19 de abril de 2013



Archibald Bardsley fue un eminente especialista en robótica que tenía su laboratorio en el MIT, es decir, el Massachussets Institute of Technology, y cuyas experiencias le llevaron a obtener una cierta notoriedad en aquella época. A pesar de que muchos le consideraban el arquetipo del científico ensimismado en su mundo, es decir, un tipo aburrido pero brillante, con sempiternas gafas de pasta e impoluta bata blanca, lo cierto es que hubo un tiempo en que generó una gran expectación en cada congreso o seminario que participaba por sus innovadoras ideas. Pero el gran drama que sumió a Archibald en una profunda crisis que le llevó a abandonar sus investigaciones y retirarse a una residencia de Nueva Inglaterra fue el robot X7, un innovador prototipo destinado a cambiar de forma radical los usos y costumbres de la sociedad del aquel entonces. Porque X7 era el androide perfecto, diseñado para realizar cualquier tipo de función con extrema precisión. Según algunos testimonios, el día que lo presentó en un congreso de Harvard generó un entusiasmo como pocas veces se había vivido en el campus. Hasta que, unos días después, el agente Nichols, un hombre de férreos principios y poco versado en ciencias, demostró, inconscientemente, que X7 tenía un fallo. Dicen que el oficial no tuvo en cuenta la fisonomía del multado por la simple razón de que su sentido del deber le obligaba a aplicar la ley sin distinciones de sexo, raza o religión.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Clara Rockmore - Vocalise (https://www.youtube.com/watch?v=WPZQi2m7i9Y)