31 de mayo de 2013



Yo siempre he sido un niño susceptible. Cualquier cosa que me decían me afectaba. Si era algo bueno me sonrojaba, y si era malo, también. Ello me creó fama de ser un poco especial en mi familia. Cualquier cosa que me pasaba, enseguida todos decían que era un exagerado. Me irritaba que me respondieran de esa manera, por lo que, de forma inconsciente, aumentaba la teatralidad a la hora de contar mis cosas. En eso, he de reconocerlo, era bueno. Pero también sufría mucho, porque ninguno entendía mis pesadillas, que eran casi a diario. Cuando me despertaba, llorando, mi padre, con cara de fastidio y bostezando, me susurraba, para no despertar a mi madre, que eran caprichos de niño consentido, que era un cobardica y que tenía que aprender a ser un hombre. Pero yo le insistía en que soñaba con diablos, con dos exactamente, que eran los que se me aparecían todas las noches, y que uno de ellos ponía una de sus manos sobre mi hombro, que me echaba a temblar y que el miedo me impedía gritar para pedir ayuda. Entonces, mi padre esbozaba una sonrisa, me daba unas palmaditas y me decía que todo aquello eran sueños. A mi me fastidiaba, porque esos diablos estaban ahí, aunque nadie de mi familia nunca los vio.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Johann Sebastian Bach - Sonata nº 1 in G minor, BWV 1001, Arthur Grumiaux (violín) (http://www.youtube.com/watch?v=V_VBtfK79kQ)