30 de octubre de 2012



Desde hacía algún tiempo a mi hermano Bob y a mi nos parecía oir extraños ruidos cuando estábamos solos en casa, que era casi siempre la mayor parte del tiempo, ya que nuestros padres dedicaban muchas horas a la pequeña ferretería que tenían en Eldridge Road. Como que también vivíamos en una modesta zona residencial no demasiado populosa, lo que en cierta manera propiciaba nuestra inclinación a pensar que aquellos extraños sonidos procedían del más allá. Bob decía que podía ser el espíritu de la abuela que venía a arreglar algún asunto que le quedó pendiente. Decidimos resolver el misterio con la cámara de fotos de nuestro padre, haciendo yo de cebo, mientras Bob, oculto detrás de un rosal, captaría el fenómeno, si es que era real, pulsando el cable que iba al botón del obturador. Puede que no sea exacto lo que les cuento, pero ¿acaso el ser humano no tiende inconscientemente a transfigurar los recuerdos, especialmente los más difusos, en su intento por recomponerlos? Quizá por eso me haya acostumbrado a que fuese real la silueta que vi, aunque tuviese el sol de frente, y que Bob, tras hacer la fotografía, corriese despavorido al interior de la casa. Por eso nunca he vuelto a hablar con él sobre este suceso desde que me contó su versión algunos años después. Comprenderán que era muy diferente a la mía.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Robert Schumann - Escenas de niños, op. 15, I. Von fremden Ländern und Menschen (Vladimir Horowitz) (http://www.youtube.com/watch?v=7lihXS3GLw0)