24 de octubre de 2012



Hacía una mañana muy gris cuando recibí aquella llamada que arrojaría un poco de luz a mí pasado familiar. Mi padre había fallecido. Recordé entonces el día que la policía rastreó cada palmo de los alrededores de la pequeña ciudad donde vivíamos, porque Richard, mi hermano mayor, había desaparecido sin dejar rastro. A mí nunca me contaban nada porque, decían, era demasiado niño para entender ciertas cosas, pero intuía que algo no iba bien entre mi padre y Richard. El día del funeral supe que la única persona que tuvo noticias de él, aunque esporádicas, fue mi madre. Como también supe que Richard no pudo soportar aquel asfixiante ambiente provinciano. Tras el sepelio, no quise estar con los allegados, que pululaban alrededor de una mesa llena de comida. Me dejé llevar por la inercia de saber más cosas y entré en el despacho. Allí, al escarbar entre los objetos de mi padre hallé la imagen que me ayudó a encajar el puzzle. Desde niño, Richard había tenido la inclinación natural a jugar con las muñecas de nuestra hermana. Después, en el instituto, tuvo problemas por su acusada sensibilidad. Mi madre siempre lo protegió ante la furia de mi padre quién, tras la monumental bronca que provocó la fuga de Richard, había cogido esa fotografía, que tenía sobre su escritorio, e intentó con rabia cambiar lo que era imposible, la realidad, tapando el espíritu protector de su mujer y dando un aire de masculinidad a su hijo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Muggsy Spanier - Lonesome Road (https://www.youtube.com/watch?v=yqEwcGPO_UY)