25 de noviembre de 2013



Desarrollé mi talento a edad muy temprana. Era una mezcla entre mi gracejo natural y el saber estar que me inculcaron desde la infancia. Porque mi padre me repetía numerosas veces que uno debe de conocer a fondo sus virtudes y sus defectos por la sencilla razón de que los primeros compensaban a los segundos. Bobadas, pensaba, de quien me cogía de la mano y me acercaba hasta a los límites que rodeaban nuestras posesiones. «Allí, tras esos muros, está el mundo y el mundo es un lugar cruel y despiadado», me decía señalando al infinito con su dedo índice. Pero yo no le tenía miedo al mundo. Mucho peor era el colegio, pensaba, donde estaba rodeado de perdedores, gandules y adefesios. Por eso siempre estuve seguro de mi mismo, porque era diferente a todos ellos, con ese garbo que me caracterizaba al andar y que no pasaba desapercibido ante nadie. Y con estilo, porque siempre me gustó la ropa, vestir como un dandy. Y tenía percha. Y también desparpajo, atrevimiento y simpatía. Los ingredientes necesarios para hacer realidad mi vocación, ya que en mi pubertad sabía lo que quería. Sólo tenía que esperar varios años más, hasta que llegase el momento de entrar en la universidad. Allí, lejos del hogar, conseguiría la suficiente libertad para cumplir mi sueño. Y así fue como me convertí en galán.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Ambrose and his Orchestra - Isn't it romantic (https://www.youtube.com/watch?v=vVYkSUhf6mk)