8 de abril de 2013



El bisabuelo, que era el pequeño de cinco hermanos y que desde niño ya mostró el que sería su gesto adusto de siempre, contaba que le había tocado vivir una infancia llena de dificultades. Pero que no por eso se sintió menos feliz. Su padre, un humilde granjero y su madre, una mujer de fuerte carácter, habían educado a la prole por igual estableciendo que ninguno de ellos era menos que los demás. El bisabuelo decía que la mayor suerte que tenían era el clima de la región lo que les permitía prescindir de la camisa y los zapatos, al igual que hacía el patriarca. Eran prendas difíciles de conseguir ya que la población más cercana a la granja, Promontory Summit, Utah, estaba a más de una hora a caballo. Pero tampoco eran necesarias, ni siquiera para ir al colegio, ya que su madre se encargó de enseñarles a leer y escribir. El bisabuelo afirmaba que amaba la vida salvaje. Hasta que la felicidad, según él, se esfumó cuando cerca de allí se encontraron la Central Pacific y la Unión Pacific, finalizando la que sería la primera línea del ferrocarril transcontinental del país. Él no dudaba que el progreso tuviese ventajas y que gracias a ello prosperase mucha gente. Pero a lo que jamás estuvo dispuesto a renunciar fue a andar descalzo y sin camisa. Dicen que el bisabuelo recibió a Uysses S. Grant en pantalones cortos provocando un cierto revuelo entre los nuevos ricos y que Mark Twain se inspiró en él para su Huckleberry Finn. Pero yo no sé hasta que punto todo esto es cierto, porque siempre supe que, tanto mi abuelo como mi padre, por quienes sé esta historia y que también fueron granjeros y anduvieron descalzos toda su vida, poseían una gran imaginación.

· Fondo musical para acompañar la lectura: The Memphis Jug Band - On the road again (https://www.youtube.com/watch?v=xCK8V_MfQLY)