porque no voy a tratar de convencer a nadie de lo contrario. Cada cual que haga lo que quiera y que piense lo que le de la gana. Es cosa de la conciencia de cada uno. Aunque también, estoy seguro, que los habrá que me tachen de ser un marciano, o que exagero demasiado. No voy a persuadirles. Pero les pido comprensión, y que no se rían de mí. Traté de hacerlo lo mejor que pude. Incluso mis dudas me hicieron pasar muchas noches en vela. Y a pesar de eso, de mis esfuerzos, no conseguí hallar una solución a aquella congoja que me llevó al naufragio. Porque yo sentía vocación, y siempre hice por estar allí, con mi sotana. Sin embargo, una vez más, volví a salir en un segundo plano. Siempre de espaldas, como si eso fuera un estigma. No tengo siquiera fotografía en la que salga de frente, con mi alzacuello. Hasta que pensé en Van Gogh, que quiso ser pastor y fracasó. Sólo que me di cuenta, mucho tiempo después, que había una pequeña diferencia, que yo no sabía dibujar.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Tomás Luis de Victoria - Amicus meus / Iudas mercator pessimus (The Tallis Scholars/Peter Philips) (https://www.youtube.com/watch?v=OuGgCW3_oCo)

22 de mayo de 2014




Lo hicimos. El plan. Nuestro grandioso plan. Con el que íbamos a cambiar el curso de la historia. El que mi amigo Héctor y yo habíamos pergeñado desde hacía tiempo con mucho detalle. Pero claro, lo tuvimos que llevar a cabo con la más absoluta discreción, para que no se enterasen nuestros padres. Es lo que tiene el inconveniente de ser hijos de diplomáticos, porque hay que guardar las formas. Aunque veces demasiado, como cuando viene el embajador del Japón y se nos atraganta el protocolo con tanta reverencia. Pero también era cierto que nuestra posición nos permitía acceder a información privilegiada al alcance de unos pocos mortales, sobre todo cuando mi padre se excedía con los Dry Martini. Ello nos dio rienda suelta a nuestra ambición. Y aquella mañana de noviembre pusimos en marcha nuestro maléfico plan. Es así como comenzamos, con nuestros pequeños veleros a sotavento, la invasión del Pacífico.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Aaron Copland - Fanfare for the common man (https://www.youtube.com/watch?v=zEro8pG0hiE)

21 de mayo de 2014




Llegué muy lejos con todo aquello, tanto, que me costó mi prometedora carrera como ingeniero después de haber obtenido un brillante expediente en el Massachussets Institute of Technology. Pero tenía que hacerlo. Poseía los conocimientos necesarios y me sentía preparado para seguir con la misión que me había encomendado mi padre, también ingeniero, por la que fue vilipendiado y menospreciado por el mundo académico, acabando postergado en un puesto como empleado municipal de limpieza, mancillado por sus colegas de profesión e ignorado por sus amigos. Yo sentía que era una obligación moral, un asunto que clamaba justicia y, si mi padre había sacrificado su vida para que sus hijos portasen con dignidad el apellido familiar, yo debía de tomar el testigo y hacer lo mismo para con los míos. Bien sabe Dios que lo peleé, que me entregué en alma y cuerpo. Y aún así, no sólo obtuve el rechazo de mis compañeros, sino también el desprecio de mis propios hijos quienes, mirando hacia el suelo, se negaron, por mucho que les rogué, a seguir con la tarea de reivindicar y preservar la figura y el legado de su abuelo, es decir, mi padre, el primer ingeniero en la familia, un gran humanista que centró todos sus esfuerzos e investigaciones en la mejora del bienestar y la calidad de vida de una sociedad que comenzaba en aquellos momentos a estar estigmatizada por el estrés. Un trabajo altruista que le elevó a la categoría de visionario cuando vio por primera vez las posibilidades que ofrecía su sistema científico en el campo de la nutrición. Un hombre avanzado en su tiempo cuyo ingenio e inventiva, por incomprensión o envidia, le condenaron al más injusto de los olvidos.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Tom Lehrer - Chemistry element song (1959)

