16 de abril de 2013



La única que parecía alegrarse de todo aquello era mi madre, al contrario que mi abuela Johanna, que era mujer de tierra firme y de difícil carácter a quien nunca le hicieron demasiada gracia las alturas. Es por ello que salió con el ceño arrugado, incapaz de disimular su enfado por tener que salir en tan extraña imagen. Y en medio de aquello estaba yo, disgustado por aquella incomprensible situación. Todo un año esforzándome con los estudios para obtener muy buenas notas, sólo porque mi padre me había prometido que me concedería el capricho por el que le venía suplicando desde hacía meses, para que después saliese esa horrible foto. Yo quería subirme a un dirigible, aunque fuese pintado, y soñar que era el capitán de la nave, el nuevo héroe del aire. Pero no de esa manera, sentado al borde con los pies afuera y haciendo esfuerzos por dominar mi vértigo, con la abuela de mal humor y mi madre preocupándose por salir con su mejor cara. Sabía que no podría enseñar este desaguisado a mis amigos, pero lo peor no era eso, sino que ni siquiera tuve ese instante de ilusión que me hiciese creer por un momento que un día pude volar.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Comedian Harmonist - Kannst du pfeifen, Johanna? (1934)(https://www.youtube.com/watch?v=7uf1TRbVri0)