1 de marzo de 2013



Aunque a algunos les pueda parecer una osadía lo cierto es que mi hermano Alexander fue un visionario. No lo digo por la cosa del orgullo, que de ello algo hay, sino porque en la familia nadie había hecho nada fuera de lo normal ya que, desde hacía generaciones todos nos dedicábamos al mundo de la chatarra. Era como si lo llevásemos en los genes. Pero Alexander era diferente. Era más listo y por ello tuvo eso que algunos llaman visión de futuro, lo que le llevó a saber aprovechar mejor las posibilidades que le ofrecía nuestra actividad. Recuerdo que cuando papá y mamá se enteraron de sus ideas le tacharon de lunático, aunque siempre con gran respeto, porque fue el único miembro de la estirpe que logró acabar los estudios de primaria. Y aún así, hicieron lo imposible para reconducirle por el buen camino. Hasta se deshicieron de la televisión ya que, pensaban, era el origen de todos los males de Alexander. Sin embargo, mi hermano, que era muy testarudo, tenía las cosas muy claras. Yo, a pesar de mi incredulidad, le ayudé en todo lo que pude, incluso en la fabricación de una enorme antena que, según Alexander, sería el elemento clave para lograr el contacto. Pero la verdad era que pasaban los meses y allí nunca pasaba nada. Y eso que consiguió el mejor atuendo de alienígena. O al menos eso siempre me pareció a mí.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Clint Mansell - "The nursery", del film Moon (Duncan Jones, 2009) (https://www.youtube.com/watch?v=GWOjkEmFtyI)