31 de marzo de 2017



En medio de la algarabía generada por las idas y venidas de agentes de la policía, forenses, periodistas y eventuales curiosos, un ligero hormigueo comenzó a recorrer mis entrañas cuando supe que los primeros indicios apuntaban a que el motivo del crimen en el piso 43 de la sede de esa gran compañía situada en el corazón de Manhattan era una venganza personal, por lo que se sospechaba que el autor podría ser algún alto ejecutivo de la misma. Traté de comprender las razones que pueden impulsar a alguien que ha logrado un estatus privilegiado a matar a otro que goza de su misma posición. Pero al oír que el asesino podía ser un estrecho colaborador de la víctima, mi estremecimiento fue aún mayor cuando, atando cabos, creí hallar la clave, mucho más sencilla de lo que en apariencia parecía ser. Era mi compañero del despacho contiguo quien, en un súbito ataque de ira, me disparó seis tiros por la espalda porque simplemente no pudo soportar que un muñeco ascendiese a la vicepresidencia.

· Fondo musical para acompañar la lectura: Shelly Manne – Slowly (1962)