1 de febrero de 2013



No lo elegí. Simplemente, un buen día, por la decisión de otros vine al mundo. Y mi existencia fue la que tuvo que ser, es decir, lo que me impusieron los otros. A mi hermana y a mí nos tocó la acomodada vida burguesa de una ciudad de provincias. Y sí, crecimos entre algodones, pero también nos tocó obedecer, hacer infinidad de cosas que no nos gustaban y ser muchas veces castigados. Porque los otros, o sea nuestros padres, eran autoritarios, conservadores y unos obsesos con eso de guardar la apariencias ante sus pudientes y petulantes amistades. Yo detestaba todas esas plúmbeas parafernalias que organizaban de tanto en tanto, un odio que crecía cada vez que me hacia más consciente de mis cada vez más escasas posibilidades de escape. Sentía un incontrolable deseo de rebelarme contra todo aquello. Es por ello que, al descubrir los experimentos de Nikola Tesla, decidí pasar a la acción. Ahora pienso que mi hermana no tenía la culpa cuando desplegué toda mí crueldad el día de su comunión, pero no podía soportar su cursilería, como tampoco a mis padres babeando mientras el fotógrafo nos hacía el retrato. Días antes había construido, lo mejor que pude, una pequeña réplica casera de uno de los inventos de mi admirado Tesla. Sí, el de la transmisión inalámbrica de energía eléctrica del que, en mi ingenuidad, pensaba que me haría desaparecer de aquel horrible instante teletransportándome hacia la libertad. Y lo hice. Pero sólo conseguí un fogonazo, el justo para provocar un monumental susto a todos los presentes y el correspondiente castigo ejemplar del que prefiero en estos momentos no hablarles.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Edo Ljubic - U Stambulu (https://www.youtube.com/watch?v=uDIkmO3O4-E)