2 de octubre de 2012



Siempre creyó la Sra. Higgins que sus vástagos fueron tocados por la varita mágica de la genialidad. Por ello hizo lo imposible para que llegasen a muy altas metas en la vida y, de paso, evitar que no repitiesen los devaneos de su padre, un modesto mecánico que acabó arruinando a la familia debido a su afición por el alcohol. Se entregó en cuerpo y alma a la educación de sus hijos, observando desde el principio las actitudes que mostraban en la infancia. Peter, que sacaba buenas notas en redacción, estaba destinado a ser un gran escritor, pensaba, como también que el futuro de Lionel sería ganar medallas olímpicas dadas sus habilidades deportivas y el de Louis lograr el Nóbel de física por sus excelentes resultados en matemáticas. Los años pasaron y sólo unos pocos constataron que el único talento que desarrollaron los tres hermanos fue el del arte del fingimiento, llegándolo a convertir en un acto humanitario al ocultarle la verdad a su madre en el lecho de muerte ya que, en realidad, Peter se ganaba la vida como gigoló y por eso se había dejado bigote, que Lionel no fue más allá de ser sparring por su dedicación a las apuestas ilegales y que Louis, el único que aprovechó mejor sus dones, falseaba las cuentas para sustraer dinero de la entidad en la que trabajaba como contable.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Kid Ory's Creole Jazz Band - Tin roof blues (http://www.youtube.com/watch?v=fHmYLR4Qa-4)