29 de abril de 2014




Cuando miro hacia atrás, el primer recuerdo que viene a mi mente es el del verano del 65, aquel en el que me llevé el primer gran golpe de mi vida, a pesar de que también me deparó las emociones más fuertes de mi adolescencia. Porque los que vendrían después estarían empañados por los exámenes de septiembre. Pero ese verano del 65 fue en el que viví los mejores momentos con mis amigos, con los que me dedicaba a trajinar de un lado a otro en bicicleta, a pasar las tardes en los futbolines, pero sobre todo a beber las primeras cervezas, a fumar los primeros cigarrillos para luego, al atardecer, ir a la playa, a uno de esos bares de moda. Eso era lo más importante, porque estaba lo otro, la efervescencia interior que nos obnubilaba. En mi caso, la que me provocaba Beatriz, la bella Beatriz a quien no logré robar un beso, ni siquiera en la mejilla, pero que aquel día, uno de los últimos de las vacaciones, vino con sus amigas a montar en bicicleta con nosotros. Mis amigos se reían, porque a mí era al que más se le notaba, el aturdimiento, por la simple razón de que no podía apartar la vista de ella. Tanto, que Pepín lo inmortalizó con su pequeña cámara, la que le regalaron en su primera comunión, justo antes de que aquella farola me devolviese de una vez por todas a la realidad.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Carmelo Bernaola - Sintonía de "Verano Azul" (https://www.youtube.com/watch?v=ZKdzVtLJeoM)

25 de abril de 2014




Aún mantenía el estado físico que me caracterizó en mi juventud y por eso, cuando encontré el momento justo, tras una tan larga como intensa investigación, decidí embarcarme, nunca mejor dicho, en la que sería la aventura de mi vida, esa en la que pretendía dilucidar el gran enigma que llevaba quitando el sueño a generaciones de arqueólogos. Sabía que muchos, sobre todo mis allegados y conocidos, me tachaban de lunático y de soñador, como también era consciente de los recelos que desperté entre mis colegas de la universidad porque era el primero que había conseguido descifrar las claves del misterio. No buscaba fama, tampoco prestigio y, ni mucho menos, dinero. No necesitaba nada, pues gozaba de una buena posición académica. Simplemente me movía la pasión, el afán de conocimiento. Por eso me vi obligado a tomar las precauciones necesarias para evitar las envidias, esas que podían impedir que llevase a cabo mi empresa. Había invertido mis escasos ahorros así como muchos esfuerzos en conseguir el equipamiento necesario, como el bañador de neopreno que en aquellos momentos estaba al alcance de muy pocos. Pero eso era lo de menos. Lo importante era que estaba en el Danubio y que iba en busca del Santo Grial.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Johann Sebastian Bach - Ich ruf' zu dir, Herr Jesu Christ, BWV 639 (Wilhelm Kempff-Piano) (https://www.youtube.com/watch?v=elRTsN0LhPQ)

22 de abril de 2014




A pesar de que ha pasado mucho tiempo, todavía tengo pesadillas por la noche cuando me viene a la mente la desesperada situación a la que nos vimos abocados aquel neblinoso día durante la guerra. Nos habíamos quedado aislados en el campamento de operaciones que se había instalado a pie de playa. Los nuestros habían avanzado tierra adentro sin que nadie previese que la situación estuviese controlada del todo como algunos jerifaltes pensaban tras el intenso bombardeo de los días anteriores al desembarco. Aun sigo creyendo que nos confiamos demasiado porque allí, en la retaguardia, nos quedamos un pequeño destacamento con apenas una radio, unos cuantos fusiles y un par de morteros cuando nos vimos sorprendidos por fuego de ametralladoras. Sigo sin comprender aún como pudimos resistir. Tan solo recuerdo que momentos después se produjo una de esas extrañas pausas en el combate, y que comenzamos a percibir el silencio como algo aterrador, porque de repente fuimos conscientes del peligro al que nos enfrentábamos por nuestra escasez de armamento. Supimos que era un comando y, aunque eran pocos, teníamos que hacer algo para engañarlos. Hasta que uno del regimiento, que era sastre en la vida civil, se le ocurrió la idea de fabricar un tanque con guerreras, pantalones y telas de tiendas de campaña para, una vez cosido todo, inflarlo con una bomba de aire y dar de este modo la sensación de que estábamos bien armados. Lo que vino después nos pareció una eternidad, aunque solo durase unos pocos minutos, el tiempo durante el que fuimos acribillados a balazos viendo como nuestro tanque, cada vez con más agujeros, se desinflaba lentamente, hasta que los atacantes se quedaron sin munición. Luego, al ser apresados, supimos que eran unos cuantos exaltados de los nuestros, quienes, cegados por la cosa de la gloria y también por la niebla, se habían desorientado en la playa pensando que nosotros éramos los invasores.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Harry Roy - It's funny to everyone but me (https://www.youtube.com/watch?v=OY6szzdm-3o)

