31 de octubre de 2012



Siempre he admirado a mi hermana Beth porque, a pesar del provinciano ambiente en el que vivíamos, fue capaz de salirse con la suya. Puede que esta afirmación resulte ridícula, pero si les digo que nuestro padre era un predicador metodista que nos educó bajo unas estrictas reglas morales, seguro que cambia su opinión. Recuerdo que hasta para mi madre la convivencia en casa era muchas veces difícil ya que, sin quererlo, se veía en el complicado equilibrio de tapar las travesuras adolescentes de sus hijos frente a la férrea voluntad de su marido procurando, al mismo tiempo, no destapar la caja de los truenos. Sí, mi padre fue un hombre rígido y autoritario y mi hermana Beth nunca se cortó un pelo para buscarle las cosquillas, lo que acababa en monumentales broncas, portazos y gritos. Como aquel día que me defendió a capa y espada cuando mi padre me sorprendió escuchando esa música del demonio, que era como calificaba todo sonido salido de guitarra eléctrica. Y yo tampoco me lo pensaba dos veces para cubrir a mi hermana cuando venía a casa algo aturdida y la excusaba diciendo que estaba cansada por las largas horas de estudio, cuando en realidad nos juntábamos con su amiga Rosalynd para fumar hierba.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Ventures - Pipeline (http://www.youtube.com/watch?v=s0z8S2ZjSmc&feature=related)