12 de febrero de 2014




Tenía garbo. Para que lo voy a negar. Aunque ahora estoy muy lejos de ser aquel que fui. Porque hubo un momento en el que las circunstancias me llevaron a sentirme el rey del mundo, a mí, que me hice a mi mismo y que de la nada había llegado a lo más alto. No, no hice nada revolucionario, no inventé nada y ni tampoco conseguí una de esas placas al mejor empleado del año. Simplemente me dediqué a los asuntos sociales. Fue algo vocacional, porque desde muy pronto fui consciente de que poseía un don natural. Solo tuve que esperar a tener cierta edad, dar un paso adelante, dejarme llevar por los acontecimientos, mantener la cabeza fría e ir perfeccionando poco a poco mi técnica. El resto ya lo tenía. Una buena fachada, un toque de estilo, porque me gustaba vestir a la última moda, y un gracejo natural que hacía que me desenvolviese con soltura en cualquier situación que se me presentase. Y luego estaban los lugares, porque yo frecuenté siempre los más exclusivos, donde había dinero, lujo y gente con clase. Sé que mis palabras pueden parecer algo clasistas, pero los ambientes que frecuentaba funcionaban así. Y había que cumplir ciertos requisitos y conocer el protocolo, como en cualquier ocupación. Nunca pretendí herir sensibilidades, ni hacer daño a nadie, aunque a veces, por las cosas de la vida, tuve que lidiar con alguna situación embarazosa. Ese gracejo, que nunca me abandonaba. Hasta que vino lo inevitable con la edad, cuando mis facultades empezaron a mermarse. Todavía mantengo la soltura, aunque sé que ya no es como antes. Pero al menos, aún sigo dando algo de felicidad, a alguna de las viudas que viven aquí, conmigo, en la residencia.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Patsy Cline - Crazy (
1961)