20 de mayo de 2014




Mi vecindario siempre mostró una obsesiva desconfianza hacia mi persona sólo por el hecho de que era alguien que vivía entregado a la observación. Los muy mezquinos me tachaban de chismoso, de murmurador y de otras tantas hirientes ruindades. Incluso había un francés que vivía en la primera planta que me llamaba el “voyeur” del tercer piso, aunque nunca supe muy bien qué quería decir con eso. Cuando la realidad era bien distinta. Yo no hablaba con nadie. Era, simplemente, un pobre desgraciado postrado en una silla de ruedas, un ser inofensivo que no podía salir de su pequeño y modesto apartamento en los suburbios de Londres, un apestado que había perdido las dos piernas por un absurdo accidente en la ferretería donde trabajaba. Pero ellos, los muy miserables, me tenían inquina. Por eso les molestaba que me dedicase a mirar. Y sí, miraba. Pero con discreción, en silencio, sin causar molestias a los demás. Muchos se preguntarán por qué hablo en pasado. La respuesta es sencilla. Soy un espíritu errante, el de un desdichado tullido cuya vida sesgaron con un cuchillo de cocina. Sólo por mirar a través de la cerradura. Sí, lo confieso, me intrigaba mucho esa extraña atracción que ejercía la angelical Sra. Danvers entre los numerosos caballeros que iban a visitarla durante las ausencias de su marido por su profesión de viajante. Aún sigo sin saber como ella me descubrió. Tan sólo sé que todo fue muy rápido desde el momento en que llamó a mi puerta.

(foto: cortesía de Lola Herrero)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Stanley Holloway - With her tucked undemeath her arm (https://www.youtube.com/watch?v=3a0cFYa5Ffw)

17 de mayo de 2014




Fueron mis invitados, esa noche, en mi casa. Creo que estoy empezando a hablar demasiado. Pero lo confieso, y guárdenme el secreto, esa noche los hermanos Karamazov vaciaron mis existencias de vodka. Solo les puedo decir que son unos auténticos caballeros, encantadores, extremos incluso en una corrección que raya la perfección. Y aún así, sin perder la compostura, se lanzaron a la pista, es decir, al pequeño espacio que ofrecía mi salón, de manera espontánea. En inglés. Y ahí estaban los dos, los reyes de la noche, dando brincos y piruetas, extasiando, casi sin quererlo, a las bobaliconas que nunca faltan a este tipo de celebraciones quienes, embobadas, se dejaban arrastrar por esas cursilerías. Las de unos tipos que, todo hay que decirlo, y aunque fuesen guapos, tampoco eran gran cosa. Las cosas como son. Pero alguna se mostró demasiado elocuente, por no decir que se insinuó sin cortarse un pelo. Y eso que tratamos de advertir que estos chicos eran diferentes, aún comprendiendo que, pese a todo, exudaban virilidad. Sin embargo, los hermanos Karamazov, lejos de lo que se ha pensado hasta hoy en día como muchos creerán, no eran hermanos. Eran, simplemente, primos. Y además, al final, no llegaron a nada. Tan solo eran dos vagos, así, sin más, que inspiraron la imaginación de un tal Dostoyevski, y de quienes, muchos, aún siguen pensando que son los delanteros de la selección rusa. Cosas de la ignorancia.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Jubalaires - Noah!!! (https://www.youtube.com/watch?v=y4b0peO4ln8)

