11 de noviembre de 2013



Cuando Madame Blanchet, que ejercía como presidenta del patrimonio histórico de Louvigny, tuvo la idea de organizar una exposición sobre la historia de la villa, no pudo imaginar la extraña sorpresa que, tanto ella como sus conciudadanos, se llevarían cuando, al reunir las viejas fotografías procedentes de sus álbumes privados, percibieron en las fechadas en la década de los años veinte, la presencia de una enigmática efigie. Tal hallazgo ocasionó un gran murmullo pues, si bien, al principio, ninguno había confesado haberle dado importancia al ser imágenes de sus antepasados, ahora, al advertir tan curiosa coincidencia se había producido un enorme revuelo. Quizá, y en su subconsciente, por esa necesidad de sentir algo de emoción en un sitio tan aburrido como Louvigny, donde nunca ocurría nada, todos, enseguida, pensaron en algún episodio oscuro sin resolver que hubiese sucedido en el pasado. Y la imaginación de unos y otros comenzó a avivar el ambiente, ya que pronto surgieron las sospechas entre unos y otros al descubrirse, de repente, posibles asuntos relacionados con herencias familiares, con rencillas por la posesión de terrenos o supuestas infidelidades amorosas, aumentando, con ello, los desafíos verbales que, al poco tiempo, se transformaron en enfrentamientos físicos. Mientras tanto, el anciano Onésime Desmoulins contemplaba, impotente, la decadencia del que durante siglos había sido un remanso de paz. Nadie quiso reparar en él, que en realidad era él único que conocía la verdad. Que aquel rostro era el de Isidore Beaumont, el hijo discapacitado del molinero quien, un día, quedó boquiabierto al ver su rostro en una imagen puesta en el escaparate de Bertrand Lapointe, el fotógrafo, y que, por arte de magia, dicha fotografía salía de una extraña caja de madera que aquel manipulaba de forma rara. El asombro y la curiosidad de Isidore hicieron el resto, que siguiese a Bertrand a todas partes, para estar presente en cada instantánea que éste hiciese. Desmoulins falleció sumido en una profunda tristeza, dejando constancia de los hechos en un pequeño manuscrito, hallado varias décadas más tarde, y en el que narra, con rabia, sus denodados esfuerzos, ya que era sordomudo de nacimiento, para hacerse entender y restaurar la paz.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Django Reinhardt & Josette Dayde - Coucou (https://www.youtube.com/watch?v=0WqmkSMpqvg)