3 de octubre de 2014




Según mi madre, las tonterías del cine habían hecho demasiada mella en mi padre, tanto, que desde muy niño sintió la necesidad de hacer acrobacias, como su adorado Buster Keaton. Pero la realidad en la que vivía no había cabida para un soñador, ni tampoco para piruetas y mucho menos en tiempos de dificultades como aquellos por lo que, sin perder su sentido del humor, convenció a mi madre y emprendieron un nuevo rumbo, lejos de allí. Yo aún era muy niña pero recuerdo con claridad sus ocurrencias, algunas verdaderamente surrealistas, que llevaba a cabo sin el menor retraimiento, en cualquier momento del día y ante cualquiera. Quizá era su válvula de escape de una vida que al final no respondió a sus expectativas, porque su trabajo como conserje de un modesto hotel de San Francisco tampoco daba para grandes alegrías, pese a que el lugar era una fuente constante de variopintas anécdotas que después nos contaba desplegando toda su artillería gestual. E incluso, ese actor que llevaba dentro y que a su manera lo fue, le llevó a convertir la minucia en arte, como aquella mañana de domingo cuando nos demostró por medio de la mímica la forma de tender un puente entre dos continentes, conmigo ahí, sobre sus posaderas, para que yo comprobase que no me engañaba. Era una nimiedad, como tantas otras más que hicieron que tuviésemos uno de los álbumes de fotos familiares más originales y divertidos que he visto en mi vida. Y no, ese día, el del puente, aunque nos reímos mucho, no se cayó al agua.

(Foto: cortesía de Luis Argeo y http://tracesofspainintheus.org/)

· Fondo musical para acompañar la lectura: James Scott - The suffragette waltz (https://www.youtube.com/watch?v=1KjrD_B5X1M)