12 de junio de 2014




Sir Archibald Bailey pertenece a esa estirpe de investigadores condenados al olvido por los caprichos del destino siendo tan solo una figura conocida para unos pocos especialistas en la materia. El que era hijo de un labriego de las tierras altas escocesas se graduó con un brillante expediente en el Royal College of Music de Londres consiguiendo, poco tiempo después, una plaza como profesor de armonía, para después convertirse con el tiempo en un prestigioso musicólogo cuyas teorías supusieron un profundo cambio en la concepción y la praxis de la pedagogía musical de finales del XIX. Sin embargo, su gran hito se produjo cuando formó parte de la expedición de Henry Morton Stanley, en la que demostró la influencia que ejerce la música en el comportamiento animal. Pero su descubrimiento fue eclipsado por el encuentro entre el propio Stanley y el explorador David Livingstone en el lago Tanganika y, con el paso del tiempo, se vio relegado de una manera un tanto frívola a esa expresión tan popular de que la música amansa a las fieras y que tanta gracia le hizo a Isak Dinesen al ver como unos monos se cargaban el gramófono que Denys Finch Hatton puso a sonar ante ellos por puro divertimento.

(foto: cortesía de Lola Herrero)


· Fondo musical para acompañar la lectura: W. A. Mozart - Adagio del concierto para clarinete en A major, K. 622 (George Szell/Cleveland Orchestra) (https://www.youtube.com/watch?v=yP0ks_hwvGI)