24 de junio de 2013




Fueron años excitantes, pero sin grandes ganancias. De vez en cuando mandaba fotografías para que mi padre viese que las cosas me iban bien. Pura fachada, porque los trajes no eran míos, sino del padre de mi amigo Richard, que era sastre, como la casa era de una familia importante de Chicago. Creo que debió sentirse orgulloso. O menos preocupado. Aún recuerdo el día que montó en cólera, golpeando el puño derecho contra la mesa, cuando en mi ingenuidad le expliqué cuales eran mis intenciones en el futuro. Después de varias idas y venidas por el salón secándose el sudor de su frente con un pañuelo, trató de convencerme, con un tono de voz aún elevado, de que lo que quería hacer era una locura que me conduciría a una vida miserable. Pero me salí con la mía. Al fin y al cabo era mi vocación. Y aunque los comienzos fueron difíciles poco a poco encontré mi lugar. Decían que era bueno, hasta que me ensombreció un tal Scott Joplin. Pero lo importante para mí fue que seguí haciendo lo que siempre quise hacer, que era tocar el piano.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Scott Joplin - Easy Winner (http://www.youtube.com/watch?v=NdCBT_VHnUk)