13 de noviembre de 2015




Sin apenas intuirlo, incluso cuando la monotonía era el término que mejor definía nuestra rutina diaria, después de que llevase algo más de una década prestando mis servicios en el cuerpo, las cosas cambiaron aquella tarde, creo que de noviembre, no estoy seguro, pero que sí recuerdo muy nublada. Yo, como de costumbre, me hallaba en mi misión de preservar la seguridad en la pequeña villa, cerca de Dover, a la que me habían destinado que, si bien nunca me ofreció grandes emociones, al menos me proporcionaba la suficiente tranquilidad para desempeñar, sin sobresaltos, mi vocación. Hasta que aquel día tuve que tomar una decisión, a pesar de que tampoco tenía las suficientes pistas. Simplemente, me tocó, y yo, a pesar de la gran responsabilidad que me suponía acepté, aunque era consciente de que me ganaría muchas enemistades y en un lugar, además, donde nos conocíamos todos. Y elegí, a ciegas, a la reina de las fiestas, a Jenny, la chica de la que estaba enamorado y quien, pocos meses después, se comprometería con el hijo del viticultor. Y las demás, simplemente, desde ese día, me retiraron la palabra.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Alfred Schnittke - Piano Quintet, II. In tempo de valse.