30 de enero de 2013



El primo Werner jamás fue una lumbrera en el colegio, ni tampoco fuera de él. Pero si había algo que le definía eso era su gran vitalidad. A pesar de que nunca salió de la pequeña localidad tirolesa de Entbruck y no se sabe muy bien por qué extrañas casualidades del destino, el caso es que se entusiasmó cuando oyó por primera vez la palabra Rock. La tía Hannah decía que esas veleidades eran cosa de la influencias de la radio que comenzaban a trastornar a una generación de buenos chicos, como era la del primo. Una modernidad que comenzó a convertirse en una gran preocupación para los ancianos del lugar. Mal asunto, pensaban, ya que esos estruendos procedentes de la ciudad ponían en riesgo a las bellas melodías del folclore autóctono que se habían transmitido durante siglos de padres a hijos y que tantas veces habían cantado. Sea como fuere, el primo se reunía con sus amigos a tocar en los ratos libres que le dejaban sus tareas en la granja paterna. Una pena, solía exclamar la tía Hannah en voz alta para que lo oyese el primo, quien procuraba no darse por aludido. Pero yo sabía que éste, a pesar de su escaso talento y lejos de cualquier actitud de rebeldía, le gustaba todo aquello por la simple razón de que era algo mucho mas movido y divertido que cantar odas a las ovejas y a las flores.

· Fondo musical para acompañar la lectura:  The Baseballs - Umbrella (https://www.youtube.com/watch?v=b4pxUgKu-Xc)