12 de abril de 2014




Jamás se imaginó el matrimonio Lefebvre que serían los protagonistas de un asunto que causó un enorme revuelo en París cuando una mañana de mayo, desnudos ante el espejo, pensaron que les sobraban unos kilos de mas. Fernand, quien nunca había mostrado demasiado interés por estar en forma, vio de repente que algo tenía que hacer con su cuerpo por la flacidez de la que hacían gala sus carnes. Hélène, que era una mujer que siempre se había cuidado mucho, enseguida le alentó en su decisión e incluso se apuntó con él para poner remedio a su maltrecho estado físico. Pero pronto la ilusión se tornó en un drama de imprevisibles consecuencias que les llevó a tomar la drástica decisión de encerrarse en su hogar para evitar las miradas y los cuchicheos. Algo había fallado en el milagroso tratamiento. Apenas nadie supo sobre el calvario que atravesaban Fernand y Hélene Lefebvre, ni siquiera sus amigos más íntimos a quienes tampoco les extrañó su mutismo ya que la pareja siempre fue poco dada a la vida social. Hasta que aquel día fueron portada en los periódicos, cuando tuvieron que ir a declarar al juicio contra el doctor Aristide Géroux, el nutricionista que prometió a Fernand que tendría el físico de Alain Delon.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Charles Gounod - Marche funébre d'une marionnette / David Dekker (Piano) (https://www.youtube.com/watch?v=YKpAuHTIqr4)

9 de abril de 2014




Mi hermano y yo deseábamos tener una televisión, como nuestros amigos del colegio. Pero nuestro padre se negaba. Decía que se podían hacer cosas mucho más interesantes antes que estar atontados delante de la pantalla. Pero nosotros nos habíamos propuesto conseguir tan preciado tesoro. Y el primer plan de ataque fue, como suele ser en estos casos, repetir, día tras día, cuando llegaba a casa después de un duro día en la oficina, la monserga de que nos comprase una. Pero ante la firmeza que siempre mostraba llegó un momento en que nos dimos cuenta que debíamos recurrir a la persuasión psicológica. Era la época en que emitían la serie de Batman e intentamos ablandarle su corazón diciéndole que éramos los únicos en todo el colegio que no la veían, que por ello nos habían condenado al ostracismo y que cuando nos veían pasar decían cosas como que ahí iban los hermanos Wilson, los que no tenían televisor. Pero nuestro padre continuó imperturbable. Hubo después muchas más estrategias, pero fracasaron todas. Entonces mi hermano y yo decidimos quemar el último cartucho. Sabíamos que era algo extremo pero era la única opción que nos quedaba, que era convertirnos en la conciencia de nuestro padre. Seguro que conseguiríamos intimidarle, pensábamos, y nos pusimos manos a la obra. Nuestros disfraces estaban muy logrados y contábamos con el efecto sorpresa, como en las películas. Por eso no comprendimos que falló. Nos quedamos atónitos al verle lanzar una enorme carcajada desde el sillón donde estaba sentado. Después cogió la cámara y nos inmortalizó, mientras susurraba por enésima vez lo de siempre, que no iba a comprar un televisor.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Neal Hefti(Arr. Nelson Riddle) - Theme from Batman (https://www.youtube.com/watch?v=YoA9RY12JQs)

7 de abril de 2014




No sé de qué se sorprenden, pero esa soy yo. Con mis ayudantes. ¿O acaso se esperaban esa tan manida como desusada imagen de la figura cubierta con ropajes y una guadaña en la mano? Pues no. Se equivocan. Y además es falsa. Porque la realidad es otra, ya que también paso por momentos duros. No se lo pueden imaginar. Los hay que ponen mucha resistencia. Lo comprendo, la alegría de vivir y todas esas cosas. Pero también es esa mi misión. Por eso ahora les confieso que tengo dos ayudantes. Son voluntarios. Al fin y al cabo en el nivel en que nos movemos no necesitamos nada, y menos aún dinero. Eso en lo que siempre piensan, por lo que se endeudan, se pelean, se enemistan o lo que sea. Como comprenderán es algo que me da igual porque al final, cuando se vienen conmigo, ahí se queda su gran fortuna o su insignificante cachivache. Para que otros lo despilfarren o lo tiren a la basura. No es asunto mío. Ni tan siquiera mi problema. Yo sólo me limito a cumplir mi cometido. Sé que me ven con mala cara, pero no se lo tomen a mal. Es el cansancio. Me dan mucho trabajo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Neil Young - Guitar solo nº 5 -BSO de Dead Man (Jim Jarmusch, 1995)-(
https://www.youtube.com/watch?v=jx3ajYfbzcw)

