13 de febrero de 2014




La música se apoderó de las entrañas de mi hermano Jakob cuando mi padre nos llevó a un concierto de la banda del villorio donde vivíamos. Aquel día me percaté, a pesar de mi corta edad, de los sentimientos que Jakob experimentó. No puedo explicarlo con exactitud, pero había algo en sus gestos que me hizo pensar que había entrado en trance. Era algo que le embargó de tal manera que todo lo que entraba a través de sus sentidos lo traducía a través de la música. Recuerdo que adquirió una gran popularidad en el colegio porque los exámenes orales los respondía cantando. Y el profesor de música enseguida vio en él un potencial fuera de lo común, como también se dio cuenta de su facilidad al tocar el acordeón. Y mis padres, que poseían un modesto negocio, vieron la oportunidad de acabar de una vez por todas con las estrecheces económicas. A partir de ahí, Jakob, niño prodigio de Baviera, el genio musical, se vio arrastrado a una vorágine de conciertos que le llevó a recorrer villas, pequeñas ciudades e incluso Múnich, la capital del estado. Pero unos y otros, en su obsesión por obtener mayores beneficios, no repararon en su fragilidad emocional. Hasta que reventó. Pero contra todo pronóstico, su locura aumentó todavía más su ya gran popularidad, que no su música, porque Jakob abandonó la polka, el género en el que triunfó, por ser demasiado comercial, y se lanzó a investigar nuevas sonoridades dentro de territorios atonales que experimentaba con su acordeón. Y ese fue el drama de mi hermano, porque yo fui el único que escuché sus composiciones, e incluso conseguí grabar 40 segundos de una de ellas, cuando me la tocó en una de las visitas que le hice al sanatorio mental donde estuvo recluido hasta que falleció, hace unas semanas, a causa de su avanzada edad.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Vintage 1950s/60s Hohner Melodeon/Accordion(composición atribuida a Jakob)