19 de octubre de 2012



La abuela de Maggie siempre había pensado que la juventud era muy incrédula porque sólo pensaba en emperifollarse para darse una noche frenética de baile y alcohol sin preocuparse por su futuro ni por los demás. Las ancestrales buenas costumbres parecían haber desaparecido y la anciana señora decía que los libros de Scott Fitzgerald tenían parte de culpa, sobre todo aquel cuyo título, “Hermosos y malditos”, tenía un carácter proverbial. Al menos es lo que pareció detectar en el comportamiento de su nieta que, lejos de seguir los sanos y arraigados hábitos de siempre, se dejó llevar por el desenfreno y el frenesí de la época y en lo que, según ella, tuvo mucho que ver su relación con Charles Dickinson, un joven perteneciente a una decadente familia aristocrática que había perdido el norte. Por ello, en opinión de la octogenaria, habían recibido un castigo divino el día en que anunciaron su enlace matrimonial ya que hubo algo del más allá que trató de borrarlos del mapa. Sea como fuere, unos meses más tarde, por las causas naturales de la edad, la muerte se encargó de hacer desaparecer a la abuela de la geografía, como varias décadas después también se llevaría a su nieta y a su flamante marido.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Dmitri Shostakovich - Jazz Suite nº 2: Waltz 2 (http://www.youtube.com/watch?v=ZYhZVqODYsI)