24 de junio de 2014




Los vecinos de la Rue Saint–Benoît no dieron crédito a sus ojos cuando una mañana de junio conocieron a los nuevos inquilinos, los hermanos Desjardins, de aquella extraña manera, caminando acompasados y en fila india. Jean Desmarchais, el profesor jubilado que vivía en el portal nº 5, le restó importancia al asunto a apuntar que, dada la evidencia de la sonrisa que dibujaban sus rostros, los Desjardins regresaban a casa después de una larga noche de juerga. Pero la tranquilidad duró pocas horas porque la anciana Madame Rocher vio por su ventana como los cuatro hermanos salían de su casa de la misma manera en que les habían visto aquella mañana. La inquietud y la curiosidad fueron creciendo con el paso de los días porque los cuatro hermanos iban y venían siempre en fila, sonrientes y coordinados, como si estuvieran en un desfile militar. Pronto la Rue Saint–Benoît se convirtió en un hervidero de hipótesis de lo más variopinto e incluso hasta se acercó algún que otro periodista curioso. Las habladurías duraron varias décadas sin que nadie lograse descifrar el misterio. Hasta que los Desjardins dejaron de ir sincronizados a causa de los achaques de la edad. En su lecho de muerte, Marcel, el último de ellos que quedaba vivo, confesó que él y sus hermanos siempre habían sido grandes bromistas y que aquello fue algo así como su obra maestra dada la gran conmoción que generó en el barrio. «No pudimos evitar seguir haciéndolo. Nos divertía mucho y queríamos superarnos a nosotros mismos. Pero no conseguimos que mirasen el lado bueno de la vida. Era gente que se tomaba las cosas demasiado en serio», concluyó.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Les Freres Jacques & Brigitte Bardot - Stanislas (1962)