20 de marzo de 2014




Veinte años de entrega sin faltar un solo día a mi puesto de trabajo ofreciendo un servicio impecable, sin fisuras, sin fallos, porque llegué a alcanzar tal grado de perfección que no había detalle, por muy pequeño que fuera, que me pasase desapercibido. Incluso los había que decían que mi porte y mis maneras eran dignos del mejor bailarín. Eran palabras halagadoras, las agradecía, y mucho. Pero también creo que eran un poco desproporcionadas, porque no buscaba el reconocimiento, sino ofrecer un servicio impecable. Es decir, convertir el viaje en una experiencia inolvidable para los pasajeros que elegían nuestra compañía. Puede que a alguno le parezca extraño, pero amaba mi trabajo. Aunque siempre fuese el mismo trayecto. Hasta que vino aquel fatídico día en que se hundió mi carrera profesional. Yo, que había sido elegido el revisor del año durante varios años consecutivos, a quien ponían como modelo a seguir para los nuevos empleados que entraban en la empresa, caí en desgracia del día a la noche, por una graciosa ocurrencia del maquinista. Cuando se enteró que me iba a casar decidió, junto con el encargado del vagón restaurante, sorprenderme con una inolvidable despedida de soltero, de esas que le dejan a uno marcado para toda la vida. Y lo consiguieron. Vaya si lo consiguieron. Porque el escándalo que se generó fue tal que no sólo hubo que parar el tren en medio de un valle, sino que llegó al conocimiento de los altos directivos, como también el fotomontaje que me hicieron mientras intentaba, con mi habitual cautela, solventar la situación.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Frank Sinatra - That's life (
https://www.youtube.com/watch?v=cqhYchnDNfA)