19 de enero de 2013



El tío Francis fue un hombre muy bruto que se hizo a sí mismo. Tras acabar malamente el colegio se puso a trabajar como vendedor de periódicos para después ir desfilando por multitud de trabajos que tampoco voy a enumerar por la cosa de no aburrirles. Sea como fuere, el tío Francis acabó montando su empresa, una constructora, y eso que apenas sabía lo que era un ladrillo. El caso es que se convirtió en un nuevo rico y a medida que crecían sus cuentas, también aumentaba su ego. A mi padre le molestaban sus aires de superioridad y siempre que se hablaba del tío en casa, él zanjaba la conversación diciendo que era un chanchullero. Pero a mí me hacía mucha gracia el tío Francis, porque a pesar de sus trajes caros, seguía siendo el mismo patán de siempre. Todavía me acuerdo del sonoro obsequio de cumpleaños que le hizo a la tía, porque él, decía, le gustaba hacer las cosas a lo grande. Y ahí les tienen, a mi tío, el del traje y pose altanera, a mi padre sin saber que cara poner, y a mi madre, con su eterno pelo revuelto y gesto adusto. Yo creo que en el fondo envidiaba a la tía, la que lleva la chilaba neohippie, porque ese era el día de su aniversario y todo lo demás, la montaña que le regaló el tío Francis. Algo que estaba fuera del alcance del bolsillo de mi padre.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Clarence William's Blue Grass Foot Warmers - Senorita Mine (https://www.youtube.com/watch?v=tYGzmXmoR_Y)