8 de mayo de 2013



Hay cosas que, aunque a otros les puedan parecer extrañas, guardamos sólo por el hecho de que nos une a ellas algo sentimental. Esa era la sensación que tenía con esta fotografía, que la recuerdo desde que era muy niño, en el salón de la casa de mi abuela, colgada sobre la chimenea. Cuando ella murió, mi padre se apresuró a recuperarla, poniéndola después en nuestro salón. Fue de esos pequeños detalles que, pese a mi edad, se me quedaron grabados en la memoria. Yo me preguntaba muchas veces que demonios tenía esa imagen para que unos y otros en mi familia la guardasen con tanto celo, porque a mi, si les soy sincero, me causaba pesadillas cada vez que veía ese colgajo monstruoso con patas de cangrejo cuando me iba a la cama. Hasta que un buen día, tendría once, o quizá doce años, mi padre me lo contó. Durante generaciones todos habían trabajado en los astilleros de Clydebank, salvo el bisabuelo, que había roto la tradición para convertirse en buzo. Además, quiso el azar que fuese el único de la familia que hiciese algo importante como fue explorar el naufragio del Lusitania. Incluso salió la fotografía en los periódicos, en ese momento en que va a sumergirse con ese traje que tanto miedo me daba. Pero mi padre me dijo después que el auténtico valor de la instantánea estaba en que, simplemente, era la única imagen que existía del bisabuelo, aunque no se le reconociese.

(foto: cortesía de Naty Alma de Diamante)


· Fondo musical para acompañar la lectura: Ada Jones & Billy Watkins - By the beautiful sea (http://www.youtube.com/watch?v=2J6-JAJOL4A)