18 de octubre de 2012



Mi primo Fritz siempre quiso ser un dandi. Su escasa afición por los libros aumentó esa temprana vocación a la que se entregó desde el momento en que tuvo conciencia de la transformación que sufría su organismo cuando entró en la adolescencia. A la incipiente salida del bigote se unió su buena forma física, ya que las horas que no se pasaba haciendo posturas ante el espejo las dedicaba a hacer deporte. Yo aún era demasiado niño para comprender esas cosas pero, por lo que contaba mi tía a mis padres, el primo era un hombre inteligente que tenía mucho éxito con las chicas y que por eso mismo la hija de un importante empresario del acero se había fijado en él, lo que le llevó a contraer matrimonio y a abandonar Munich para empezar una nueva vida en New York. Aunque ahora, después de tanto tiempo, tengo la certeza de que eran las exageraciones típicas producidas por el orgullo de una madre de clase media a la que se le subieron las ínfulas por la cosa de codearse con las altas esferas gracias al braguetazo de su vástago. Como también estoy seguro de que la tía nunca supo la verdad sobre el primo Fritz ya que, además de ser un tipo simpático y narcisista, era en realidad un caradura y un inútil que se dedicó a hacer todo tipo de tonterías con tal de matar el aburrimiento porque, aunque vivía de su mujer, no perdía la ocasión de pavonearse si detectaba presencia femenina a su alrededor. Lo peor, según supe mucho después, fue el día que salió de su ensimismamiento vital cuando se dio cuenta de que los años también pasaban por él. Aún así se resistió a aceptarlo, aunque ya no pudiese hacer piruetas ni tirarse de cabeza a la piscina.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Comedian Harmonists - Wochenend und sonnenschein (http://www.youtube.com/watch?v=-ey9wYTOgew)