22 de abril de 2013



Recuerdo que no nos podíamos quitar esas chicas de la cabeza, sobre todo en primavera, en un momento de nuestras vidas en que estábamos deseosos de emociones y aventuras, precisamente lo que nos negaba a mis amigos y a mí el internado al que nos mandaban nuestros padres cada año para que nos convirtiésemos en futuros hombres de provecho. Pero la ventaja de aquel grisáceo lugar era que estaba a las afueras de una pequeña ciudad costera, y que cerca, tras una espesa arboleda, estaba el de las chicas. Teníamos controlados sus horarios, sobre todo el de las clases de gimnasia, porque cuando llegaba el buen tiempo, salían a correr por la playa, que eran las únicas ocasiones en las que podíamos contemplar un poco más de la anatomía femenina. Algo que habitualmente era imposible ver porque en esa época la moda eran los vestidos que llegaban hasta el suelo, con lo cual, la visión de aquellas sílfides se convertía en un festín para nuestros ojos. Nunca hicimos nada malo, sólo hacer novillos para ir a mirar, y algo más, ya que Paul llevaba su pequeña cámara para inmortalizar esos instantes que pasaban como un suspiro. Nunca supimos si ellas lo sabían, aunque ahora, después de tantos años, supongo que sí, ya que tampoco éramos muy hábiles enterrándanos en las dunas para pasar desapercibidos ante su profesora, la Señorita Witherspoon, que era una mujer con bastante mal genio.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Al Bowlly - Midnight, the stars and you (https://www.youtube.com/watch?v=Rb9t9kPRAH8)