22 de octubre de 2012



A James Boyd Potter siempre le ocasionó problemas el sempiterno flequillo natural que se obstinaba en elevarse hacia arriba cada vez que se quitaba su gorra, lo que le llevaba a tenerla puesta a todas las horas del día. A pesar de proceder de una familia muy humilde, su padre, un rudo descargador del puerto, y su madre, una incansable mujer que compaginaba las tareas del hogar con el arreglo de vestidos y trajes que hacía por encargo, inculcaron con firmeza a sus vástagos las reglas de la buena educación porque, según ellos, con ellas se iba a todas partes. De ahí que James Boyd, a pesar de que se dedicó a la delincuencia desde su adolescencia, siempre trató con cortesía a todo el mundo, hasta a quienes robaba. Pero lo que no pudo prever es que sus buenas maneras le llevarían a presidio, como sucedió la noche en que entró la policía en el almacén de licores que en esos momentos saqueaba con su banda. Al percatarse de que había personas, James Boyd, fiel a sus principios y de manera automática, se descubrió la cabeza para saludar sin darse cuenta, a causa de la oscuridad, de que eran en realidad agentes uniformados. Sin embargo éstos reconocieron al instante el fleco rebelde en el momento en que lo alumbraron con sus linternas. En ese momento comprobó una vez más lo que tantas veces le habían repetido sus padres, de que con buenas formas se va a todos los sitios.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Eddie Condon & his Foorwarmers - Makin' Frien's (http://www.youtube.com/watch?v=m3bJ-WU2gh0)