23 de enero de 2013



Nunca podré olvidar a Balthasar Luttenberger y a Otto Herbst. Desde el día en que los conocí en la facultad de Derecho de la Universidad de LübecK nos hicimos amigos inseparables. Yo venia de un pequeño pueblo de la Baja Sajonia y era la primera vez que iba a la gran ciudad. Ni si quiera pude imaginar cuando les vi por primera vez que, en ese momento, la vida comenzaría a abrirse ante mí y que ellos serían mis guías espirituales. La modosa existencia que había llevado hasta entonces se transformaría con ellos en un torrente de emociones. Sobre todo las que surgirían en la vida nocturna. Podría contarles infinidad de anécdotas, porque a pesar de la edad, mi memoria sigue intacta. Les podrá parecer una nimiedad, pero hay una de ellas que recuerdo con mayor afecto, además de ser una de las pocas de la cual conservo la prueba del delito. Fue un sábado, creo que en mayo. El caso es que Balthasar y Otto se habían vestido de mujer con la peregrina idea de introducirse en la toilette de las chicas para desentrañar el misterio de la táctica de ir en grupo y ver después lo que sucedía allí. A mi, claro, me daba vergüenza y, en un golpe de ingenio, a Otto se le ocurrió que debíamos de aprovechar mi debilidad. Iría con un traje imponente, acompañando a mis amigos travestidos, por la cosa de ahuyentar a los posibles donjuanes. No se pueden imaginar la que se lió. Sería largo de contar. Pero lo que no pudimos entender durante el regreso a la pensión fue qué es lo que había fallado para que a Balthasar y Otto les descubriesen tan pronto.

· Fondo musical para acompañar la lectura: André Dassary - Reite, kleiner reiter! / Vole, Cavalier Fidèle! (https://www.youtube.com/watch?v=B1SLNs0UkOQ)