15 de mayo de 2014




Sí, lo confieso. He bebido. Algo más de la cuenta. Pero ello no es excusa para que me crucifiquen en público. ¿Acaso usted?... sí usted. No, no mire para otro lado,… ¿no lo ha hecho alguna vez? Pues yo sí, esta tarde. Unos cuantos tragos. De bourbon. Brindando por el general Lee. Absurdo, pensarán, pero es cosa de borrachos y, por tanto, algo difícil de explicar. Pero ahora estoy bien, aunque me bailen ligeramente las teclas. Disculpen si hay faltas de ortografía, pero he ingerido mucho líquido. No se ofendan, espero que por esto no dejen de hablarme. Se lo digo con confianza. Como también les digo que en estos momentos intento no hacer ruido, para no molestar a los vecinos. Si, no lo voy a ocultar, hoy me he excedido un poco. ¿A quien no le pasa alguna vez? Vale, lo confieso, no me ha ocurrido nada en especial, salvo que hoy, entre vapores etílicos, he dedicado un poco de tiempo a mi mascota. Un simple abrazo interestelar. Amoroso, como hacemos muchas veces. Y después, como siempre, nos fuimos a casa. Así, sin más. Imagino que les ha resultado aburrido, pero es así. Sé que esperaban algo más pero no les voy a engañar, hoy no tengo nada que contar.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Beatles - I'm happy just to dance (https://www.youtube.com/watch?v=KWVzNtzpW84)

14 de mayo de 2014




Estuve muy cerca. O al menos eso es lo que me dijo mi amigo Gunnar Ekdahl cuando aquella tarde me llamó por teléfono. Recuerdo que un cosquilleo atravesó mi cuerpo. Nunca estuve tan cerca de tocar el cielo, pensaba, mientras, mi nerviosismo, tras colgar el auricular, hizo que me sirviese un whisky y que comenzase a recorrer mi apartamento de un lado a otro. Encendí un cigarro. Después vinieron más. Y unos cuantos tragos seguidos. Estaba solo en esos momentos y confieso que no sabía como canalizar las emociones que borboteaban en mi interior. Fueron tantos años llenos de complicaciones y sacrificios, pensaba, que no podía dar crédito a lo que acababa de oír. Me acuerdo que los días posteriores fueron muy intensos, aunque procuré contenerme como mejor pude. Difícil fue mantener en secreto lo que presagiaba como un gran éxito, pero al mismo tiempo fui consciente de que debía dominar mis impulsos, porque en mi departamento había unas cuantas víboras que, por envidia, estaban deseando saltar sobre mi cuello. Pero me mantuve firme, hasta que no tuviese la confirmación. Luego vinieron unas semanas de silencio. Mi inquietud me llevó a pensar en lo peor. Y así fue. Hasta que Gunnar me telefoneó y me dijo que hubiese conseguido el premio Nóbel por mi sistema biónico antiestrés si no fuese por el pequeño dispositivo de exhalación de humo hipo–relajante. Volví a sufrir la sinrazón en mis carnes. Eran muy conservadores, lo sabía, pero, aún así, asumí una vez más mi derrota.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ella Fitzgerald - When I get low I get high (https://www.youtube.com/watch?v=ev69AoBWaGw)

13 de mayo de 2014




He entregado parte de mi vida a una investigación que me llevó a recorrer media Europa. Una investigación compleja, llena de dificultades y obstáculos, que me generó situaciones extremas, como soportar la incomprensión de mis colegas de la universidad, a pesar de que era un proyecto avalado por la Facultad de Filología donde impartía clases de literatura alemana. Hubo veces que quise tirar la toalla, pero mi curiosidad, mi ansia de conocimiento, me podían. Y seguía, soportando las burlas de unos, y los insultos de otros. La envidia, pensaba. Hasta que se produjo el hallazgo, en una granja escondida en la Selva Negra. Ella estaba allí, la mismísima Blancanieves, envejecida, sonriente, con su varita mágica y un vestido algo sucio debido a sus quehaceres cotidianos. Me contó muchas cosas. Que no había tales enanos, sino tan solo tres cerditos, un conejo blanco, una oruga y un par de ardillas; que tampoco hubo brujas con manzanas rojas, tan sólo su suegra cuyo aspecto creó cierta confusión ya que era una mujer de mal carácter que siempre vestía de negro. Pero era la madre de Peter, el leñador con el que se fue a vivir sin pasar por la vicaria, lo que fue fuente de muchas habladurías, tras divorciarse de un estafador muy apuesto que se hacía pasar por un príncipe húngaro quien, además, era un hombre muy mujeriego. Hablamos mucho. Apunté con detalle todo lo que me contó. Antes de despedirnos, me dijo que lo de las perdices era una bobada. “Se está mejor con la gallinas”, puntualizó. Y luego me fui. Esta es la verdad, la pura verdad que escribo ahora sobre el papel higiénico de mi celda, en un aséptico sanatorio donde me han confinado, con la esperanza de que llegue a manos de alguien del exterior que pueda difundirlas y terminar de una vez por todas con tamaño engaño.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Bill Evans - Someday my prince will come (https://www.youtube.com/watch?v=5Wd--YgSCfA)