3 de abril de 2014




Aquella mañana de otoño al sargento Montgomery de la brigada motorizada del ejército se le puso el corazón en vilo cuando al salir de su casa vio que su motocicleta había desaparecido. En treinta años de servicio jamás le había sucedido nada semejante por lo que, en pleno ataque de nervios, no se le había ocurrido otra cosa mejor que mirar al cielo y maldecir levantando los brazos y apretando sus puños. Instantes en los que la señora Montgomery, alterada, le llamaba a gritos porque Ronny, su hijo, se había fugado saltando por la ventana de su habitación. La desazón del sargento Montgomery se acrecentó, y todavía más cuando al relacionar los hechos intuyó para su desgracia lo que estaba pasando justo en esos momentos y que era, precisamente, lo que siempre había tratado de impedir, significando el tercer disgusto seguido del día, que el tarambana de su hijo había vuelto a desoír por enésima vez sus advertencias prefiriendo ir antes al encuentro de la hija del cabo Carpenter, de la que el muy idiota se había encaprichado, que preparar su ingreso en la academia de artillería. Y lo que era aún peor, que esta vez se había extralimitado al tomar prestado una propiedad del ejército.

Fondo musical para acompañar la lectura: Henry Mancini - Theme from Romeo and Juliet (Nino Rota) (
https://www.youtube.com/watch?v=BjG19cwVR80)

2 de abril de 2014


Un vacío muy grande se produjo en casa cuando mamá se fue para siempre. Aún era muy niño y no me lo quise creer a pesar de las veces que mi padre intentó explicármelo. Porque la Srta. Rogers nos había hablado en clase sobre el alma y de cómo ésta pervive más allá del cuerpo ya que, decía, sigue viva y está muy cerca de nosotros aunque no la podamos ver. Y además, proseguía, mientras los vivos sigan vivos los que se mueren permanecerán aún vivos. Durante varios días le di muchas vueltas al trabalenguas de la Srta. Rogers hasta que sentí la necesidad de comprobarlo por mi mismo. E ideé un plan que llevé a cabo en el más absoluto secreto. A mamá, quien en su juventud fue concertista, le gustaba sentarse ante el piano al caer el sol. Así que con la cámara que me habían regalado en mi primera comunión me escondí en un rincón del salón, frente al instrumento, a la misma hora en que ella solía tocar. Y la sorpresa se convirtió en excitación cuando al revelar las fotos la vi en una de ellas, con Shazan, nuestro perro. Mi hermano me dijo no sé qué sobre un negativo usado en la cámara, pero no quise escucharle. Tampoco le contesté. Como nunca le dije nada de esto a mi padre.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Johannes Brahms - Intermezzo Op.117, nº 1 / Glenn Gould (Piano) (https://www.youtube.com/watch?v=YD8i0jUmbF8)

1 de abril de 2014




Aquella noche creí hallarme ante la resolución de aquel caso que me había mantenido en vilo desde el día en que me convertí en el inspector más joven del cuerpo, justo cuando acababa de cumplir 28 años de edad. Poco podía imaginar que aquella desaparición, se convertiría, con el paso del tiempo en un sumario cada vez más complejo cuando se siguieron produciendomás. Tanto, que sería el único caso que llevé durante toda mi vida policial. Las autoridades tenían especial interés por aclarar un asunto que podría alcanzar dimensiones internacionales. Y ahí estaba, después de treinta años, a dos días de mi jubilación, en el gran teatro de la ópera de París, de pie, en el pasillo, mirando fijamente al Gran Morel mientras llevaba a cabo el número que le había hecho célebre. No pude evitar esbozar una sonrisa, como tratando de decirle que lo sabía todo, que le había descubierto. Pero él siguió sin inmutarse. Tampoco el público que, ensimismado, le aplaudía enfebrecido. Fue cuando lo comprendí todo. Estuve tan absorto en mi investigación que nunca lo había visto actuar hasta ese día. Era un malabarista asombroso. Y tan elegante que nunca nadie se dio cuenta de nada, ni siquiera Allain de Torbechet, el fotógrafo. Y ahí estuvieron siempre, delante de las narices de todo el mundo, las cabezas momificadas de varios chefs que el Gran Morel hacía volar por los principales escenarios de Europa.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Gus Viseur - Ombrages (https://www.youtube.com/watch?v=AuBEpPPWuMw)