14 de noviembre de 2013



Nos llamaban los murciélagos. Y yo no tuve la culpa. Era cosa de la biología, aunque desde que era chico fui consciente de que mi aspecto provocaba rechazo entre mis compañeros del colegio. Mi figura algo encorvada, mis cejas pobladas y mi especial afición por ponerme abrigos largos, como los de Humphrey Bogart, hacían que todo el mundo me mirase con cierto temor. Aunque tampoco me ayudaba mucho mi hermana, que tenía fama de empollona y presumida, con sus eternas gafas y su voz aflautada. Sabía que no era un tipo atractivo, aunque en mi interior albergaba el deseo de ser cantante. Idolatraba a Billy Fury. Claro que, tampoco éramos una familia lo que se dice al uso. Como tampoco dio la casualidad de que, mi tío, que era carnicero, tuviese entre sus clientes contactos que perteneciesen al mundo de la música. Incluso, pensé, a pesar de lo llamativo que era el eterno abrigo de cuadritos de mi tía, y del que no había nadie que no detuviese su vista ante su presencia. Cosas de la ingenuidad juvenil. Todo lo contrario a mi padre, con su perenne sombrero que casi le tapaba los ojos, y mi madre, con esa sonrisa que provocaba desconfianza entre quienes se cruzaban con ella. Pero estábamos acostumbrados. Nos hacían sentir diferentes. Hasta a veces dábamos miedo. Pero en realidad éramos como cualquier familia normal, aunque con la desventaja de que el físico no nos acompañaba. Sé que eso me impidió hacerme un hueco en la música, pero lo que si conseguí fue ser un buen vendedor de seguros de vida.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Billy Fury - Wondrous Place (https://www.youtube.com/watch?v=ZAyWcKST2BE)