6 de junio de 2013



Cuando de mayor fui consciente de lo que hizo mi madre, mi admiración por ella no hizo más que aumentar. Ella fue una mujer alegre y sencilla que se había criado en un ambiente sin grandes lujos, porque el abuelo, a pesar del orgullo que sentía cuando se ponía el uniforme, era portero de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad, y la abuela, simplemente, había dedicado su vida a cuidar de los hijos. Mi madre nunca tuvo grandes ambiciones, pero sí un sueño. Ello no impidió que estudiase una carrera universitaria y que después se dedicase con devoción a la enseñanza. Luego vino mi padre, un tipo larguirucho y algo soso, como solía definirlo mi madre, pero ella era consciente que, por su trabajo como encargado de una sucursal de una cadena de supermercados, tampoco se podía permitir gastar muchas bromas. Y aún así, a pesar de sus diferencias, hubo una cosa en la que coincidían. Ambos tenían el mismo sueño. Por eso mi madre se empeñó en hacerlo realidad, y pese a que no era fácil, lo logró, el día que cumplieron su décimo aniversario de casados. Yo lo vi. Estaba ahí, con ellos, los dos radiantes, felices, porque sus anhelos de pilotar un cohete espacial se hicieron realidad, aunque este no pudiese despegar del suelo.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Strauss - The blue Danube from OST 2001:A space odyssey,(http://www.youtube.com/watch?v=UqOOZux5sPE