21 de marzo de 2014




Mi padre estuvo varios años recluido en la cárcel debido a su actividad anarquista, al ser uno de los instigadores de la huelga general que hubo en los muelles. A mi madre nunca le hizo gracia que se metiera en líos de ese tipo y menos aún que se dedicase a lanzar arengas ante mí presencia, cuando nos sentábamos a la mesa a cenar, porque, pensaba, podría influir en mí ya que era un niño impresionable. Pero yo disfrutaba escuchándole, viéndole gesticular y agitar las manos por la pasión que ponía en sus ideas. Pero más que todo eso, lo que me gustaba era la idea de ser revolucionario, de rebelarme y comenzar una lucha contra el anquilosado sistema preestablecido, como decía mi padre, y transformar las cosas. Es por eso que decidí cambiar el mundo. Para ello debía de empezar desde abajo, con una acción pequeña, con algo que afectase a mi propia vida. E ideé mi primera insurrección que, para darle más fuerza, la pergeñé desde la metáfora. No quería ir al colegio como si fuera un borrego. Era una persona y tenía el derecho a decidir. Al final sólo conseguí que el tío Emil hiciera una foto, porque le hizo mucha gracia mi ocurrencia, al igual que a la abuela y a mi madre. Vale, acepté mi fracaso, pero lo que más me molestó fue que tachasen mi acción de “ocurrencia”.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Joe Hill - There is power in a union (
https://www.youtube.com/watch?v=waY0R8Atw10)