2 de abril de 2014


Un vacío muy grande se produjo en casa cuando mamá se fue para siempre. Aún era muy niño y no me lo quise creer a pesar de las veces que mi padre intentó explicármelo. Porque la Srta. Rogers nos había hablado en clase sobre el alma y de cómo ésta pervive más allá del cuerpo ya que, decía, sigue viva y está muy cerca de nosotros aunque no la podamos ver. Y además, proseguía, mientras los vivos sigan vivos los que se mueren permanecerán aún vivos. Durante varios días le di muchas vueltas al trabalenguas de la Srta. Rogers hasta que sentí la necesidad de comprobarlo por mi mismo. E ideé un plan que llevé a cabo en el más absoluto secreto. A mamá, quien en su juventud fue concertista, le gustaba sentarse ante el piano al caer el sol. Así que con la cámara que me habían regalado en mi primera comunión me escondí en un rincón del salón, frente al instrumento, a la misma hora en que ella solía tocar. Y la sorpresa se convirtió en excitación cuando al revelar las fotos la vi en una de ellas, con Shazan, nuestro perro. Mi hermano me dijo no sé qué sobre un negativo usado en la cámara, pero no quise escucharle. Tampoco le contesté. Como nunca le dije nada de esto a mi padre.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Johannes Brahms - Intermezzo Op.117, nº 1 / Glenn Gould (Piano) (https://www.youtube.com/watch?v=YD8i0jUmbF8)