4 de octubre de 2012




No sabía muy bien que significaba eso, pero si les digo la verdad, cuando lo descubrí, me fascinó y me convertí en uno de ellos. Eran los tiempos de libertad en San Francisco y yo, que apenas había cumplido 20 años, llevé mis ideas hacia extremos radicales. Además, todo aquello llevaba un aliciente que cautivó de sobremanera a nuestra generación porque la cosa consistía en tirar por tierra todo lo establecido, incluso yendo aún más lejos, cuestionar lo que dictaba la tradición, el conservadurismo, o como mis padres decían, las cosas hechas como Dios manda. Sabía, y como así sucedió, que mi padre no sólo no comprendía nada, sino que me reprochó muchas veces mi pérdida de tiempo y de dinero. Pero yo era consciente de que no podía esperar alentadoras palabras de un hombre cuya sensibilidad sólo se manifestaba ante el niquelado de un parachoques, por la sencilla razón de que era vendedor de automóviles. No, no me entiendan mal, jamás se lo reproché y además me daba igual. Yo era conceptual, como muchos de ustedes se habrán imaginado, y mi padre, simplemente, detestaba mis fotos, tanto como el único retrato que le hice.

· Fondo musical para acompañar la lectura: John Cage - Six melodies for violind and keyboard (http://www.youtube.com/watch?v=i5ssRFrgF2k&feature=relmfu)