26 de junio de 2013



Mis nervios estaban a flor de piel. Los médicos dijeron que era una persona débil e inmadura y que por ello difícilmente podría tener los mecanismos suficientes para dominar mis emociones. Pero eso me pareció una solemne tontería. Yo era como era, y reconozco que en aquellos días estaba bajo una enorme presión. Había apostado fuerte, sin importarme lo que pensaría ella, por lo que las condiciones no eran demasiado propicias para seguir adelante. Aún así estaba decidido a dejarme la piel. Sabía que entraba en una tesitura muy delicada que me supondría nuevos problemas, pero me arriesgué. Era consciente de lo que hacía. Aunque tampoco pude intuir las consecuencias a las que me llevaría todo aquello. Juro que intenté ser sincero cuando hablé con ella, que intenté ser sutil en todo cuanto le dije y que incluso empleé las palabras más cariñosas que me salieron del fondo de mi corazón. Pero ella no lo entendió y comenzó a alterarse, elevando la voz cada vez más, hasta llegar a gritarme. No lo pude soportar. Intenté contenerme, pero ella me replicaba a voces. Hasta que llegó un momento en que no aguanté más. Y como le dije al juez, yo estaba ahí, alterado, y de forma instintiva le tiré un bote de ketchup a mi madre, lo primero que tuve a mano. No quise hacerla daño. Yo quería a Rosemarie, aunque siempre supe que mi madre la odió desde el día en que la conoció.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Johann Sebastian Bach - Largo del concierto para clave nº 5 en F menor, BWV 1056 [Trevor Pinnock-The English Concert] (http://www.youtube.com/watch?v=NLrNhMGPQtk)