27 de febrero de 2013



Los miembros de mi familia habían sido gente humilde que había dedicado su vida a trabajar muy duro en el campo, hasta que el tío Fred, que era un soñador, decidió en un golpe de locura marcharse a Hollywood para convertirse en actor. La abuela puso el grito en el cielo, llevándose las manos a la cabeza el día que salio por la puerta de casa con el petate al hombro, porque ella pensaba que era una idea disparatada. Yo aún era muy niño y, sin embargo, fui consciente en todo momento de la preocupación de la abuela quien permanecía todas las noches sentada al lado del teléfono. Hasta que, tras un largo silencio, el tío llamó para decirnos que había comenzado a trabajar en el cine con John Wayne. Pero la alegría inicial, con el tiempo, comenzó a trasformarse en misterio, porque cada vez que íbamos a ver una película de John Wayne no veíamos al tío por ningún lado. Recuerdo que un mismo film lo podíamos llegar a ver una decena de veces, y nada, ni rastro de él. Ni tan siquiera su nombre. Y así fueron pasando los años. Yo me marché a estudiar periodismo a Nueva York, luego trabajé en varios diarios, entre medias me casé, tuve hijos y todas esas cosas que suele hacer todo el mundo. Hasta que un día, en realidad hace muy pocos años, en una exposición de fotografías, casi por casualidad, creí encontrar una pista sobre el misterio que había envuelto a la familia durante décadas. Como ya en esa época estaba jubilado y tenía mucho tiempo libre, me puse a indagar descubriendo, varios meses después, que el tío siempre dijo la verdad. Había trabajado con John Wayne en casi todas sus películas, pero también había firmado un contrato de confidencialidad, porque nadie podía saber que, en realidad, John Wayne no sabía montar a caballo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Dean Martin, Ricky Nelson & Walter Brennan - My Rifle, My Pony, and Me/Cindy, del film Rio Bravo (Howard Hawks, 1959) (http://www.youtube.com/watch?v=v2ssbgThljU)