7 de febrero de 2013



Fueron muchos años soportándolo, intentando dominar mis nervios que iban en aumento con el paso de los días. Y aunque notaba que me afectaba a la salud, procuré tener paciencia. Reconozco que al principio me hizo gracia. Hasta me pareció exótico. Pero después las cosas comenzaron a empeorar. Traté de dialogar con él, aunque siempre terminábamos con una monumental bronca. Hubo un momento en que se me agotaron las palabras, y pasé a idear todo tipo de estratagemas para acabar de una vez por todas con todo aquello. Ni siquiera los tranquilizantes me hacían efecto, hasta que la situación llegó a un límite insostenible, como mi agotamiento mental. Sé que mi decisión fue extrema, pero no tenía otra salida, aunque también era consciente de lo que me esperaba después. Llevo algo más de dos décadas cumpliendo cadena perpetua y he de confesarles que no me arrepiento de nada. Ni siquiera del día que conocí a Leopold. Era un austriaco muy apuesto que había venido a hacer su tesis doctoral sobre musicología en Harvard. Me enamoré perdidamente de él. Aunque en aquellos días jamás pude pensar que lo nuestro acabaría por culpa de su desmedida entrega al estudio de la música del Tirol que sonaba a todas horas en su tocadiscos.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Franzl Lang - Weil wir von Hinterblixen sind (https://www.youtube.com/watch?v=A83QCxSPBk0)