25 de junio de 2013



Desde siempre he guardado en mi interior el deseo de ser un chico, porque en aquellos tiempos las mujeres lo teníamos más difícil. Sobre todo porque las madres se empecinaban en que las hijas aprendiésemos las tareas domésticas para que cuando llegase el momento de casarse supiéramos estar a la altura de las circunstancias. Pero yo huía de todo aquel aburrimiento, que parecía perseguirme como la peste, marchándome con mi pandilla de amigos a trastear por donde fuese. Sabía que a mi madre no le hacía demasiada gracia mis compañías porque decía que estaba adquiriendo un aspecto cada vez más hombruno. Pero a mi me daba igual, tenía una edad en la que mi rebeldía estaba en plena efervescencia y no estaba dispuesta a someterme a sus deseos. Hasta que sucedió aquel extraño fenómeno que cambió mi vida, justo cuando aún estaba muy reciente el asunto de una autopsia a un extraterrestre que había aparecido en Roswell. Yo recuerdo que aproveché aquella extraña confusión, de la que tampoco hice por encontrarle una explicación, que probablemente no la tuviese, para salir de ese pueblo perdido en la nada del Medio Oeste que me vio crecer. Lo que vino después no tuvo ninguna importancia, salvo que nunca me casé.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Samuel Barber- Adagio for strings (Leonard Bernstein & Los Angeles Philharmonic Orchestra)(http://www.youtube.com/watch?v=2m3Yw0UARuQ)