15 de enero de 2013



Siempre guardé un buen recuerdo de William, el que fuera el primer gran amor de mi vida. Como tampoco me olvido de los intensos momentos que compartimos. Pero las cosas llegaron a tal extremo que no pude continuar más, a pesar del amor que le profesaba. Y no, no le guardo rencor, quizá porque éramos demasiado jóvenes e inexpertos. Era un chico muy apuesto, tanto, que me dejó impresionada cuando le vi por primera vez en la sucursal del banco donde trabajaba. Él enseguida mostró un gran interés por mí, y tras darle largas durante unas cuantas semanas empezamos a salir. Les confieso que yo flotaba cada vez que me besaba. Sí, aquellos días los viví como si estuviera en otra dimensión. Pero el ensimismamiento me impidió pensar que ese ser perfecto podría tener sus defectos. Los descubrí cuando decidimos intimar un poco más, en su casa, aprovechando que sus padres estaban de viaje. Fue la noche más horrible de mi vida. Podía comprender que William se pusiese el pijama, ya que sabía que era un chico muy tradicional. Pero lo que jamás le perdoné fue que me tuviese la noche entera sentada en el taburete del tocador, besuqueándome todo el rato la mano, sólo porque no quería dejar ninguna huella en el dormitorio de sus padres ya que tenía miedo a que su madre, que era muy maniática y severa, descubriese que había estado con alguien. Pero yo, a pesar de sus excusas y de mis sentimientos, rompí con él justo cuando empezó a amanecer.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Gene Austin - My blue heaven (https://www.youtube.com/watch?v=5w-_xbBmXJ4)