23 de octubre de 2013



Mi querido hijo:
No sé cuanto tiempo me queda, pero sé que no es mucho. Te envío una fotografía de mi infancia que nunca enseñé a nadie. Ni tan siquiera a tu padre, que siempre estuvo enfrascado en el trabajo, y después con el bricolaje, en su jubilación. También es cierto que para ciertas cosas no tenía demasiada sensibilidad, aunque siempre fue un buen hombre. Si, así era yo, una niña pizpireta e imaginativa que no paraba de soñar. Me encantaba disfrazarme, no sólo las noches de Halloween, en las que me solía vestir de muerta viviente, sino en cualquier día del año. Y de lo que fuese. Tuve muchos disfraces, muy variados. Eso de adquirir otras identidades, como los actores, me fascinaba. Además tenía dotes interpretativas, al menos ante tu abuela, para conseguir salirme con la mía, aunque mi carrera interpretativa fuera de casa no fue más allá de las funciones del colegio. A tu abuelo no le gustaban esas cosas porque decía que los artistas eran unos parásitos, unos vividores sin un centavo en el bolsillo. A lo mejor te esperas una gran revelación familiar. Siento decepcionarte si es así. Solo quería que conservases esta fotografía. Pero no trates de buscar metáforas con “La metamorfosis” de Kafka, ni dobles sentidos o indirectas ocultas, que te conozco. Tan sólo quiero que guardes esta fotografía, ya que es la única imagen que conservo de mi infancia, y además, con mi disfraz de mosca, que siempre fue mi favorito. Las demás ya sabes que se perdieron en aquel incendio. Pero hoy no quiero ponerme emotiva.
Te quiere.
Mamá.


· Fondo musical para acompañar la lectura: Nikolai Rimsky-Korsakov: Flight of the bumblee bee (Vladimir Horowitz - piano) (https://www.youtube.com/watch?v=EgtExoc_Zfk)