9 de mayo de 2014




El rey del mundo. Ese fui yo aquella noche, aunque ahora, cualquiera que vea esto, piense que todo es imaginación mía. Dirán todo lo que quieran. No se lo pienso discutir. Pero las cosas, en aquella época, en mi época, eran así. Sin más. O se encaraba la situación de frente o te podrías convertir en el hazmerreír del momento. Ya, ya sé que muchos de ustedes pondrán reparos, y dirán que por qué lo hice de tal manera y no de la otra. No lo voy a discutir. Era como era y no había más. Tan sólo que éramos jóvenes y que no había barrera alguna que se nos resistiese. Cosas de la juventud. Sí, los más viejos nos tildaron de inconscientes, de que éramos una juventud alocada, pervertida y somatizada por los nuevos tiempos, que éramos demasiado vulnerables y que todo eso significaría el fin de una época. Pero a mi todo eso me dio igual. No me importaba lo que dijesen. Era feliz, a pesar de que me di cuenta, horas más tarde, de que mi disfraz tenía algunas deficiencias. Pero me dio igual. Era el as de rombos y las chicas se fotografiaron conmigo. Había triunfado, aunque luego supiese que me había equivocado de fiesta.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Louis Jordan & His Tympany Five - Saturday night fish fry (https://www.youtube.com/watch?v=jGiJ0bUzuaw)

8 de mayo de 2014




Por mucho que juré y perjuré con la fotografía como prueba de lo que vi, no conseguí que me creyesen, sino más bien que me tildasen de gracioso, despachándome minutos después con un «venga chaval» y una palmada en la espalda. Indignado les respondí que iría a hablar con instancias más altas, de que llegaría el día en el que se arrepentirían de sus palabras. Ahora, que han pasado tantos años, pienso que la causa de que no me hubiesen tomado en serio era mi cara aniñada, que me hacia aparentar menos años de los que en realidad tenía, catorce recién cumplidos, como también mi ingenuidad, ya que en una comisaría de una pequeña ciudad de provincias no sabían nada de esas cosas. Pero mi empeño por reivindicar la verdad me impulsó a seguir adelante. Estos últimos treinta años me los he pasado recorriendo despachos oficiales y entrevistándome con comités científicos, aunque sin demasiados resultados. Hasta ahora, porque creo que, más que nunca, el esfuerzo ha merecido la pena. Mañana tengo una cita en la NASA para enseñarles lo que tanto tiempo llevo intentando demostrar, la evidencia de que hay vida extraterrestre.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ames Brothers - No moon at all (https://www.youtube.com/watch?v=uEUgyjBQCJU)

