1 de abril de 2014




Aquella noche creí hallarme ante la resolución de aquel caso que me había mantenido en vilo desde el día en que me convertí en el inspector más joven del cuerpo, justo cuando acababa de cumplir 28 años de edad. Poco podía imaginar que aquella desaparición, se convertiría, con el paso del tiempo en un sumario cada vez más complejo cuando se siguieron produciendomás. Tanto, que sería el único caso que llevé durante toda mi vida policial. Las autoridades tenían especial interés por aclarar un asunto que podría alcanzar dimensiones internacionales. Y ahí estaba, después de treinta años, a dos días de mi jubilación, en el gran teatro de la ópera de París, de pie, en el pasillo, mirando fijamente al Gran Morel mientras llevaba a cabo el número que le había hecho célebre. No pude evitar esbozar una sonrisa, como tratando de decirle que lo sabía todo, que le había descubierto. Pero él siguió sin inmutarse. Tampoco el público que, ensimismado, le aplaudía enfebrecido. Fue cuando lo comprendí todo. Estuve tan absorto en mi investigación que nunca lo había visto actuar hasta ese día. Era un malabarista asombroso. Y tan elegante que nunca nadie se dio cuenta de nada, ni siquiera Allain de Torbechet, el fotógrafo. Y ahí estuvieron siempre, delante de las narices de todo el mundo, las cabezas momificadas de varios chefs que el Gran Morel hacía volar por los principales escenarios de Europa.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Gus Viseur - Ombrages (https://www.youtube.com/watch?v=AuBEpPPWuMw)