17 de septiembre de 2013



28 de marzo de 1922
Nunca tuve queja alguna por la cuna en la que me tocó nacer, la de una acaudalada familia del sur. Mi infancia fue feliz, ya que me criaron entre algodones, hasta que mis privilegios volaron de un plumazo cuando vino al mundo mi hermana. Entonces mis días empezaron a volverse grises porque, sin quererlo, me había convertido en el primogénito, lo que me supuso el dramático paso a un segundo plano que se hizo más latente según fueron naciendo mis otros tres hermanos. Y yo estaba ahí, condenado irreversiblemente al ostracismo y a ese doble juego de darles ejemplo y, al mismo tiempo, tener que ceder a sus deseos cuando tenía que participar en sus ridículos juegos. Porque si me negaba recibía un cachete de mi madre. Fueron los años más insoportables y aburridos de mi asquerosa vida de niño rico. Pero de todas las estupideces que se les ocurrían a mis hermanos, había una que me sacaba realmente de quicio y esa era cuando la ñoña de mi hermana pequeña se empeñaba en que le representásemos sus absurdos cuentos de princesas. Imagínense la tortura, cientos de veces subidos en esos cursis nenúfares haciendo de ninfas en el lago, hasta el perro, y con el servicio velando por nosotros, mientras ella, de la mano de una doncella, nos contemplaba con una permanente sonrisa en la cara. Supongo que esa rabia fue la que me llevó a tomar la decisión de ser escritor, para vomitar toda esa desesperación acumulada durante tantos años. No sé si conseguiré exorcizar mis fantasmas.

6 de abril de 1958
Hoy, después de tantos años, he leído mi texto. Creo que he superado mi trauma. También me he dado cuenta de la brevedad de mi carrera como escritor. Quizá en el futuro añada algún renglón más.


· Fondo musical para acompañar la lectura: Johann Sebastian Bach - Prelude, Cello suite nº 1 in G mayor, BWV 1007 [Mstilav Rostropovich - Cello] (https://www.youtube.com/watch?v=LU_QR_FTt3E)