7 de mayo de 2014




Yo fui el elegido de entre un reducido equipo de hombres y mujeres. Alguien tenía que hacerlo. Sabíamos a lo que nos enfrentábamos después de tantos años de observación, de investigación, de perseguir un sueño al que muchos le estábamos dedicando una vida entera. Y lo que a veces nos parecía una quimera, sucedió. Y ese día me tocó a mí dar el primer paso hacia a
lgo, en cierta manera, desconocido. Porque ante nosotros se abría una nueva era, tan excitante como llena de incertidumbres y de la que sabíamos que sólo cabrían dos salidas probables. Que todo se desarrollase por los cauces previstos, lo que significaría un hito en la historia de la humanidad; o bien, todo lo contrario, que fuese un estrepitoso fracaso de impredecibles consecuencias en las que cabía, incluso, la posibilidad de una inminente destrucción. El peso de la historia. O algo parecido. Es lo que me susurró al oído el director del proyecto mientras me daba el último empujón hacia el exterior. Y con esa carga sobre mis espaldas comencé a caminar. Lentamente. Por la arena del desierto. Todavía recuerdo el sudor de mi cuerpo, el creciente nerviosismo a medida que se acercaba el momento de establecer el tan ansiado contacto. Pero sucedió lo que nunca imaginamos. Hubo un repentino estruendo y, en cuestión de segundos, la nave se elevó hacia el cielo hasta perderse en la nada del firmamento. Siempre pensé que mi traje les dio miedo porque era la prueba de que éramos una sociedad moderna, evolucionada. Y allí permanecí, estático, durante algunos minutos que me parecieron horas.


· Fondo musical para acompañar la lectura: Johann Sebastian Bach - II. Largo, del Concierto para piano y orquesta en Fa menor, BWV 1056 (https://www.youtube.com/watch?v=BSyrlVrqvN4)

6 de mayo de 2014




La osadía de aquella tarde de domingo le costó cara a Wilbur McNeill quien, tras un leve forcejeo fue detenido y llevado a la comisaría del condado de West Midlands. Después, ante el cariz que habían tomado los acontecimientos, y que algunos calificaron como un acto de locura, el juez de guardia ordenó, a modo de prevención, que se le realizase un primer examen psiquiátrico. Y por si fuera poco, el físico no demasiado agraciado de Wilbur generó todavía más dudas por las contradicciones de los testimonios recabados ya que, si bien su cara despertó los recelos de unos, también hubo quienes le vieron enternecedor porque además venía acompañado por un niño risueño y ocurrente. Lo que llevó a pensar al juez de que podría tratarse de un caso de doble personalidad. Días después del escándalo, Bill McAllister, el cronista de sociedad del periódico local, consiguió localizar al crío quien resultó ser el sobrino de Wilbur, que había accedido, no sin resignación, a llevar al chico a la final del torneo de críquet, a pesar de que para él era un juego absurdo y aburrido. Y es ahí cuando Wilbur, en medio de todo el furor general y viendo que su sobrino estaba muy entretenido, sacó un libro y se puso a leer sin pesar que estaban sentados en primera fila, a la vista de todo el mundo. 

(foto: cortesía de Lola Herrero)

· Fondo musical para acompañar la lectura: Elizabeth Wheeler - The last Rose of summner (1909) (https://www.youtube.com/watch?v=HIfc84Z-ces)

1 de mayo de 2014




El tío Emil fue la oveja negra de la familia. Mientras sus hermanos, entre ellos mi padre, siguieron los pasos del abuelo entrando, tras sus estudios universitarios, en el consejo del banco, el tío había decidido desde temprana edad que él haría caso a sus impulsos ya que, pensaba, ellos prefiguraban la verdadera vocación, por lo que se negó en rotundo a seguir una vida programada ya desde la infancia. A él no le iban los números. Y así se lo hizo saber a los suyos causando con ello un importante cisma familiar. Pero a él todo eso le dio igual y se mantuvo fiel a sus principios. Porque en el tío Emil, de quien decían que de joven era muy apuesto, confluyeron sus dotes de bon vivant con su pasión por las novelas decimonónicas que eran, al parecer, las que le daban nuevas ideas para sus tácticas de seducción. Y al parecer tuvo un éxito arrollador. Tanto, que ya al final de su vida todavía seguía llevando a sus jóvenes conquistas a ruinas de iglesias o cementerios porque eran escenarios discretos, decía, en los que se podía tener más intimidad, lejos del bullicio urbano y las charlatanerías.

· Fondo musical para acompañar la lectura: "Little" Jack Little Orchestra - I'm in the mood for love (https://www.youtube.com/watch?v=nCJdd2FeRt8)