26 de febrero de 2013



Sus investigaciones sobre literatura medieval inglesa habían llevado a Sir Edmond Gardiner a convertirse en una de las mayores eminencias sobre la materia. No sólo fue uno de los miembros más respetados del claustro de profesores de la Universidad de Oxford, sino que su carácter metódico, riguroso y ordenado le proporcionó, sin quererlo, tal popularidad que su nombre llegó a ser conocido en todos los campus británicos. Porque Sir Edmond, en parte debido a su educación victoriana, dominaba de tal manera sus emociones, que nadie jamás le vio cometer error alguno durante los casi cuarenta años de carrera docente, ni tan siquiera el más mínimo exabrupto por muy delicada que fuese una situación. Hasta que Timothy Andrews y Owen Atterbury, alumnos de la promoción de 1905 que, entre la admiración, la curiosidad y sabedores de que ese era el año en el que se jubilaba Sir Edmond, se pusieron a indagar, seguros de sí mismos, que el profesor, como humano que era, tenía que tener alguna extravagancia, aunque ésta fuese muy pequeña. Lo que descubrieron tiempo después, en una pequeña tienda de fotografía en cuyo escaparate, junto con otros retratos, se hallaba el de Sir Edmond con su mujer, sus dos hijas y su madre, con quien, al parecer, estuvo tan unido que, tras fallecer ésta, instaló su tumba en el jardín de su casa y cuya lápida estuvo presente, y en primer término, en todos y cada uno de las fotos que se hicieron en familia.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Enrico Caruso - "Mi par d'udir ancora", de I pescatori di perle de Georges Bizet (https://www.youtube.com/watch?v=NxhFZK3F81Y)